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Lo que queda del mapa: Dubrovnik, la ciudad libre del Adriático, Patrimonio de la Humanidad
Sustentada en el comercio y la navegación, la ciudad de Dubrovnik está ubicada en el mapa al menos desde el siglo VII, primero con el nombre de Rausium, Ragusa, lo que está encima de las colinas, “La Roca”, y después, con la apelación eslava actual, derivada del término ilirio dubrava, el “bosque de robles” que cubría las montañas de San Sergio, donde se asienta esta ciudadela fortificada, construida en puro mármol, junto al mar Adriático, en una costa salpicada por centenares de islas verdeazules, plantadas sobre las aguas, podría decirse, por la mano de un dios complaciente.
En el centro del Mediterráneo, entre oriente y occidente, Ragusa o Dubrovnik, que ha estado, en repetidas ocasiones a lo largo de su azarosa historia, asediada, invadida, sometida incluso, por normandos, turcos o venecianos, ha sido fundamentalmente y sobre todo una ciudad libre, sede de una comunidad que pactaba con unos y con otros, que usaba la diplomacia -y el oro de sus arcas- con arte consumado, una república que escogía a sus gobernantes de forma democrática y que consiguió, en medio de un avispero de potencias enfrentadas entre sí, mantener su independencia durante casi mil años, hasta que en 1808 cayó bajo la bota de Napoleón, para pasar, a la caída de éste, bajo el dominio del Imperio Austro-Húngaro de los Habsburgo.
Ya en el siglo XX estuvo bajo la soberanía de Yugoslavia y, solo en años recientes, después de una intensa y cruenta trepidación geopolítica en la región, que no parece haber encontrado aún una completa calma, ha quedado encuadrada en la república de Croacia. En 1991 y 1992, al alcance de los telediarios, Ragusa ha vivido el que por el momento es su último asedio, lo que constituye casi una anécdota en la historia de esta ciudad construida para prevenir la barbarie o, más precisamente, a consecuencia de ella.
Hoy día, como en otras muchas épocas antaño, si bien por otras razones, Dubrovnik es una ciudad floreciente, escala rutinaria de los grandes cruceros vacacionales, una verdadera mina de oro en la que, en pleno mes de agosto, desembarcan a diario unas doce mil personas que se lanzan con denuedo a consumir, literalmente, sus piedras milenarias, sus iglesias y palacios, su imponente muralla de 2 km de longitud y hasta 25 metros de altura, que circunda completamente la ciudad, jalonada de fuertes o bastiones, de puertas y fosos, de arcos, de puntos de fuga, de vistas increíbles recortadas sobre un fondo de mar o de montaña.
Completamente peatonal, recorriendo la ciudad durante la noche o la madrugada, cuando la marea humana desaparece, uno tiene la sensación de moverse por un decorado de época, una maqueta perfecta a escala natural de la ciudad ideal, un espacio que compendia la historia de la arquitectura clásica con elegancia exquisita.
Es bien posible que lo que no han conseguido las bombas lo consiga el turismo y esta ciudad “fuera del tiempo” acabe muriendo a manos -o deberíamos decir a pies- de las nuevas hordas invasoras, con la connivencia, esta vez sí, de sus propios (y previsiblemente enriquecidos) habitantes.
Con todo, si pueden, cuando puedan, por poco que puedan, vayan a Dubrovnik, mejor si no es verano, seguro que todavía estará en el mapa por derecho propio.
Devoto como soy de las palabras cabales y afiladas, les mots qui percent le mur, de toda la grandeza de esta ciudad irrepetible me quedo con una frase, la inscripción que, esculpida en lo alto de la escalera gótica de la Rectoría o palacio del Gobernador, les recordaba a éstos su deber inexcusable de dedicarse a los asuntos públicos y no a sus intereses personales: OBLITI PRIVATORUM, PUBLICA CURATE. Literalmente: “Olvida lo privado, ocúpate de lo público”. ¿Les sugiere algo?
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Conozco Dubrovnik. Creo que si ha sido capaz de sobrevivir a todos los abatares que la historia y el tiempo le ha deparado, no tendrá mucha dificultad para sobrevivir al fenómeno del turismo. Puede que alguien piense que fuera mejor preservarlo para posteriores generaciones...
pero si les pidiésemos opinión a sus habitantes no creo que se muestren en desacuerdo con los momentos de bonanza de los que goza la ciudad y su entorno. Gran parte de la ciudad vieja, Ragusa, fué reconstruida con fondos públicos, europeos para más detalles, tras los debastadores bombardeos ocasionados durante la guerra de los Balcanes. No creo que estas ayudas económicas fueran para convertila en un mausoleo digno sólo de las visitas de privilegiados.
Casi todas las ciudades europeas tienen el mismo problema de sobrepoblación turística, sobre todo en temporada estival. No he visto que Dubrovnik tenga mayor problema en este sentido que Budapest, Praga, Carcasone o Brujas, por nombrar algunas.
Cualquier intento de preservar el uso y disfrute de sitios asi no haría más que convertirlo en cotos privados para cuatro, y cabe la posibilidad de que esos cuatro fuesen de esa clase tan merecedora de todo; la clase política.
En cuanto a la iscripción de La Rectoría... habría que ver quien es el destinatario de la frase. Es el consejo contrario al que yo daría a cualquera. Al menos en los tiempos que corren.
"Olvida lo público (lo público ya se olvidó de tí hace tiempo).Preocúpate sobre todo de lo privado.
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