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35 La Cometa: Crítica de la película: LA ZONA DE INTERÉS de Jonathan Glazer
Amalia Hoya
A pesar de que no soy crítica cinematográfica, me gusta escribir de vez en cuando sobre las películas que me sugieren o me dejan huella, y ayer vi una que me pareció impactante. Se titula La zona de interés, dirigida y producida por el director inglés Jonathan Glazer que también ha escrito el guion adaptando para el cine la novela de Martin Amis. Es una coproducción británica, estadounidense y polaca que el Reino Unido ha seleccionado como candidata al Óscar 2024 y que ya ha sido premiada en diferentes certámenes, entre otros, en el festival de Cannes. Es la primera que veo de Jonathan Glazer, del que no sé demasiado, pero si los otros films que ha realizado se le parecen, tendré que verlos.
La zona de interés narra la historia del comandante del campo de Auschwitz, Rudolf Höss, de su esposa y de sus cinco hijos, pero no es una historia más sobre los judíos y su exterminio. La originalidad de esta película, lo que la hace tan fascinante, es que el director ha elegido el punto de vista de los verdugos para contar una atrocidad de sobra conocida, sin que aparezcan las víctimas.
Además de la novedad en la elección del punto de vista, Glazer utiliza la elipsis, un recurso retórico que consiste en omitir intencionadamente algún elemento de la narración con el fin de suscitar determinados efectos en el lector o, en este caso, en el espectador. Por desgracia, el cine actual es cada día es más explícito y olvida y desaprovecha con frecuencia este procedimiento que obliga al espectador a participar en la trama, a la vez que estimula la imaginación y los pensamientos.
La elipsis es el mayor acierto en La zona de interés. Durante casi toda la proyección, asistimos a la vida cotidiana de una familia que habita una gran casa rodeada de un jardín pletórico de flores y cuidado con tanto esmero como los cinco hijos del matrimonio. La esposa se encarga del hogar con la ayuda de varias criadas, el comandante acude al trabajo y los hijos, al colegio. En los ratos libres, van juntos al campo, se bañan en el río o en la piscina de la casa, hacen cenas o reuniones con los amigos y juegan con los niños. En resumen, una familia perfecta, modélica y feliz, si no fuera porque, al otro lado del muro ciego que rodea el jardín, está el campo de Auschwitz y los hornos crematorios. El comandante Höss, que al finalizar la guerra sería condenado en los juicios de Núremberg y finalmente ahorcado, lidera el campo con férrea disciplina, el orden extremo que le caracteriza y sin cuestionamiento alguno, amparado por las órdenes de la cadena de mando y el prestigio que le otorgan sus camaradas. Solo poco antes del desenlace de la historia, sufre un espasmo de vómito que podría indicar algún remordimiento, pero enseguida lo supera y sigue descendiendo la amplia y solitaria escalera que se va oscureciendo cada vez más, como metáfora de su bajada total a los infiernos.
En ningún momento se muestra el campo ni a los presos, a excepción de las criadas, meras sombras sin voz ni apenas rostro. El contraste entre lo que sabemos y lo que intuimos y las idílicas imágenes que presenciamos es demoledor. La vida cotidiana de esta familia, lejos de aburrir, subyuga al espectador, ya que, en realidad, asistimos a una obra de terror sin necesidad de recurrir al maquillaje, a sobresaltos, o a efectos especiales; aquí los monstruos son guapos, se aman, sonríen felices, cuidan con cariño al caballo y al perro, se preocupan porque los lilos sean podados de la forma correcta para que den floración, o se preguntan si la tela de los visillos tiene la caída adecuada.
El contrapunto a la belleza lo ponen varios detalles repartidos a lo largo de la historia:
El humo constante de las chimeneas del campo como telón de fondo, lo que no impide a Hedwig, la esposa del comandante, mostrar a su bebé lo bien que huelen las rosas, obviando el olor de las cenizas.
La niña pequeña deambula por la casa incapaz de dormir, quizá asustada por los gritos y ruidos que a veces llegan del otro lado del muro. El padre la lleva a la cama y lee el cuento de Hansel y Gretel. Entonces, tal vez soñadas por la niña, aparecen imágenes filmadas en blanco y negro que, al ser mostradas en negativo, convierten los tonos oscuros en blancos que brillan de forma extrema. Y estas imágenes, unidas a la lectura del cuento, ilustran por sí mismas la pesadilla terrorífica.
Los visillos teñidos de rojo por el resplandor del fuego, durante la noche, obligan a la madre de Hedwig a marcharse de la casa sin despedirse siquiera al comprender lo que sucede. Su hija, en cambio, permanece impasible ante cualquier acontecimiento, incluso es capaz de probarse con deleite un abrigo de visón procedente del expolio, o pintarse con el pinta labios que ha encontrado en el bolsillo para comprobar si le queda bien. Hedwig es un personaje que carece de la menor empatía, tremendamente dura y egoísta, una trepadora de baja extracción social que jamás pondrá en peligro el estatus que cree haber conseguido, que se resiste a abandonar sus privilegios, incluso, aunque tenga que negarse a seguir a su marido al nuevo destino.
La única escena de sexo también recurre a la elipsis. A la presencia de la víctima elegida, sigue la del comandante penetrando un túnel largo y oscuro que conduce del campo a la casa y termina en el lavadero del sótano; en la pila, se lavará el hombre antes de ir al dormitorio donde la esposa duerme, o finge dormir, probablemente feliz de que no la molesten.
Pero, sobre todo, el horror implícito que hay en esta historia lo subraya la música, si puede llamarse así a una partitura electrizante que sobrecoge y atemoriza. Una mezcla de sonidos de maquinaría mal engrasada, de puertas que abren y cierran y a veces, se convierte en un sonido cavernoso similar al que haría el ogro de un cuento, especialmente, cuando acompaña a las imágenes en blanco y negro. La música es de Mica Levi un compositor y cantante británico, muy joven. También ha sido nominada para el Óscar.
En definitiva, La zona de interés deja huella y hace reflexionar: el monstruo puede habitar dentro de cualquiera de nosotros y salir a la superficie, si las circunstancias lo permiten. Porque, como diría Julia, uno de los personajes de mi nueva novela, Vínculos de sangre, que saldrá publicada en breve: Si se trata de alguien cercano, podemos entender y respetar las diferencias, pero un día cualquiera unos cuantos se inventan la historia, imponen sus ideas y consiguen que nos odiemos. Y es muy fácil destruir a los seres humanos, cuando previamente han logrado convertirlos en una masa despersonalizada, sin rostros ni sentimientos.
Según mi criterio, La zona de interés merece los premios obtenidos, y es mi candidata favorita al Óscar como película extranjera.
Madrid, 26 febrero 2024
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