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Alberto Segade propone crear en El Bosque un Centro de interpretación del linaje de los Zúñiga
EL BOSQUE Y LA SAGA DE LOS ZÚÑIGA.
Voy a lanzar una propuesta para `El Bosque´, espero no cometer un sacrilegio, ya que no soy especialista en el tema. Pero en numerosas ocasiones, me he manifestado públicamente exigiendo una solución para este Bien Cultural que nos pertenece a todos desde hace más de un cuarto de siglo y aún no tiene definido un uso acorde a su entidad y que cuente con el consenso de la mayor parte de la ciudadanía. Por esta razón, ya que no me parece razonable demandar soluciones sin ofrecer alternativas, me decido a exponer mi tesis.
Si no estoy equivocado, los especialistas coinciden en que es necesario mantener el Bien Cultural de la manera más fiel a su época de mayor esplendor como finca de recreo ducal, incluidos los jardines y elementos añadidos con posterioridad. Desde mi ignorancia, me parece lo correcto y adecuado, en línea con las inversiones realizadas, con mejor o peor fortuna, hasta ahora.
¿Pero qué sentido y viabilidad económica tiene mantener todo el recinto y los jardines como los chorros del oro sin otro valor añadido? Sentido quizá tenga, pero viabilidad económica poca, a no ser que añadamos algo más, un argumento que sea tan magnífico como ese escenario. La respuesta está en el gorgoteo del agua de la fuente de los ocho caños o en el trinar de las aves que anidan en su selva de robles y castaños, los mismos sonidos que escucharon quienes construyeron este conjunto palaciego para su uso y disfrute, Los Zúñiga.
Esta importante estirpe, que ocupó durante muchos siglos un papel relevante en la historia de España, se mantuvo al servicio de la Corona (sabiendo guardar muy bien su propio interés) en Europa y América como gobernantes, virreyes, militares, diplomáticos, religiosos, escritores…, incluso hay un santo y un alcalde de Madrid en el listado de los 66 ilustres personajes (que, en su mayoría, merecen capítulo aparte en la historia de nuestra nación sobre todo cuando era un imperio) pertenecientes a esta casa a la que se han concedido 32 títulos nobiliarios (6 Ducados, 17 Marquesados, 8 Condados y un Vizcondado)
Los Zúñiga edificaron 24 castillos y palacios en España, entre ellos el de Monterrey en Salamanca y el Palacio Ducal de Béjar. El propio Emperador Carlos que creó la orden del Toisón de Oro, impuso el collar al segundo duque de Béjar y Plasencia y al Tercer conde de Miranda del Castañar, que fueron mecenas y aliados suyos, sumándose a la orden otros seis del mismo linaje en el transcurso del tiempo.
Mi propuesta es crear en el palacete un Centro de Interpretación, que es como ahora también se llama a los museos, en el que se refleje la grandeza del linaje de los zúñiga; tal cual se la podría uno imaginar en la villa que tenían para cazar o pasar sus veladas de verano escuchando música o celebrando la placidez del entorno.
Supongo que los retratos, semblanzas y biografías de los 66 zúñigas ilustres junto a la referencia sobre sus actividades a lo largo y ancho del planeta, además de las imágenes o maquetas de los 24 castillos y palacios que ordenaron construir, ya darían contenido para una interesante exposición temporal de paneles. Pero mi propuesta va más allá, se trataría de partir de esa base para erigir un espacio interpretativo donde, utilizando los medios técnicos que hoy en día están a nuestro alcance, se expusiera la saga del linaje, que regentó esta tierra durante varios siglos, bajo una forma feudal de gobierno basada en la donación hereditaria de tierras y vasallos y que condicionó de manera notable la vida de nuestros antepasados.
También se debería recoger el testimonio de quienes lucharon contra las prerrogativas de sus señores. Como fue el enfrentamiento por el desvío del curso natural de las aguas hacia los jardines de El Bosque, que junto con la posesión y usufructo de las castañas del monte, la caza de los bosques, las truchas de las lagunas y otras 31 cuestiones fueron motivo de discusión, durante el siglo XVI, entre los duques y la ciudad de Béjar; manteniéndose un largo pleito, desde el 15 de enero de 1555 hasta el 27 de enero de 1577 entre la villa y la duquesa doña Teresa, en el que la segunda defendía los privilegios de su señorío y la primera su Fuero. O el caso de Diego López, quien consiguió en 1782 autorización, por Real Cédula del Rey Carlos III, para tener su propio tinte, lo que hasta entonces estaba prohibido a los fabricantes locales, anulando el monopolio ducal sobre esta actividad.
La historia que nos pertenece a todos en Béjar, tiene mucho que ver con este linaje, tanto por su influencia cultural, administrativa e industrial, como por las consecuencias de su decadencia. En este sentido, es curioso comprobar cómo la edad de oro de nuestra ciudad coincide, exactamente, con la abolición del señorío. Pero también la historia imperial de España, entre los siglos XVI y XIX, está marcada por el devenir de los zúñiga, lo que magnifica su interés a uno y otro lado del Atlántico.
La fuerza del legado de los Zúñiga, con sus luces y sus sombras, sería, en mi opinión, el detonante que haría florecer nuestro jardín de El Bosque. Sin dejar de ser nunca lo que fue, una villa de recreo para solaz exclusivo de los señores, pero a la que ahora accederíamos todos los nuevos propietarios, conociendo la historia de la familia que se dio el capricho. Una historia que también es parte importante de la nuestra.
Alberto Segade Illán. 29 de Enero de 2024
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Que
hace 1 día 12 horas
Alberto, antes de formular propuestas conviene leer lo que ya propusieron otros, no vaya a ser que acabes descubriendo el huevo frito. Mucho antes de que a ti se te ocurriera esta idea ya estaban publicadas otras en la misma línea de un centro de interpretación en El Bosque; al menos en una de ellas se recogía un apartado sobre los comitentes de la villa de recreo, el linaje Estúñiga-Zúñiga, pero iba más allá de ese exclusivo bloque temático. En mi opinión, por muy importante que sea este linaje en la Historia de España, que lo es, lo verdaderamente singular es la villa misma, en tanto que testimonio completo de la ideología anti-urbana europea desde mediados del siglo XV, aunque sin olvidar el entorno en el que fue creada, declarado por la UNESCO, en 2006, como Reserva Mundial de la Biosfera. Por eso las propuestas planteadas hace años son más diversas y completas que la que expones.
En cualquier caso, no nos engañemos: que el Palacete tenga un uso expositivo como centro de interpretación no resuelve esa tontería que algunos no os quitáis de la cabeza, eso de la "viabilidad" económica tan pregonada; es más, tu idea supondría inyectar más dinero público para montar el centro de interpretación sin que por ello se garantice el mantenimiento del conjunto. A mí me parece bien esa intervención pública (aunque sea prescindible), pero lo importante, lo prioritario, es proteger, conservar y mantener la villa de recreo, y no tiene nada que ver lo uno con lo otro.
En cuanto a eso de que un jardín se quede corto con ser conservado "sólo" como jardín ("sin otro valor añadido", dices), me parece que también te queda mucho por leer y por conocer: ¿por qué La Granja puede ser "sólo" un jardín y El Bosque de Béjar no?, ¿te parece poco valor añadido para Béjar contar con uno de los poquísimos Jardines Históricos de España y el más antiguo de los tres declarados en Castilla y León?
José Muñoz
Agradezco tu comentario, apreciado Pepe, en el que me reconvienes suavemente por ser poco leído y tratar de reinventar el huevo frito. De todas maneras me alegra comprobar que he sido capaz de tener la misma idea que los eruditos. Aún así, insisto en mantener mi propuesta porque sigo creyendo que es necesario dotar a nuestro jardín renacentista de `valores añadidos´, tanto para justificar las intervenciones que en él se lleven a cabo, como para dotarle de los elementos necesarios para que se convierta en un monumento de referencia. Sin olvidar de que, por ley, el uso del dinero público ha de procurar la estabilidad financiera.
En cuanto a tu pregunta de ¿por qué La Granja puede ser "sólo" un jardín y El Bosque de Béjar no? Te contesto significando que el Real Sitio de La Granja es bastante más que un jardín. En realidad es un complejo donde encontramos el Palacio Real, decorado y amueblado con gran suntuosidad barroca, que alberga entre sus dependencias: el Museo de Tapices, ubicado en la antigua Casa de Damas, donde se exhibe una colección de tapices flamencos, de enorme tamaño y abigarrada iconografía, confeccionados en honor del rey Carlos I de España y Felipe II, la Galería de las Estatuas en la planta baja, el Salón del Trono o la Sala Japonesa, en la planta superior. Cuenta además, entre sus muchas dependencias, con un archivo general del palacio, perteneciente a la Red de Archivos de Patrimonio Nacional y Biblioteca Real. Además, en sus aledaños está la Real Fábrica de Cristales con la Fundación Centro Nacional de Vidrio, con el Museo del Vidrio y la Escuela-Taller de Vidrio.
En el entorno de este palacio se sitúan los Jardines, con 26 Fuentes Monumentales, de varios estanques la mayoría de ellas, y el gran lago, llamado “El Mar”, construido en la parte más alta del parque, de cuyas aguas se nutren la mayoría de las fuentes a través de un complejo sistema hidráulico del siglo XVIII. Junto al lago, se sitúan la Casa de la Góndola, la Piscifactoría y más a la derecha la Gruta.
Como se comprueba, La Granja es bastante más que un jardín. En nuestra villa renacentista no quedan muebles lujosos ni tapices, no hay archivo ni biblioteca, ni ninguno de los otros elementos que hacen de La Granja, incluidos sus jardines, uno de los monumentos más destacados de España.
Pero sí tenemos el legado histórico que nos dejaron sus constructores y propietarios, grupo al que ahora también pertenecemos nosotros. Esto es lo que yo propongo poner en valor; no solo para incrementar el interés de los visitantes y, de este modo, aspirar a hacer sostenible su mantenimiento, sino también, y sobre todo, para convertirla en el símbolo que concentre muchos de los capítulos más destacados de nuestra historia a lo largo de varios siglos. Y cuando digo nuestra historia me refiero tanto a la de Béjar como a la del Imperio de España.
Alberto Segade Illán
A ver, Alberto, no hace falta que saques todo el dossier sobre La Granja, que la conozco de sobra por vivir a menos de diez km de ese monumento. Por cierto, puestos a agregar cosas al Real Sitio, podrías haber citado los restos ruinosos del Palacio Real de Valsaín (edificado por Felipe II y, por tanto, coetáneo de El Bosque), el Campo de Polo, el Jardín del Robledo y hasta el CENEAM. Por lo que veo, sigues sin entender las cosas. Que los jardines de La Granja se integren en un conjunto superior muy valioso no desactiva mi argumento. Como seguramente sabes, sus jardines se pueden recorrer de forma independiente del palacio y otras áreas y servicios asociados, con la “pequeña” diferencia de que no se cobra por visitarlos, caso contrario al de las dependencias palaciegas, con tarifa básica de unos 9 euros. Tienen, por tanto, una gestión diferenciada, aunque dependiente del mismo presupuesto de Patrimonio Nacional. La cuestión, trasladando este ejemplo a nuestra villa de recreo, es a qué precio habría que poner las entradas para visitar un pequeño centro de interpretación sin apenas piezas originales (el que propones para El Bosque), para que esos ingresos pudieran garantizar el coste de mantenimiento de las terrazas ajardinadas, y si te pones a pensarlo un poco comprobarás que las cuentas no salen. Por no mencionar el hecho de que en otros centros de interpretación no se cobra entrada, pues cumplen una función didáctica y divulgativa, de acceso a la cultura o al conocimiento del entorno en relación con los derechos ciudadanos establecidos en nuestras leyes que deben ser garantizados por los poderes públicos. No obstante, esta función prioritaria no impide que el atractivo patrimonial del lugar donde se instala el centro de interpretación (y del centro mismo) favorezca un flujo de visitantes que hagan gasto en la ciudad. Para mi esa es una cuestión secundaria y no entiendo por qué nuestros políticos y gran parte de la ciudadanía están (estáis) empeñados en sacrificar lo que sea para atraer al turista, poniendo todo, arte y patrimonio, paisaje, ecosistemas, todo, al servicio del lucro de los dueños de hoteles y restaurantes. No me parece un efecto desdeñable, pues el beneficio económico generado se reparte y repercute indirectamente en el conjunto de la población, pero siempre que no se ponga en peligro la integridad de ese arte, ese patrimonio, ese paisaje y esos ecosistemas: lo primero es lo primero, y el turismo (esa plaga) no puede ser la prioridad.
En cuanto al centro de interpretación, inevitablemente sufragado con dinero público, sigo insistiendo en que las ideas ya publicadas desde los '90 son bastante mejores de la tuya (tanto que hasta la incluyen, pero van más lejos) y están perfectamente pensadas y elaboradas desde el conocimiento de la villa de recreo y de su entorno, que es lo verdaderamente importante: mucho más que los Zúñiga. Como ves, desde mediados de los años noventa, y ya ha llovido, se podría disponer de un centro de interpretación en El Bosque, pero ni a ti ni a nuestros políticos de entonces (y de ahora) les dio por leer estas propuestas, y eso que se les hizo llegar en tiempo y forma o incluso presencialmente, pero, claro, cómo competir con urbanizaciones colmeneras y chalecitos, campos de golf, hotelitos templarios, posadas reales, paradores nacionales, hoteles termales de lujo (ese era la último atentado contra El Bosque) y otras ocurrencias proclives al pelotazo oportunista de la Españñña cañí y casposa. Leer y viajar, Alberto, leer y viajar. Salud. Pepe Muñoz
Me permito una postdata, como primer comentario a mi propio escrito, que he releído una vez publicado. Me dejé en el tintero significar que El Bosque pasó de las manos de los señores feudales a la de los nuevos señores burgueses a mediados del siglo XIX, permaneciendo como un mismo símbolo tras el cambio de régimen y la ruina de la casa de Osuna que había asumido el ducado de Béjar tras la muerte, sin descendientes, de Joaquín López de Zúñiga Sotomayor Castro y Portugal en 1.777.
Alberto Segade Illán.
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