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Desarrollo y educación básica: una propuesta
“Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad”
(Karl Menninger)
Tengo que confesar que me emociona mucho la inocencia que transmiten los niños. Hace unos días estaba con mi sobrina pequeña de dos años jugando. De pronto mira hacia la luna y dirigiéndose a ella le pregunta: -¿Quieres jugar conmigo?
Aunque aún es muy pequeña ese gesto inocente me marcó sobremanera durante todo la tarde. ¿Qué estaría pensando al decir eso? ¿Qué curiosos fenómenos se producirían en su alma para pedir algo imposible a ojos de los adultos pero posible y factible en su corazón? Me acordé de nuestros padres cuando tantas veces nos decían que si también nosotros queríamos la luna (y estoy seguro que a día de hoy muchos padres aún se lo siguen preguntando a sus hijas e hijos). Mi sobrina Vega quería la luna, sí, pero tan solo para jugar con ella como si la luna fuese una más. Me pareció algo muy hermoso y me llevo casi de inmediato a reflexionar acerca de cómo se educa y se transmiten la cultura y el conocimiento en muchos colegios desde edades muy tempranas. Mi pequeña sobrina soñadora me dio una lección de pureza, de candidez e inocencia difíciles de olvidar.
En cuanto a la educación infantil quisiera comentar que quizá sea posible hablar de educación sin hablar necesariamente de desarrollo (cosa que dudo), pero lo que debemos tener claro es que al hablar de desarrollo es imprescindible tener en cuenta a la educación; es fundamental considerarla como una de las variables más decisivas de la ecuación, ya que quizá sea posible una educación sin desarrollo, o formular una ecuación educativa que no tenga en cuenta o que no dé la importancia que se merece a la misma, pero para que exista un auténtico y sólido desarrollo es condición indispensable un buen nivel educativo, es primordial una adecuada formación tecnológica y es necesaria una apropiada cultura de la igualdad y de la paz en todas y cada una de sus vertientes y posibilidades.
Un país, cualquier país, es capaz de ser tanto más fructífero económica y socialmente cuanto más desarrollado e implantado tenga su sistema educativo, o dicho de otro modo, cualquier país es capaz de avanzar socialmente en función de su implantación y calidad educativa. El examen mundial que realiza la OCDE en todo el mundo (y que conocemos como informe PISA) para evaluar las habilidades lectoras, matemáticas y científicas de los estudiantes, reveló que los mejores sistemas educativos mundiales en 2018 (el último año en el que se publicaron resultados) eran los siguientes: China, Singapur, Estonia, Canadá y Finlandia. De estos países tan solo China y Canadá forman parte del grupo del G20, compuesto por las principales economías industrializadas y emergentes del mundo.
Por otro lado podríamos pensar que a mayor inversión educativa, mayor desarrollo, aunque no es así. Podemos citar como ejemplos los siguientes países: Suiza, país que alcanzó el puesto número uno en inversiones para investigación y desarrollo (I+D) en 2020 pero que obtuvo el número 3 en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) con datos de 2019; Suecia (puesto 2 en I+D y 7 en el IDH); Países Bajos (puesto 5 en I+D y 9 en el IDH); Finlandia (puesto 7 en I+D y 11 en el IDH). Y otros países con grandes inversiones en educación pero que están lejos de los primeros puestos en Índice de Desarrollo Humano como Estados Unidos (17 en IDH), República de Corea (23 en IDH) o Reino Unido (13 en IDH).
Es muy importante y primordial invertir adecuadamente en la educación infantil y en la educación primaria, o aceptando un término más genérico, en la educación básica, la de los primeros años, la inicial e inaugural. Su importancia radica en que es uno de los primeros espacios de desarrollo social de la infancia. En la escuela primaria los niños y las niñas tienen su primer contacto serio con el mundo exterior, comienzan de verdad su etapa socializadora y están forzados a poner en práctica métodos para la resolución de conflictos con sus iguales, una práctica decisiva después en el mundo adulto.
Fortalecer e invertir como se merece en la enseñanza primaria seguramente logrará una generación de adolescentes hábiles, cuidadosos, prácticos, igualitarios, más conscientes del mundo que les rodea y con la suficiente capacidad para elegir y seleccionar de una manera más racional ante los desafíos que esta sociedad líquida, hedonista, globalizada e hipertecnológica les vaya planteando en su recorrido vital.
Quizá una educación primaria universal más sólida, con buenos educadores que sepan transmitir modelos y actitudes de tolerancia, igualdad, responsabilidad y solidaridad, y con buenos educandos que interioricen esos valores y puedan realizar unas buenas prácticas con ellos, siembre y haga crecer la semilla de la esperanza para que el mundo pueda cambiar y se convierta en ese lugar precioso y grandioso que todos deseamos en el que podamos vivir libres, felices y en paz, sin violencias ni pobrezas que nos desvíen hacia la maldad o la iniquidad.
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