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El jardín fuera del cuadro: Giverny
Supe de su existencia sin saberlo en realidad. Mi conocimiento de aquel jardín se limitaba a la contemplación sensorial de los trazos fuertes y expresivos que inundaban sus lienzos. Me dije que no podía ser solo producto de su imaginación, más teniendo en cuenta que los impresionistas pintaban directamente de la realidad. Podían pasarse horas incluso días captando el momento fugaz de la incidencia de los rayos de sol sobre una superficie, bien fueran unos almiares o la fachada de una catedral. Y no con ello me refiero a la minuciosidad nunca completa de un artista como Antonio López, sino con la fuerza de trazo y pincelada de un artista rápido y no por ello menos escrupuloso.
Los lienzos de Monet repetían en el ocaso de su trayectoria dos motivos repetitivos: el jardín y los nenúfares. Y no eran producto de su imaginación, como digo, sino de la contemplación de un modelo real, un jardín de su propiedad al que amó sólo por detrás de su gran pasión artística. En ambas obsesiones, pintura y jardín, se produce una comunión no alejada de sus afanes por representar la naturaleza, la incidencia de la luz en los objetos que nos rodean, el reflejo de los rayos sobre la superficie siempre en movimiento del agua.
Giverny, un pequeño pueblo al norte de Francia, en la Normandía, llamó la atención a un Claude Monet con escasa fortuna en 1883. No en vano formaba parte de un artista incomprendido, expulsado de las galerías de arte como muchos otros de sus colegas por intentar vender unos lienzos inacabados y estrambóticos, inconcebibles para sus contemporáneos. ¿Pretender tomar modelos reales pintando al aire libre? ¿Intentar conseguir atrapar la luz a base de brochazos? ¿Defender que los colores aplicados sin mezclar debían de ser percibidos como un todo en la retina? ¡Horror! Ni un lienzo vendió en sus primeros pasos en la pintura hasta que poco a poco el movimiento fue calando en los ámbitos artísticos y sociales. La situación desahogada de Monet le permitió alquilar primero y comprar después una propiedad en Giverny.
La pequeña parcela compuesta de un jardín y una casita, vivienda durante cuarenta años de la familia, se vio ampliada con la adquisición posterior de otra con acceso a un riachuelo de aguas cristalinas. El vergel significó una inspiración total y absoluta para el artista al encerrar en sí mismo el paraíso soñado para un pintor para el que crear al aire libre suponía la máxima aspiración. La vivienda, además, se abría al exterior creando una ilusión de jardín dentro de la casa. Para la primera parcela Monet plantó árboles frutales y plantas con flores de todo tipo y color, bien organizadas en parterres, bien en completa libertad, al margen de la tiranía humana. En el caso de la propiedad adherida con posterioridad, y dado que poseía acceso al agua, se realizó una obra de gran envergadura para crear un jardín de estilo japonés con pequeños riachuelos que convergían en un estanque. Los impresionistas adoraban la simplicidad y expresividad del arte japonés y Monet rendirá homenaje así a su cultura inspirándose en las estampas niponas que coleccionaba con fruición.
La finca fue motivo de confrontación con los campesinos de la zona y los lugareños no vieron, en un principio, con buenos ojos la llegada de un artista bohemio a su pueblo. Y menos aún que hiciera obras y canalizara a su antojo el arroyo a su conveniencia. La situación se hizo más tensa aún cuando el artista invitó a los primeros amigos pintores a vivir temporalmente en su propiedad, convirtiéndose además con el paso de los años en un polo de atracción para otros procedentes de distintos países.
En los jardines Monet dio rienda suelta a su creatividad. No se cansaba nunca de pintar los mismos motivos una y otra vez desde distintas perspectivas, estaciones del año, horas del día, de manera que el espectador reconoce el lugar sin cansarse de él en ningún momento. Los nenúfares, rompiendo el espejo de las aguas del estanque, fueron su obsesión durante los últimos años de su vida. Gracias a ellos y a la mente genial del artista, se concibieron los impresionantes paneles que se conservan en la Orangerie de la capital francesa, el origen del expresionismo en pictórico.
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