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Crónicas hispano-cubanas: La Pepa y el abre y cierra del ataúd de Cristóbal Colón
La Constitución de Cádiz, por su signo liberal, fue acogida en Cuba con entusiasmo, sobre todo por la boyante y poderosa aristocracia criolla, que padecía las restricciones al comercio y la industria isleños en detrimento de sus finanzas. La producción azucarera vivía un auge inaudito y la destrucción de los cafetales de Haití tras la revolución en esa posesión francesa, había propiciado que Cuba se convirtiera en el primer productor de café. Y tal vez entonces se dijera de cualquier poderoso en Península que era “más rico que los ricos de Cuba”.
Las perspectivas de desarrollo económico en 1812 eran tantas, que La Pepa llegó como anillo al dedo en el justo momento en que la intensa expansión de la producción de azúcar comenzaba a devorar los cafetales. El único problema de aquellos opulentos señores era que los que producían el azúcar eran esclavos.
Coincide la Constitución de Cádiz con la bonanza económica en la Isla y con el reverdecimiento del sentimiento de pertenencia a una nacionalidad que ya no era la española y que había ido diferenciándose por la asimilación de una cultura propia y, entre otras cosas, por las diferencias que la Corona se había encargado de establecer entre españoles peninsulares y los españoles de América. Y todas ellas tendían a perjudicar los bolsillos de la aristocracia criolla. El modelo de los acaudalados hacendados cubanos eran los Estados Unidos de Norteamérica y, en particular, los estados esclavistas del sur de ese país.
Los primeros ejemplares de la Constitución de Cádiz llegaron a La Habana, el 13 de julio de 1812 en la goleta Cantábrica. El 21 se proclamó la Constitución con jolgorios solemnes y, en un acto que podría verse como adelanto de lo que esperaban obtener los ricos criollos de aquella constitución que abría un margen de libertades, fue colocado un ejemplar dentro del féretro de Cristóbal Colón, quien se encontraba sepultado en la Catedral de La Habana, que no era de La Habana a secas sino de San Cristóbal de La Habana. Fue una ceremonia que no dejaba de tener los ribetes paganos de una ofrenda al santo de La Habana, esqueleto por medio, para que se hiciera realidad lo que estaban pensando.
El texto de la Constitución que entonces se puso a buen recaudo en el sarcófago del Descubridor contenía, además de los derechos que establecieran, un par de resultados específicos que tuvieron que ver con la gestión de los dos Diputados cubanos a las Cortes: Andrés de Jáuregui , por La Habana, y Juan Bernardo O’Gavan y Guerra por Santiago de Cuba. El primero, miembro de una familia de productores de azúcar y el segundo, un miembro destacado del clero.
Jáuregui puso todas las piedras que estuvieron a su alcance para evitar que se aboliera la esclavitud. Lo hizo con tal denuedo que el tema fue pospuesto para su estudio en la Comisión Constitucional, de la cual formaba parte. Se salió con las suyas; la esclavitud salió indemne. Por su parte, O’ Gavan centró su atención en la abolición del Santo Oficio y su empeño se vio recompensado. Si bien Andrés de Jáuregui respondía y luchaba por los intereses económicos de la “sacarocracia” cubana, O’ Gavan lo hacía por otro tema de suma importancia: la apertura del pensamiento isleño, que se alejaba de los viejos conceptos solidificados por la Iglesia española y se abría a otros horizontes dentro caldo en que se cocía la nacionalidad cubana en una apertura ideológica peculiar, en la que el Obispo Espada y las reformas de la enseñanza que promoviera eran una punta de lanza.
Los cubanos --no sólo aquellos dos diputados-- que tuvieron una relación directa con La Pepa, sabían lo que querían e intentaban conseguirlo con Constitución o sin ella. De ellos dijo un historiador: “Los cubanos, especialmente capacitados para adaptarse a las circunstancias, sabrán aprovecharse de la debilidad de la metrópoli”. De hecho, del lado napoleónico también había diputados de la Isla, encabezados por Gonzalo O’Farrill, resolviendo los mismos problemas y sin que entre ellos hubiese diferencias de ideas y objetivos.
Pero la historia es más larga. El propio Jáuregui tomo parte de un plan para deponer a Fernando VII y llevar al Trono a su hermana, la Infanta Carlota, que reclamó ese derecho por ser la única integrante de la Familia Real que no estaba en prisión o que había abdicado a sus derechos. La aristocracia cubana podía imaginar cómo sería la vuelta de Fernando VII y estaba dispuesta a jugar todas sus cartas.
Cuando se reinstauró el absolutismo, en La Habana corrieron a sacar La Pepa del ataúd de Colón y a celebrarlo con fiestas populares, en tanto procuraban la libertad de comercio con los Estados Unidos. En el Seminario San Carlos y San Ambrosio, durante el retorno de la Constitución de Cádiz, se abre la Cátedra de Constitución, llamada “Cátedra de la Libertad”. Y años más tarde, cuando en España estalla La Gloriosa, la Revolución de 1868, los cubanos no perdieron tiempo y declararon su Guerra de Independencia, que duró diez años.
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