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El diario de un Viaj-Arte
3 Vencer al olvido: un recorrido por Úbeda (Jaén)
Enviado por Carmen Cascón el Sáb, 07/11/2020 - 12:00.Una villa transformada por el capricho de un humanista, de un hombre de estado acostumbrado a manejar ducados de oro procedentes de cargos, mercedes y privilegios, de un personaje que supo exprimir al máximo sus posibilidades de ascenso social desde lo más ínfimo a lo más alto. Francisco de los Cobos, de orígenes más o menos humildes, se vio catapultado a la cúspide del engranaje de la poderosa Monarquía Hispánica, en parte por méritos propios, en parte gracias al nepotismo. Cuando el puesto de Secretario de Estado cayó sobre sus hombros, decidió que era hora de lanzarse a la caza, a sus cuarenta bien cumplidos, de una chiquilla de buena sangre y familia que le pudiera reportar un título nobiliario que colmara sus aspiraciones de ennoblecimiento, a la par que conseguía la cesión del 1% del oro y plata procedente de América. Ambición, corrupción, ansias de poder y riqueza…
2 Clotilde y Joaquín, un amor entre pinceles en el corazón de Madrid
Enviado por Carmen Cascón el Lun, 19/08/2019 - 20:20.El 18 de abril de 2012 se publicó este artículo en Bejar.biz. Como ha llovido mucho desde entonces y hay nuevos lectores que no lo leyeron lo volvemos a publicar
Esperamos que igual que entonces sea del agrado de los lectores.
Hace ahora un par de años, volviendo de un viaje a Córdoba, creí estar en esta ciudad andaluza en el corazón de Madrid. Una casa de un par de pisos, abrazada por un jardín cuajado de flores, amenizado por el dulce repicar de los surtidores sobre las acequias y las tazas de sus fuentes, acorazada por unos azulejos más propios del levante o del sur de España, se refugiaba del alquitrán y la contaminación agazapada entre los anodinos edificios de pisos. Pensé que soñaba, que mi trayecto en tren desde Córdoba había sido un espectro en mi imaginación, una jugarreta provocada por unos dioses que juegan con los hombres en un tablero de ajedrez, allá arriba, en el Olimpo. Fue necesario recibir un golpe de luz y de color para comprobar que la realidad se hacía patente en las entrañas de esa casa.
Dos casitas alejadas del mundanal ruido (de los turistas)
Enviado por Carmen Cascón el Mar, 10/10/2017 - 15:36.Rememoro en cada paso aquellos otros de mi infancia, caminando entre parterres bajo la implacable acción de los rayos de sol en pleno mes de agosto. Hoy no es verano sino otoño, un otoño atípico, casi parece estío. El calor no es tan insoportable y no es penoso transitar por los paseos bajo la sombra de los pinos. No hay apenas nadie por estos lares salvo los paseantes habituales que bajan y suben del pueblo de arriba, de San Lorenzo, al de abajo, a El Escorial y viceversa. Turistas los menos. Apabullados por la cercana mole granítica del monasterio no se acercan a este coqueto palacete del siglo XVIII (1771-1775). La Casita del Príncipe parece olvidada en su lento transcurrir desde el siglo de la Ilustración.
El jardín fuera del cuadro: Giverny
Enviado por Carmen Cascón el Vie, 21/07/2017 - 11:38.
Supe de su existencia sin saberlo en realidad. Mi conocimiento de aquel jardín se limitaba a la contemplación sensorial de los trazos fuertes y expresivos que inundaban sus lienzos. Me dije que no podía ser solo producto de su imaginación, más teniendo en cuenta que los impresionistas pintaban directamente de la realidad. Podían pasarse horas incluso días captando el momento fugaz de la incidencia de los rayos de sol sobre una superficie, bien fueran unos almiares o la fachada de una catedral. Y no con ello me refiero a la minuciosidad nunca completa de un artista como Antonio López, sino con la fuerza de trazo y pincelada de un artista rápido y no por ello menos escrupuloso.
Los lienzos de Monet repetían en el ocaso de su trayectoria dos motivos repetitivos: el jardín y los nenúfares. Y no eran producto de su imaginación, como digo, sino de la contemplación de un modelo real, un jardín de su propiedad al que amó sólo por detrás de su gran pasión artística. En ambas obsesiones, pintura y jardín, se produce una comunión no alejada de sus afanes por representar la naturaleza, la incidencia de la luz en los objetos que nos rodean, el reflejo de los rayos sobre la superficie siempre en movimiento del agua.
La aventura de llegar al Museo del Traje de Madrid
Enviado por Carmen Cascón el Lun, 19/06/2017 - 12:34.
“Demasiado lejos”, contesté sin dejar de clavar los ojos en el google maps de mi teléfono móvil. “Pero si tenemos tiempos de sobra. Venga. Anímate y vamos”.
Resignada, estudié antes de ponernos en marcha las líneas de metro y las paradas hasta el Museo del Traje de Madrid. Desde la Estación de Atocha había que tomar la línea azul clara hasta Callao y de ahí la amarilla hasta Ciudad Universitaria. Hicimos el recorrido hablando de esto y de aquello, de política y de temas personales sin bajar la voz –al fin y al cabo nadie nos conocía allí, ventajas de ser bejarano en el maremágnum de la capital-, observando a las personas que entraban y salían del largo gusano metálico, sus caras cansadas, algunos con los ojos cerrados, otros sin apartar la vista de la pantalla de su smartphone, los menos leyendo en sus aparatos electrónicos o en libros de papel. Rutina, rutina, rutina, parecían gritar en silencio. Estrés y agobio. Y nosotros de vacaciones, ¡qué contradicción!
Bajamos en Ciudad Universitaria y no fuimos capaces de orientarnos en una explanada entonces vacía de estudiantes. El edificio del Museo del Traje no se veía por parte alguna. Preguntamos al eterno paseante jubilado y nos supo indicar, menos mal, que debíamos bajar la calle hasta una rotonda y tomar la tercera a la derecha. Un paso elevado ofrecía una estupenda vista sobre la avenida Puerta de Hierro, aunque la rotonda no fuera ni mucho menos un dechado de accesibilidad para el turista por el denso tráfico y los semáforos, siempre en rojo, que obstaculizaban el paso a cada poco.
Las sombras de la duquesa y el pintor pasean por Piedrahita
Enviado por Carmen Cascón el Jue, 26/01/2017 - 12:38.Dicen que por allí pasea la sombra etérea de la insigne y casquivana Cayetana de Alba, deletérea y pensativa, rumiando la próxima extravagancia a la hora de sorprender a los invitados de su próxima fiesta. Dicen que sólo puede vislumbrarse su silueta en las noches nubosas, sin luna, paseando cerca del palacio, con el vestido de tul casi transparente con la que Goya, su admirado amigo, la hizo pasar a la posteridad. Dicen que otras veces se adivina su contorno en una sombra, esta vez de negro, tocada con peineta y mantilla, su larga melena de rizos hondeada por el viento. Dicen que no se la puede hablar ni espantar porque escapa con la brisa, vete a saber por qué. Dicen que, de ser cierto, la sombra blanca a ras de suelo que la persigue es su perrillo de aguas, esa peluda mascota que la flanquea casi siempre e incluso en la imaginación. Dicen que siempre gusta pasear por su palacio y sus jardines en verano, cuando la pareja ducal se trasladaba desde Madrid huyendo de los calores estivales a lugar tan fresco como Piedrahita, villa rodeada de montañas coronadas por la nieve incluso en los meses más calurosos del año.
Polémicas en torno a Renoir
Enviado por Carmen Cascón el Mié, 02/11/2016 - 20:31.Me pregunto por qué un pintor muerto allá en 1919 puede provocar aún encendidas polémicas sobre si sus obras deberían o no estar colgadas de las paredes de un museo. Le pasa ahora mismo al pintor impresionista Pierre Auguste Renoir y no debe extrañarnos: la concepción sobre lo que es o no Arte ha cambiado tanto a lo largo de los tiempos que los espectadores llegan a perderse entre tanto vericueto a los que nos someten los críticos de arte. Desde Norteamérica se han lanzado campañas y manifestaciones a las puertas de los museos reclamando que se retiren sus cuadros por no ser considerados obras de nivel, si acaso bellos objetos decorativos. Los miembros del grupo se han dejado fotografiar junto a los lienzos reales del autor con caras despectivas, bocas asqueadas, miradas interrogantes, ojos en blanco y cejas arqueadas mostrando en las redes sociales su descontento. Ni que decir tiene que la polémica se ha extendido como la pólvora y han surgido enfrentamientos dialécticos entre los anti-Renoir y los pro-Renoir. Me pregunto si los que se posicionan en contra no se dan cuenta de que su postura no hace sino acrecentar el interés del espectador por el pintor. Quizá ignoran que, ante las campañas de bombardeo de lienzos renoirianos en tono de chanza, el espectador no adopta otra actitud que la de acercarse a un museo para contemplar de verdad esa obra que tanta repulsa provoca.
La masificación del conjunto palaciego de Versalles
Enviado por Carmen Cascón el Jue, 25/08/2016 - 15:47.Dudaba de si mi alergia primaveral podría al final permitirme visitar los jardines del palacio de Versalles y, ¡oh, milagro!, una oportuna fina lluvia se llevó el día anterior cualquier rastro de polen existente en el aire. Después de tomar el metro, hacer transbordo para encadenar con el tren de cercanías y una hora de viaje, por fin la manada de turistas desembocó en la pequeña estación de ferrocarril de Versalles. Una exclamación ahogada de la gente que marchaba caóticamente por delante de nosotros (entre ellos una excursión completa de chavales de un instituto, dos decenas de japoneses y alemanes, indios, rusos, chinos, ingleses y españoles sueltos, sin contar estadounidenses y argentinos, que de todo había en aquella amalgama desenfrenada que salía sin control del atiborrado tren) nos hizo recordar que el palacio no se encontraba justo frente a la estación (no iba a ser tan fácil después de todo), sino que había que trabajar el sentido de la orientación y caminar un rato. La verdad es que íbamos pertrechados con unas cómodas zapatillas, un oportuno paraguas y unos suculentos bocadillos habida cuenta de que la excursión se alargaría durante la jornada completa. No pude por menos que pasmarme ante a un grupo de chicas encaramadas a unos zapatos de tacón de menos de diez centímetros. Bueno, no sabría admitir si las admiré en ese momento o reí malignamente para mis adentros pensando en lo poco que durarían sus pies inmaculados sin que brotasen rozaduras y ampollas.
La Capilla Sixtina del Impresionismo
Enviado por Carmen Cascón el Sáb, 09/07/2016 - 10:56.Me quedo sin palabras. El reflejo de la luz sobre la superficie del agua me transporta a un lugar lejos de allí. Creo reconocer en él a la parte del cerebro donde vagan los sueños. O quizá es producto de mi imaginación y me encuentro en el famoso jardín de Giverny. No es más que una superficie en lienzo plagada de pinceladas, concluyo. Pero no. Son sensaciones, imágenes, destellos de luz, que me mantienen clavada, firmemente, sobre mis pies.
Consigo apartar la mirada de la atrayente superficie y observo la cara de ensimismamiento de la gente que me rodea. No pestañean. Sus imaginaciones siguen corriendo en pos de los chispazos que sus ojos transmiten a sus cerebros. Definir a los espectadores como impresionados me parece demasiado fácil. Quizá replegados en sus pensamientos, dejándose llevar por el suave balanceo de la brisa inexistente.
El Museo Nissim de Camondo de París y su trágica historia familiar
Enviado por Carmen Cascón el Dom, 05/06/2016 - 09:57. No me sonaba de nada el apellido Camondo hasta que llegué a París y consulté los museos que estaban incluidos en mi tarjeta París Museum Pass, una especie de salvoconducto que abre de par en par las puertas de decenas de museos y monumentos en la capital francesa. En un principio no lo incluí en mi lista preparada en casa: teniendo el Louvre, el D’Orsay, Versalles, Notre Dame, la Sainte Chapelle, la Orangerie o Los Inválidos, por poner algunos ejemplos, ¿quién iba a acercarse hasta el relativamente lejano parque de Monceau para visitar un museo desconocido? La suerte o la casualidad jugaron con nuestros planes y un par de horas quedaron libres en nuestra apretada agenda. Ante la tesitura de tomar un metro en dirección contraria al lugar donde nos alojábamos o coger la línea azul y desviarnos, aunque no tanto, hacia el Museo Nissim de Camondo, al final nos decidimos por esta última posibilidad, habida cuenta de que los espacios museísticos cerraban a la temprana hora de las seis de la tarde.
La boca de metro de Monceau se abría en uno de los bulevares reproducidos hasta la saciedad, idénticos unos de otros, trazados a cuadrícula, por el plano de la ciudad y solo había que descenderlo para darse de bruces con el pequeño, aunque bien cuidado parque de idéntico nombre. Justo por detrás de él la puerta del museo Nissim de Camondo, una reproducción exacta del palacio del Petit Trianon de Versalles, como pude leer en el smartphone mientras me encaminaba hacia ella, nos esperaba. La verdad es que hasta que no me introduje en el antepatio no me di cuenta de las similitudes entre ambos edificios: el resto de las construcciones colindantes, adosadas a él, impedían una visión exacta de la antigua residencia de la familia Camondo.
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