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15 La Cometa: Regalo para Eva
Este relato forma parte de mi libro La sombra y otros relatos, que puede encontrarse en la librería Malú, junto con mi novela Obsesión en Venecia y otro libro de relatos titulado Seis personajes y un cantante.
REGALO PARA EVA
Amalia Hoya
Eva deambula un día más por el Paseo de Gracia; le gusta mucho pasear por la ciudad sin rumbo alguno y suele hacer frecuentes escapadas a Barcelona. Hoy busca algo especial. El domingo será su cumpleaños y aunque sabe que Pere, su marido, le hará un buen regalo, Eva prefiere elegir algún capricho, personalmente: Pere no tiene mucha imaginación.
Mira los escaparates lujosos y se enamora enseguida del nuevo llavero Cartier: un cilindro de platino que lleva oculto un puntero láser. El vendedor alaba las excelencias del artilugio, dice que lo usan los hombres de negocios para señalar sus gráficas en pantalla. No le dice al empleado que lo va a usar ella y lo compra enseguida: le encanta ese punto rojo y ardiente oculto bajo la envoltura fría y elegante; cree que se le parece un poco. Luego recoge el automóvil del aparcamiento y conduce rápido hasta la urbanización.
El domingo, Eva se levanta temprano: es casi el único día que Pere se queda en casa y está impaciente por ver qué le ha comprado. Se viste con esmero, como hace siempre, y baja al porche donde la criada termina los preparativos del desayuno. Nada más verla, su marido se levanta solícito y despliega una amplia sonrisa. «Sonrisa de bobo» piensa Eva mientras le besa educada. No hay ningún paquete a la vista. Pere le entrega un pañuelo, dice que debe cubrirse los ojos con él, es preciso que lo haga si quiere que la sorpresa sea total. Eva acepta, entre extrañada y divertida, no está acostumbrada a que él sea original ni tenga imaginación; aunque eso sí, siempre es muy generoso. Pere compensa, con el dinero, el tedio que causa con su carácter.
Salen de la casa y avanzan por el jardín hasta llegar a la entrada del chalé. Él le quita la venda y Eva no da crédito a lo que ve, aparcado en la puerta, hay un Aston Martin modelo Vanquish de color tabaco metalizado y asientos de piel, de un tono crema que no es descapotable. Pere sabe que a su mujer le apasionan los automóviles, pero no le gusta despeinarse. El regalo sobrepasa con creces todas las expectativas y, a pesar de que las emociones no son la tónica en su matrimonio, Eva besa efusivamente a su marido.
A continuación, incapaz de esperar ni un momento, decide probar el regalo. Se desliza dentro del coche, voluptuosamente, como quien se enfunda unos guantes en un día gélido de invierno. El auto huele a piel, a la madera del salpicadero, a nuevo; todo en él resulta delicioso. Eva cuelga, en el espejo interior, el cilindro de platino comprado en la Diagonal, le parece que los dos elegantes regalos se complementan y deben estar juntos.
Pone el auto en marcha. El motor ronronea con un sonido casi delicado y ella percibe latir toda su potencia, sus infinitas posibilidades. A Eva le gusta controlarlo todo y por eso no pone el automático, prefiere usar las marchas, que responden obedientes bajo su mano. La máquina y ella se comprenden, han establecido una relación ideal. Dentro del coche, todo tiene un tacto de seda y, es tal la suavidad, que Eva se pregunta si es el automóvil o el mundo el que se desliza a toda velocidad a su alrededor.
No tarda en comprobar que, impaciente por estrenarlo, no se ha dado cuenta de que apenas quedaba combustible. Contrariada por la obligación de interrumpir un estado casi místico, busca una gasolinera. Mientras reposta, ve al autoestopista parado en el arcén, es un joven, alto, atlético que, en un principio, no le parece atractivo hasta que lo mira más detenidamente: las piernas largas, las nalgas se ven prietas, enfundadas en el vaquero, los bíceps y la espalda están musculados a golpe de gimnasio; quizás es un poco macarra. De repente, él se gira y ambos se miran; el chico tiene unos ojos interesantes, poderosa mandíbula, nariz rotunda de águila y, al fin, Eva decide que el joven le gusta. El coche y el hombre, dos emociones juntas en el mismo día, son suficientes para impresionar la escasa tendencia emocional de Eva que, no obstante, siempre está dispuesta a rendirse a la belleza y ante lo que parece sugerente y decide llevar al chico con ella.
Eva abandona la autopista y enfila la carretera de la costa; teniendo en cuenta el doble potencial del que dispone, lo mejor será hacer un recorrido más largo, abierto a otras posibilidades, quién sabe si más estimulantes.
El coche vuela a 180 km, apenas nada para un auto que puede llegar alcanzar los 300 km hora, y que se ciñe a las tortuosas curvas como un bailarín experto a su pareja. La mujer percibe la inquietud del compañero de viaje que alarga sus manos hacia el salpicadero, en busca de un lugar donde agarrarse. Eva lo mira de reojo, consciente de que la desazón del hombre va en aumento y, ese miedo unido al diálogo casi amoroso que ha entablado con la máquina, le excitan hasta extremos increíbles, no recuerda haber sentido nada igual desde hace años. Acelera a pesar del riesgo, solo por asustarlo más, por excitarse más; hasta alcanzar casi el paroxismo.
A la derecha de la carretera, ve un desvío y una amplia zona arenosa que forma una especie de mirador sobre el abismo y, sin pensarlo dos veces, entra allí derrapando. El automóvil da vueltas como un trompo, a punto de salir volando sobre el acantilado, pero Eva consigue controlarlo. El copiloto y ella se miran unos instantes y después, sin mediar palabra, salen del deportivo y se abalanzan uno sobre el otro como dos fieras dispuestas a devorarse mutuamente. Se arrancan la ropa, y él la derriba encima del capó.
Eva se hunde en la carrocería y siente que el metal la atrapa en un abrazo poderoso; la ignición se ha puesto en marcha con autonomía propia y el motor se inflama, recibe combustible sin cesar, late ahora igual que un corazón indómito; el filtro del aire susurra en su oído y el cárter, que ya no es seco, rebosa lubricante sin parar. Eva experimenta la electricidad de las bujías invadiéndola, mientras el cigüeñal, altamente revolucionado, empuja hacia ella pistones y bielas. La mujer conoce ahora la fuerza real que tienen quinientos sesenta caballos. Hunde sus uñas en la espalda del hombre, rastrilla con ellas su cabeza; el placer de la doble posesión alcanza un punto casi insoportable.
De repente, Eva se fija en el cilindro Cartier que colgó del espejo retrovisor. El artilugio aletea frenético ante sus ojos, impulsado por el traqueteo de la pasión, y Eva tiene la sensación de que el láser que oculta en su interior se ha activado de repente y, la línea roja atraviesa uno de sus ojos y marca en su cerebro una gráfica menos plana de su vida. Eva pierde el conocimiento.
Es de noche cuando vuelve en sí. Está sentada dentro del automóvil y no hay ni rastro del acompañante. El retrovisor le devuelve la imagen del cabello revuelto y de la ropa en desorden; tiene un aspecto poco presentable, nada usual en ella, y su pulso late descontrolado todavía. Algo tan intenso como lo que ha experimentado no puede ser producto de la imaginación ni de un sueño: ella siempre lo controla todo y a todos. ¿Cómo explicar entonces, tanto desorden?
Acaricia el volante con ambas manos y las luces del coche parpadean dos veces. ¿Habrá tocado sin querer algún botón de encendido? ¿O será la forma que tiene la máquina de darle las gracias?
Le da igual lo que ha pasado, si fue o no real; lo único que sabe es que no desea regresar a su casa, al menos, de momento. Conducirá hasta Barcelona y, después, ya verá. Tal vez la vida pueda sorprenderla de nuevo.
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