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El Museo Nissim de Camondo de París y su trágica historia familiar
No me sonaba de nada el apellido Camondo hasta que llegué a París y consulté los museos que estaban incluidos en mi tarjeta París Museum Pass, una especie de salvoconducto que abre de par en par las puertas de decenas de museos y monumentos en la capital francesa. En un principio no lo incluí en mi lista preparada en casa: teniendo el Louvre, el D’Orsay, Versalles, Notre Dame, la Sainte Chapelle, la Orangerie o Los Inválidos, por poner algunos ejemplos, ¿quién iba a acercarse hasta el relativamente lejano parque de Monceau para visitar un museo desconocido? La suerte o la casualidad jugaron con nuestros planes y un par de horas quedaron libres en nuestra apretada agenda. Ante la tesitura de tomar un metro en dirección contraria al lugar donde nos alojábamos o coger la línea azul y desviarnos, aunque no tanto, hacia el Museo Nissim de Camondo, al final nos decidimos por esta última posibilidad, habida cuenta de que los espacios museísticos cerraban a la temprana hora de las seis de la tarde.
La boca de metro de Monceau se abría en uno de los bulevares reproducidos hasta la saciedad, idénticos unos de otros, trazados a cuadrícula, por el plano de la ciudad y solo había que descenderlo para darse de bruces con el pequeño, aunque bien cuidado parque de idéntico nombre. Justo por detrás de él la puerta del museo Nissim de Camondo, una reproducción exacta del palacio del Petit Trianon de Versalles, como pude leer en el smartphone mientras me encaminaba hacia ella, nos esperaba. La verdad es que hasta que no me introduje en el antepatio no me di cuenta de las similitudes entre ambos edificios: el resto de las construcciones colindantes, adosadas a él, impedían una visión exacta de la antigua residencia de la familia Camondo.
Traspasar las puertas nos sirvió para conocer el estilo de vida de una familia adinerada de finales del siglo XIX y principios del XX en el lujoso París, o eso pensé en cuanto accedimos a una cocina modélica de la época, al estilo de la que se recrea en la serie inglesa Downton Abbey, rodada en el castillo inglés de Highclere, propiedad de lord Carnavon (conocido por ser patrocinador de Howard Carter, descubridor de la famosa tumba de Tutankamon). La capacidad de movimiento de este espacio, recreado hasta el más nimio detalle, y de la pieza adyacente, un comedor para el servicio, hacía calcular una servidumbre no menor de la docena de individuos o incluso un poco más. Por lo menos un mayordomo, una cocinera con un par de ayudantes, un ama de llaves, tres damas y varios lacayos, aparte del cochero y limpiadores.
Después de la “humilde cocina” el visitante puede recorrer las distintas estancias desplegadas en tres pisos (piso bajo, primero y segundo) y distribuidas en torno a una escalera principal de mármol: antesala, salones de baile, despachos (uno por cada planta), comedor (con una habitación preparada junto al montacargas para que el servicio pudiera preparar y colocar las viandas preparadas en la cocina), biblioteca, baños, dormitorios (en la planta segunda) y vestidores. Lo asombroso estriba en que la planta primera se asemeja a un palacete francés del siglo XVIII, incluidas las obras de arte que se exponen (pinturas, esculturas, tapices, cerámicas, muebles), un gusto que, pensé, debía corresponder a alguno de sus antiguos moradores. La planta segunda, sin embargo, se había conservado según las apetencias de una mujer de la familia, amante de los caballos, una amazona con mucho estilo. Pero, ¿quién sería?
Justo al llegar a una de las últimas salas, quizá un pequeño despacho, se había instalado una sala de proyecciones y, aunque nuestro francés era casi nulo, decidimos quedarnos a vislumbrar la historia de la familia Camondo. Y, sin embargo, el descanso fue sumamente provechoso. Qué pena que nos hubiéramos ido del lugar sin conocer la luctuosa historia de un linaje que ascendió a los salones más cultivados de Francia o Italia, y descendió a los infiernos durante la Segunda Guerra Mundial. Procedentes de un linaje de judíos sefarditas condenados a abandonar la península por obra y gracia del Edicto de Expulsión de los Reyes Católicos de 1492, los Camondo buscaron su destino en distintos países de Europa (Italia, Austria, Chipre) hasta recalar definitivamente en el Imperio Otomano. Durante el siglo XIX los hermanos Nissim y Abraham Camondo forjaron la fortuna familiar abriendo empresas comerciales por el Mediterráneo, fraguando un entramado bancario de envergadura que se desplegó por Italia, Austria y Turquía, y financiando guerras como la de Crimea. Tras 1889 son sus descendientes Isaac, hijo de Abraham, y Moisés, hijo de Nissim, primos entre ellos, quienes tomen las riendas del imperio económico familiar desde Francia.
Ya por entonces Isaac demostraba un fino gusto por las obras de arte que compraba como inversión. Llegó a codearse con el emperador austro-húngaro Francisco José y su esposa la emperatriz Sissí, con el sultán otomano Hamit II y con el rey de Italia Emmanuel II, quien le otorgó el título de Conde de Camondo. Isaac, en todo caso, demostraba poseer un gusto artístico poco convencional, pues fue capaz de apreciar en sus primeros compases el revolucionario movimiento de impresionistas franceses. Ante el desprecio y la ignorancia de la sociedad, comenzó a comprar pinturas de Monet, Renoir, Pissarro, Degas, Cezanne, Toulouse, Sisley, desafiando los convencionalismos que le rodeaban y ejerciendo de mecenas de una pintura chocante e ininteligible según sus contemporáneos. Hoy luce en las paredes del prestigioso Museo D’Orsay.
Los hijos de Abraham, Nissim y Abraham, decidieron levar anclas y echar el vuelo hacia sociedades supuestamente más liberales, recalando en Francia justo después de la guerra franco- prusiana. El ambiente por entonces no se caracterizaba precisamente por la euforia y el resentimiento antijudío estalló en el momento menos oportuno con el famoso caso Dreyfuss. Es por ello por lo que la familia Camondo se vio impelida a demostrar un sentimiento especial hacia Francia a través de la donación de valiosas obras de arte. Moisés de Camondo, el continuador de la saga, gozaba de una especial predilección hacia el arte francés del siglo XVIII. Por este motivo, construyó su palacio como un alter ego del Petit Trianon versallesco, una copia exacta de la morada de María Antonieta, e incluso adquirió numerosas obras de arte de dicha época. Él era por tanto el morador de la primera planta del museo. Moisés tuvo dos hijos, un chico y una chica, Nissim y Beatriz, la amazona de la segunda planta.
Nissim murió en la Primera Guerra Mundial ejerciendo de piloto de aviación y su padre quedó destrozado por la noticia, viviendo rodeado de recuerdos y de su colección de arte a partir de ese momento. Antes de morir en 1935, legó al estado francés sus propiedades y el legado artístico amasado durante años, especificando que nada debía de ser tocado, que su morada debía de perdurar tal y como él la dejaba, bautizándola con el nombre de su hijo muerto en batalla.
Quedaba Beatriz, la otra hija, amante de los caballos y no de las obras artísticas, la moradora de la segunda planta. Había enlazado matrimonialmente con otra prestigiosa y adinerada familia judía alemana, los Reinach, entre los que se encontraban varios famosos compositores de música. Pero la ocupación nazi y el sentimiento antisemita dinamitó el sueño de una familia: los cuatro, Beatriz, su marido y sus dos hijos, fallecieron gaseados en el campo de concentración de Auschwitz. Con ellos desapareció la saga de mecenas judíos de la familia Camondo, pero no su legado artístico y su memoria.
Carmen Cascón Matas
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hace 3 horas 23 mins - Igual que se hacen tesis
hace 8 horas 32 mins - Según el texto de la
hace 8 horas 46 mins - Hay cosas que no entiendo de
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