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27 Darío de Regoyos: sus andanzas por Béjar y Candelario
Hace unas semanas se inauguró una exposición en el Museo Thyssen de Madrid dedicada a Darío de Regoyos (1857- 1913), el mejor y más puro impresionista español, aún no valorado en su justa medida por un gran público más apegado a los luminosos pinceles de Sorolla o a la contenida quietud de Ramón Casas. Regoyos, viajero empedernido, captó con gran perfección el espíritu de aquella España negra novecentista tan bien descrita mediante la palabra por Unamuno o Pío Baroja y mediante el color por Regoyos, Zuloaga o Gutiérrez Solana. De la decepción y la falta de esperanza surge la indefectible llama de la cultura que abrasa a una sociedad hundida bajo el peso de la pérdida de las colonias y la toma de conciencia del fin de una etapa gloriosa siempre en entredicho. Los artistas del momento captan con cariño paterno el torbellino contradictorio de la modernidad entrando en colisión con la inamovible tradición de un pueblo aferrado a las tradiciones, a la religión y a los sellos de identidad del españolismo más puro. Por su parte, los intelectuales, en consonancia con estos, al plasmar ese choque de trenes, no adquieren el ánimo malsano de críticos perversos, sino que se convierten en testigos defensores de las raíces de un árbol enfermo y en descomposición con esperanzas de curación.
Darío de Regoyos, en sus viajes por la península y Europa, condujo sus pasos hacia Béjar en la fecha mítica de la primavera del año 1900. Cántabro de nacimiento, sus lienzos destacan por la presencia casi obsesiva del paisaje como protagonista, tratado a la manera del plen air francés, con un gusto noventayochista por la mezcla entre las escenas tradicionales y la modernidad. Así no es extraño encontrar en sus obras como protagonistas a negros participantes en una procesión religiosa envueltos en el humo del tren, símbolo del progreso y del avance de la técnica.
El pintor paseó por las calles de Béjar, sí. Probablemente llegó a la ciudad en tren y quedaría sobrecogido por la visión del monte del Castañar poblado de árboles y la sierra nevada desde el mismo momento en que el ferrocarril salió cual gusano de las entrañas de la tierra bajo la ciudad y entró a marcha lenta en la estación. En su estancia pintó varios lienzos, todos ellos ahora en colecciones particulares, y de ella se hicieron eco en su momento Ángel Gil y Óscar Rivadeneyra (1), de los cuales tomo muchos de los datos que hoy expongo.
El lienzo más emblemático que dejó de su paso por Béjar es Huelga en Béjar en 1900 (40,5 x 32,5 cm), firmada por la propia mano del artista en el ángulo inferior izquierdo. Pintado desde uno de los balcones de la Plaza Mayor, quizá desde un edificio adyacente al Ayuntamiento, entonces Cárcel, el centro de la escena es un pelotón de hombres colocado en el centro de la Plaza, próximo a una iglesia de El Salvador que el artista no ha querido representar. Los soportales y edificios del lienzo norte de la Plaza enmarcan las traseras de la escena, mientras que en su parte inferior los tenderetes del mercado de los jueves dan profundidad al lienzo. Regoyos, sensible al desarrollo industrial textil y a las desigualdades que engendraba, se convierte en un cronista de los hechos ocurridos a modo de fotógrafo. La escena es estática, muda, sin acción. Los trabajadores textiles esperan unidos, formando piña, temiendo la carga policial de los soldados situados al fondo, hormigas negras desdibujadas. Los hombres de los tenderetes y el embozado en buena capa bejarana del primer plano asisten mudos al acontecimiento. Parecen ser las doce de la mañana por la incidencia de los rayos del sol. Como bien nos informó Óscar en su artículo (2), la obra fue adquirida por el músico Isaac Albéniz, gran amigo del pintor. Ángel Gil apuntó en su artículo de marzo de 2001 que el lienzo había sido expuesto en París (1901), San Sebastián (1905), Barcelona (1912), Madrid (1986) o Bilbao.
Los otros dos lienzos que Regoyos pintó en su estancia en Béjar reflejan la naturaleza exuberante que nos rodea. El pino de Béjar asombra por su simplicidad compositiva: un pino es el protagonista de una escena plácida y sin apenas presencia humana. El árbol se alza ante una puesta de sol situada a espaldas del espectador, mientras le enmarca por su lado derecho una tapia y a su izquierdo se abre la inmensidad del paisaje bejarano, con la sierra nevada al fondo y el monte, pleno de verdes, en el plano intermedio. Una hilera de chopos bordea un camino por el que pasean algunos viandantes. Por su posición diríase que el pintor se ha situado en la parte oeste de Béjar, fuera de las murallas, en una zona baja, quizás cerca de la Fábrica de Gómez-Rodulfo.
Día de viento en Béjar (21,5 x 32,5 cm) recoge una vista parcial de la ciudad desde, más o menos (los bejaranos pueden opinar), la Fuente del Lobo o el camino que va desde Santana a La Centena; es decir, que el pintor colocó su caballete y lienzo en el monte captando así la cara sur de Béjar. Las traseras de los edificios de la Calle Mayor se encuentran en un segundo plano, medio ocultas por cinco chopos situados delante de la vista del espectador. Sus ramas se mueven por la acción del viento, reflejando los rayos de sol de la tarde. La torre de la iglesia de San Juan se recorta sobre un fondo protagonizado por los montes pedregosos de los picos de Valdesangil. El movimiento de los chopos es, en este caso, el protagonista principal de la escena (3).
Sus pasos no sólo recogieron algunas escenas de Béjar, sino también de Candelario. Después de inspirarse en la ciudad textil se acercó a la localidad chacinera trasladando su hospedaje a una pensión cercana a la ermita del Humilladero (4). En Sierra de Béjar, la hora pálida varias mujeres del pueblo, ataviadas con su traje típico de uso diario, caminan a hora temprana por las cercanías del hoy parque. Al fondo, las casas de Candelario se apiñan mientras la torre de la iglesia, coronada por la desaparecida espadaña, se alza enhiesta por encima de los tejados. La nevada sierra ofrece el contrapunto deslumbrante a la escena. Existió otra versión de este mismo tema del cual se ha perdido la pista.
Con el simple título de Candelario bautizó a otra pequeña obra pintada junto a la Ermita del Humilladero. Sólo se puede apreciar de éste el tejadillo de la entrada, mientras que el pincel de Regoyos se detiene en la representación de la Calle Mayor, las casas apiñadas del pueblo y la sierra, como siempre nevada, captando toda la luz. Un cuarteto de paisanos sentados se calienta al sol primaveral, aún fresco.
En la duda queda el motivo de su estancia en Béjar. No eran infrecuentes sus largos viajes por Europa y España, pero ¿por qué esta ciudad precisamente? Ángel Gil (5) ofrece la posibilidad de que su amistad con Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca por entonces y gran conocedor de la Sierra, le indujeran a hacer un alto en el camino. No sería de extrañar pues Unamuno frecuentaba la ciudad tanto por su cargo universitario como por su amistad con varias personalidades que tenían Béjar como lugar de residencia (Marcelino Cagigal Valdés, director de la Escuela, era uno de ellos, como bien ha demostrado Javier R. Sánchez Martín (6)). En todo caso es cierto que Regoyos recaló en la ciudad durante el transcurso de un viaje desde Irún (su lugar de residencia) a Salamanca, atrayéndole su paisaje y paisanaje, un honor que Béjar le agradece más de cien años después.
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Notas:
(1) RIVADENEYRA PRIETO, Óscar: Maestros de la pintura en Béjar (siglos XVIII, XIX y XX). Revista de Ferias y Fiestas de la Cámara de Comercio e Industrias de Béjar, 2006. GIL RODRÍGUEZ, Ángel: “Más información sobre el pintor Darío de Regoyos”. Semanario Béjar en Madrid, 1 de Junio de 2001. Parte de este artículo se basa en un artículo anterior mío publicado en Pinceladas de Historia Bejarana titulado “El pintor Darío de Regoyos y su visión pictórica de Béjar y Candelario”.
(2) Ibídem.
(3) GIL RODRÍGUEZ, Ángel: “Más información sobre el pintor Darío de Regoyos”. Ob. cit.
(4) GIL RODRÍGUEZ, Ángel: “Darío de Regoyos, pintor enamorado del paisaje”. Semanario Béjar en Madrid, 16 de marzo de 2001, citando una conferencia de Óscar Rivadenyra en el Casino Obrero de Candelario en verano de 2000. Los datos que ofrecemos de la estancia y la obra de Regoyos en Candelario proceden de ésta.
(5) GIL RODRÍGUEZ, Ángel: “Darío de Regoyos, pintor enamorado del paisaje”. Semanario Béjar en Madrid, 16 de marzo de 2001.
(6) SÁNCHEZ MARTÍN, Javier Ramón: “Correspondencia de Cagigal a Unamuno”. Revista Estudios Bejaranos nº 13 y 14. CEB y Ayuntamiento de Béjar, 2012 y 2013.
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