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Otra ciudad es posible. Algunas puntualizaciones al debate
Normalmente no intervengo en la sarta de réplicas y contrarréplicas suscitada por un comentario mío o de otro, a menos que todos los participantes jueguen con la misma baraja, que para mi significa identificarse ante los demás a la hora de defender una postura. Hago ahora una excepción porque veo que, en general, los comentarios van un tanto descargados del veneno cainita de otras veces y se aprecia mejor disposición para lo que bejar.biz nos viene ofreciendo desde hace años: pensar y reflexionar sobre nuestra ciudad, que buena falta le hace.
Comprendo el impulso de algunas opiniones en hacernos ver que en todo tiempo hubo derribos lamentables y mamotretos estentóreos, y mucho más a quien expresa que los errores de otras épocas deberían ayudarnos a no volver a caer en ellos. Sin embargo, creo que faltan algunas distinciones en el debate que considero esenciales. A ver si consigo explicarme, y pido disculpas si me alargo demasiado.
La historia de cualquier pueblo está plagada de grandes y pequeñas obras y de idénticas pérdidas o sustituciones: la catedral románica que desaparece mientras el nuevo templo gótico la devora (Plasencia, por ejemplo); el viejo castillo medieval transformado en villa de recreo medicea (Careggi o Caffagiolo); pueblos enteros borrados del mapa tras un bombardeo (durante la SGM, unos cuantos); y así, ejemplos por centenares.
El primer momento se registra en las décadas centrales del siglo XIX (perfectamente descrito en el Diccionario Madoz) que provocó el desbordamiento de la ciudad extramuros
Parece que la Humanidad no supiera crear sin destruir y a veces, sólo esto último. En ocasiones, las dinámicas de crecimiento demográfico han sido tan potentes que la única prioridad era levantar barrios a mansalva, y así sucedió en Béjar durante los dos momentos álgidos de su historia, vinculados ambos al auge de la industria textil.
El primer momento se registra en las décadas centrales del siglo XIX (perfectamente descrito en el Diccionario Madoz) que provocó el desbordamiento de la ciudad extramuros, superando los estrechos límites medievales al desparramarse el nuevo caserío por La Corredera y con la grave pérdida -entre otras- de la hermosa Puerta de la Corredera (Puerta de la Villa o de Ávila, derribada en el verano de 1876 con la oposición de gente inteligente y sensible como Nicomedes Martín Mateos). Pero aquel desafuero urbano se saldó también con la aportación de una nueva riqueza arquitectónica, las grandes casas de fabricantes de la Calle Mayor y La Corredera o su equivalente fabril en las riberas del Cuerpo de Hombre, pues se trata de la misma arquitectura adaptada a funciones diferentes. La aportación de esas pocas décadas del XIX, sin grandes rupturas respecto de las anteriores (pues conservamos bastantes restos de épocas precedentes), ha dejado sin embargo una huella distintiva en nuestra ciudad que no se da en ninguna otra: soluciones arquitectónicas semejantes en mundos distintos, arriba lo residencial, abajo lo productivo, en un juego de espejos en el que se emparejan calles y canales, plazas y pesqueras, casas-casas y casas-fábrica bajo un aire burgués con su envés proletario, a costa de recrecidos en las viejas casas de entramado situadas en las calles secundarias, pero tan distinto de otras ciudades: la nuestra.
En mi opinión (y creo haberla argumentado en este mismo medio), también esa descontrolada expansión tuvo su obra salvable de la quema: el barrio “Virgen el Castañar”, proyectado por Francisco Cabrero en 1942.
El segundo momento de auge industrial se produjo en los años de Postguerra, y el crecimiento demográfico obligó a superar la explanada de La Corredera para dar el salto más allá del río, donde el antiguo Prado de la Justa sirvió de solar para tantas promociones de vivienda. En mi opinión (y creo haberla argumentado en este mismo medio), también esa descontrolada expansión tuvo su obra salvable de la quema: el barrio “Virgen el Castañar”, proyectado por Francisco Cabrero en 1942. Desde hace algún tiempo, seguramente antes de Ruskin, aunque podríamos dejarlo ahí, o a partir de la voz de alarma dada por los mejores expertos del momento (1931, Carta de Atenas y otras posteriores), hemos tomado conciencia como sociedad de que hay obras de tipo arquitectónico, mueble, paisajístico, arqueológico, documental o de cultura inmaterial que merece la pena seguir disfrutando, al menos hasta donde sea posible.
A ese conjunto de obras lo denominamos Patrimonio Histórico o Cultural y, por mucho que se empeñen los burócratas de la Junta, está integrado por todas las obras que lo merezcan, estén formalmente declaradas BIC o no. En España disponemos desde 1985 de una Ley del Patrimonio Histórico Español (con diversos antecedentes legales que se remontan a la República) que regula la protección de este tipo de bienes, completada con leyes de rango autonómico como la que desde 2002 sirve para nuestra Comunidad con el nombre de Ley de Patrimonio Cultural de Castilla y León.
Por otra parte, hay instrumentos de planeamiento específicos que regulan la protección y conservación del Patrimonio particular de cada sitio: en Béjar disponemos desde 1996 de un Plan Especial de Protección del Conjunto Histórico, desde 2001 del Plan Director de El Bosque y desde 2007 del Plan Director de las Murallas de la Ciudad.
Todos estos instrumentos y otros cuyas políticas deberían haberse armonizado con los anteriores -como el nefasto PGOU actual-, tendrían que garantizar que la vieja ciudad de piedra no se perdiera
Todos estos instrumentos y otros cuyas políticas deberían haberse armonizado con los anteriores -como el nefasto PGOU actual-, tendrían que garantizar que la vieja ciudad de piedra no se perdiera, que los mamotretos (y también las buenas obras del presente, nuestro futuro Patrimonio) se edifiquen en otra parte si es que la dinámica de población así lo demanda (cosa harto improbable), que no tengamos que elegir entre Puerta de la Corredera y nuevo barrio burgués, sino que podamos tener ambos ante nuestros ojos (es decir, sus equivalentes) para seguir sintiendo que es nuestra ciudad lo que estamos contemplando, y para que quienes vengan después de nosotros reciban como mínimo el mismo legado o, mejor aún, crecido.
Todo cuanto digo del Patrimonio Cultural lo hago extensivo al Patrimonio Natural, ese paisaje que tanto echo de menos desde Segovia: cielo, sierra, castañares, prados, huertas, casas de piedra y madera bajo los tejados, tejados sobre los hostigos, fábricas ensartadas en su río, solanas abancaladas que fueron viñas (y que podrían volver a serlo), fresnedas y más prados, espesuras y saucedas al pie de los cerros de granito. ¿Cómo renunciar a algo tan importante?, ¿cómo dejar que todo esto sirva de carroña a los de siempre para aumento de sus cuentas bancarias? Y a propósito de los mamotretos que nos vienen endilgando estos capos del ladrillo: allá por el siglo XIX, sin necesidad de leyes de Patrimonio, hubo alcaldes en Béjar capaces de ordenar el derribo de una casa en el barrio de San Juan “por su monstruosa construcción”, según consta en las correspondientes actas municipales.
Saludos desde esta Segovia tan hermosa bajo el Guadarrama, pero sin castañares.
José Muñoz Domínguez / DNI nº 8.104.629-G
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Estupendo artículo. Saludos desde Cagliari. mvm
¿Y el progreso, que me dices del progreso? ¿nos quedamos atras? Así por lo menos, aunque perdamos señas de identidad, no perdemos el tren del progreso. O ¿tal vez sí?, ya no sé.
Enhorabuena por tu artículo paisano, los hay que te echamos de menos por acá.
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