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28 Bejaranos ilustres: Aquellas bejaranas que se fueron a Alemania en los años sesenta (2)
Javier Ramón Sánchez Martín, profesor y miembro del Centro de Estudios Bejaranos
Estas primeras bejaranas se alojaron en la residencia de las austríacas, llamada así porque la mayoría de sus residentes eran de esta nacionalidad, pero enseguida la fábrica acondicionó unos antiguos almacenes que fueron habilitados como residencia para españolas y que ellas bautizaron como “Residencia del Castañar”.
Unos meses después salieron de Béjar otras 60 mujeres para trabajar en la misma fábrica y ya fueron alojadas en la residencia que la gente llamaba “de las españolas”. En un Béjar en Madrid de la época se describen las “comodidades” con que contaban: cocinas modernas con hornos eléctricos, grandes neveras, baterías de cocina de aluminio y vajilla de porcelana, receptores de radio y de televisión de último modelo, y también agua caliente y fría. Añade que la residencia les costaba cuatro marcos a la semana (incluidos gas, electricidad, calefacción y agua caliente y fría) y la comida del mediodía en la cantina otros cuatro marcos semanales (por los cinco días laborables). Descontados estos gastos imprescindibles, en 1960 cada obrera venía a cobrar unos 52 marcos semanales cuando trabajaba en el turno de la mañana y 59 en el de tarde, deducidos ya los impuestos.
Aunque esto era al comienzo, luego ganaron más. El turno de noche quedaba reservado para los hombres. En el mismo ejemplar se puede leer también que en la cena y el desayuno podían gastarse alrededor de 16 marcos semanales. Cada habitación acogía de 6 a 8 personas en literas de a dos.
Después, cuando se llenó la residencia española, algunas expedicionarias de 1961 fueron alojadas en la residencia de las austríacas, como al principio. Según Lorenzo Bejarano, que vivió en primera persona esta emigración y que bajo el seudónimo de “Un bejarano” escribió algunos artículos sobre el tema, esta última residencia era la mejor y tenía capacidad para 200 personas, todas ellas mujeres, la mayoría austríacas y el resto españolas. Luego había la residencia de Hildegardstr, que acogía a 50 hombres en su piso inferior y a 160 mujeres en el superior, la de Dahlerau a 85 mujeres y 18 hombres y la de Dahlhausen a 45 mujeres.
Lorenzo detalla también que, en 1962, su salario neto mensual era de 677 marcos, que equivalían a algo más de 10.000 Ptas. al cambio de la época (unas 15 Ptas. por marco), mientras que el sueldo por ejercer la misma profesión en Béjar andaba por unas 3.000 Ptas. por mes.
La foto 3 está tomada en una de las secciones de la fábrica Take, en Wüpertal, a la que también fueron nuestras conciudadanas. En la foto 4, un nutrido grupo de bejaranas y bejaranos están celebrando la Nochebuena de 1961 en el comedor de la residencia de austríacas. En esta última foto pueden verse, entre otros, a Paquita, Juan, Chicharro, Loli Hernández, Mari Gallego, José Bejarano, Berta Hernández,…
La mítica empresa Johann Wülfing & Sohn
La empresa a la que se incorporaron la mayoría de estas bejaranas entre 1960 y 1962 era la “Johann Wülfing & Sohn”, que disponía por entonces de tres factorías en un radio de unos 7 km. Una estaba en Dahlhausen y otra en Dahlerau, en la cuenca del río Wüper, afluente del Rhin, en una zona cuya orografía recuerda en cierto modo a la del lugar conocido como Navazo, en la carretera de Candelario. La tercera estaba en la ciudad de Lennep. Entre todas disponían de hilatura de estambre, de carda y de tejeduría, además de tintes y de acabados. Es decir, era lo que se conoce como una empresa vertical, por disponer de todo el proceso.
Pero la Wülfing no era una empresa cualquiera, sino que se trataba de una de las sociedades textiles más antiguas del mundo. Había sido fundada en 1674 por Gottfried Wülfing (1651-1721) originariamente en la ciudad de Lennep. En 1774 adoptó el nombre de Johann Wülfing & Son, que correspondía al de su propietario y a la vez director, así como a su hijo.
Foto 5.- Foto actual de una parte de los edificios de la Wülfing.
Aunque inicialmente la empresa fue la clásica spinnerei (hilatura) y estaba ubicada en Remscheid-Lennep, en 1816 instaló una nueva hilatura-tejeduría en la cuenca del río Wupper -en lo que luego fue Dahlerau-, con objeto de aprovechar la energía del agua de este río, afluente del Rhin.
De esta forma, la compañía se convirtió a principios del siglo XIX en una de las mayores fábricas textiles de Alemania y formaba una especie de mundo aparte, un pueblo con todos sus servicios, organizado alrededor de la factoría, al modo de las colonias textiles catalanas.
Sin embargo, en 1836, sólo unos años después de ser construida, se declaró un gran incendio que destruyó la fábrica de la cuenca del Wüper. Pero enseguida fue reconstruida siguiendo las directrices del arquitecto Christian Schmidt, dando lugar al edificio que se conserva actualmente. El resto de los edificios del complejo fueron construidos a partir de esa época. A mediados del siglo XIX la empresa tenía 450 trabajadores y, poco a poco, con las necesidades de vivienda de los numerosos empleados de la fábrica fue formándose la ciudad de Dahlerau, que en 1890 vio la conexión con el ferrocarril.
La empresa siguió creciendo, hasta el punto de que en 1900 la Wülfing constituía ya una ciudad textil independiente con su propia estación de ferrocarril, oficina de correos, baños comunales con duchas y bañeras, tiendas, guarderías, servicios médicos y, por supuesto, las viviendas familiares de los empleados, la villa de los fabricantes y una iglesia. Es decir, algo parecido a las colonias textiles catalanas. La producción anual era entonces de unas 300.000 piezas, de alrededor de 30 metros de tela cada una, lo que da idea de la envergadura de la empresa.
Precisamente de 1901 es la máquina de vapor que movía la fábrica (foto 6) y que se conserva en el museo que ocupa actualmente parte de lo que fue la Wülfing. Esta máquina posee un gran volante de inercia de más de 4 metros de diámetro y es prima hermana de la que hay en el Museo de la Ciencia y la Técnica de Cataluña, en Tarrasa. Ella fue la fuente de energía que, a través de un sistema de transmisión que utilizaba elementos mecánicos y correas planas de cuero (foto 6), movía las distintas máquinas de la fábrica.
En los años veinte del siglo pasado, la empresa disponía de 120 telares mecánicos y fue cuando introdujo el conocido como “Wülfing Tuch” o toque de la Wülfing, basado en el tacto obtenido para sus tejidos acabados. El éxito continuó durante varias décadas, incluso después de la Segunda Guerra Mundial, fabricándose por entonces hasta 3,6 millones de metros de tela cada año. Para hacerse una idea en términos comparativos, entre todas las fábricas de Béjar producían unos 4 millones de metros de tela hacia 1965 y unos 5,5 millones de metros en 1989.
En los años en que las bejaranas llegaron allí la empresa vivía todavía momentos dorados, pero hacia 1965 comenzarían los problemas de sobreproducción y de gran competencia entre las industrias que componían el sector textil europeo, agravados por la crisis del petróleo de 1973, que hizo que, entre 1965 y 1980, la empresa disminuyera sus empleados de 1.000 a 360.
Al igual que sucedió en Béjar, la crisis se acentuaría en la década de los ochenta, entrando la Wülfing en situación de quiebra técnica hacia 1993. No obstante, la empresa tenía suficientes pedidos, pero los costes de producción eran caros por lo que, aunque pudo seguir en marcha algún tiempo más, cerraría sus puertas definitivamente en el año 1996. La maquinaria fue desmantelada y vendida a fábricas asiáticas.
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Igual que Navahonda, pero a lo grande, que conocí con los dientes de leche todavía, y a la que acudí durante años a llevar la comida a mi padre Mariano, maestro tundidor. Un bejarano ausente y nostálgico, que lee con pena las rencillas entre paisanos, por culpa de los políticos, como siempre.
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