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La soledad, epidemia del Siglo XXI
Iván Parro
Hace un mes nos enteramos por los medios de comunicación que el Reino Unido creaba el Ministerio de Soledad, una noticia cuanto menos sorprendente, novedosa, pionera y que da mucho que pensar. Según el Gobierno británico el objetivo de este nuevo ministerio es resolver un asunto que afecta a millones de personas y que se está convirtiendo en una de las graves epidemias de nuestro siglo.
La soledad o aislamiento es un problema que padecen muchos millones de personas en todo el mundo, cuyas consecuencias afectan tanto a la salud mental como a la salud emocional y física. Algunos estudios han constatado que las personas solas tienen más probabilidad de desarrollar enfermedades cardíacas, diabetes o cáncer, con un considerable aumento en las probabilidades de morir de un 26 por ciento.
Reino Unido ha dado los primeros pasos para atajar este problema, reconociéndolo, aceptándolo y buscando soluciones innovadoras y globales para paliar esta terrible situación que según los datos está afectando ya a nueve millones de británicos, la mayoría mayores de 75 años o con algún tipo de discapacidad.
La Comisión para combatir la soledad nació inspirada en Jo Cox, diputada laborista que, entre otras peticiones, reclamó más ayudas para las víctimas de la guerra en Siria y defendía la inmigración, la cual fue asesinada a puñaladas y disparos por un extremista.
Es paradójico pensar cómo dentro de un mundo cada vez más interconectado, sin fronteras, donde la comunicación es más fácil y más inmediata, existan millones de personas que se sienten solas. Internet y el Whatsapp nos ayudan a comunicarnos mejor, más rápido, con más libertad, pero a la vez permite esconder o anonimizar a las personas detrás de nombres o perfiles falsos, los cuales las más de las veces utilizan en las redes sociales como medio para decir lo que no se atreven a decir en público o para expresarse como no lo harían de otro modo.
Y luego está la soledad impuesta, cuando ya no te queda nadie, cuando la familia, la sociedad, los amigos y el universo te han abandonado, cuando apenas intentas sobrevivir entre cuatro paredes, cuando cada día esperas una llamada, una visita, un contacto personal que nunca termina de llegar. Pienso en todas aquellas personas que por obligación o por elección quieren vivir en soledad, espíritus libres o almas condenadas que poco a poco se apagan, que poco a poco enferman. Son aquellas personas que mueren solas, sin nadie a su lado, sin nadie que les dirija la última mirada, la última caricia o el último beso. A veces las mascotas con las que puedan haber convivido los últimos años de sus vidas son las únicas que permanecen ahí, quietas, expectantes, inquietas, sabedoras de que algo está pasando pero sin tener los conocimientos ni las capacidades para actuar, pero generosas en un acompañamiento mutuo y mágico en el que sin decirse nada ni hablarse lo están sintiendo y diciendo todo.
La soledad mata y por soledad se muere. Es una de las anunciadas pandemias de nuestro siglo, como lo son las del cáncer, la diabetes, las nuevas adicciones tecnológicas, la depresión o los trastornos del sueño. Son realidades que están ahí, que convivimos con ellas, de las cuales todos seguramente conocemos a alguien que las haya padecido o las esté padeciendo, y a las que los poderes públicos deben dar una respuesta adecuada y la sociedad ha de estar preparada para lo que ha de venir.
Quiero dedicar varias colaboraciones a esta problemática tan importante y que aumenta cada vez más. Próximamente dedicaré este espacio a hablar sobre la soledad en nuestro país y las consecuencias que conlleva el vivir solo, que son muchas y considerables.
Para terminar por ahora quiero compartir la historia de Felicidad, una de tantas otras de soledad y abandono, el relato de una mujer anciana que vive sola y que transmite sus sensaciones, una historia que creo refleja la situación por la que pasan muchos ancianos que sufren esta situación, mayores que viven solos y se sienten solos (tienen la doble problemática), un relato que espero nos ayude a pensar y a valorar como se merece el tema que nos ocupa y ponerlo así en nuestra agenda de inquietudes importantes.
“Felicidad vive sola desde hace más de diez años, pero aún no se acostumbra. Cada mañana se levanta sobre las ocho, porque su sueño se ha ido reduciendo a medida que han crecido sus años. Se hace el desayuno y se toma sus pastillas con café mientras enciende la tele por primera vez en el día. Dormita hasta las 12 en el sofá, cuando se levanta a hacer la cama y pasa la mañana arreglando la casa. A veces se hace la comida, y otras, por no cocinar solo para uno, se compra algo en el bar de abajo.
Las tardes transcurren viendo la telenovela, haciendo crucigramas y arreglando las plantas de su terraza en Lavapiés. Algunas, menos de las que le gustaría, queda con alguna amiga a tomar un café o dar una vuelta el rato que le permitan sus piernas de 74 años. La mayoría de sus amigos y familiares se le han ido muriendo: “Yo antes nunca me sentía sola, siempre tenía alguien para hacer cosas”, cuenta con un deje portugués de su Braganza natal, la que dejó con 19 años para casarse con un madrileño. A Felicidad de las Gracias la soledad le ha ido acorralando; un día se encontró sin vida a la vecina de su izquierda, con la que compartía muchas tardes, y al poco tiempo, los olores y los bichos del piso de la derecha le alertaron de la muerte de su vecino, ocho días después de fallecer. Los dos también vivían solos.
Cuando cae la noche llega el peor momento del día. Entonces, dice, “un bichito” de angustia se le cuela por el cuerpo y el vacío se apodera del salón en el que un día veía la tele con su difunto marido y sus dos hijos. No les ve desde Navidad y solo han hablado por teléfono en un par de ocasiones en este tiempo, a pesar de que viven también en Madrid: “No tienen tiempo para llamarme porque trabajan mucho y tienen su vida, yo lo entiendo”.
Para combatir esa sensación coge el teléfono y llama a alguien, “me está entrando”, les dice, y habla de todo, o de nada, por el gusto de compartir el tiempo. A veces también se sienta en su terraza, donde ve todo Madrid, y se queda contemplando las luces que salen de las casas: “Cada ventanita tiene sus alegrías y sus penas, como todo”. Entrada la noche, se mete en la cama a ver la tele hasta que el sueño la vence. “Y así siempre, cada día es igual que el anterior”. (El Confidencial, 16 abril 2017)
Cualquier comentario, aportación, sugerencia o experiencia es siempre bienvenida. Gracias por su participación.
“Nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos solos y todos nuestros actos y esfuerzos tienden a huir de esa soledad” (Guy de Maupassant)
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