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El automóvil como símbolo
Que la ciudad de Béjar en su núcleo se alza sobre un cerro oblongo no se discute, que es una ciudad estrecha en lo físico (y en lo otro) es una evidencia, que sus calles son casi callejuelas está a la vista, que cada día hay más coches por las vías públicas es evidente, que cada día se construyen y se venden más automóviles es bien claro, que los fines de semana y períodos de vacaciones no hay quien dé un paso ni por las aceras se puede comprobar dando un simple paseo, que en nuestra ciudad se conduce con cualquier cosa menos con la cabeza es más claro que la luz del día, que cada cual aparca donde le place es algo de lo que puedo dar fe pues vivo en la Plaza de la Constitución y esta parece un aparcamiento de chulos e imbéciles y no un lugar para practicar el deporte, que la policía no extrema su celo en este asunto es toda una verdad, que… la realidad final deja mucho que desear es una evidencia desgraciada.
Sobre esta realidad cotidiana tendría que actuar nuestro ayuntamiento con presteza y contundencia, y también con la prudencia que exigen las realidades físicas y humanas sobre las que actuar. Aquí queda exigido y denunciado.
Pero esto resultaría el popular chocolate del loro si pensáramos que la solución está en un puñado de multas o en una rigidez normativa; el asunto, a mi entender, abarca realidades un poco más complejas. Pocas realidades pueden ejemplificar y evidenciar mejor -pues se puede visualizar cada día- lo que viene a simbolizar esta invasión de automóviles y este robo del espacio vital al peatón, que apenas si puede poner pies en las aceras y en la calle. Los responsables políticos y económicos se fijan siempre en la venta de automóviles como uno de los mejores indicadores del pulso económico. Si baja la venta, malos augurios; si sube, horizonte despejado. Y todo el mundo deseando que las empresas concesionarias vendan. De ese modo, dicen, las empresas producen, se crean puestos de trabajo, la gente gana dinero y se crea riqueza. Luego, los que defienden estas ecuaciones económicas reciben premios (a veces hasta el Nobel), se forran y siempre son reconocidos como salvadores del mundo, tipo Pizarro. ¿No parece demasiado sencillo esto para ser verdad? Si de verdad fuera así, yo exigiría la compra de coche nuevo cada año, o hasta cada semana -ya puestos- y entonces se crearían casi infinitos puestos de trabajo, aunque solo fuera para recoger la chatarra. Qué torpes, qué imbéciles, que egoístas, qué lelos.
El sistema en el que vivimos nos exige siempre alguna necesidad más de las que nos llega a cubrir; por eso siempre andamos llenos de productos, todo el año son rebajas y perdemos casi todas las energías en derribar al de enfrente para atraernos la clientela a nuestra puerta. Y todo ello caiga quien caiga por el camino. ¿Es tan difícil hacer entender que no se puede crecer económicamente a cualquier precio? ¿Resulta imposible comprender que el fin no justifica cualquier medio? ¿Es que no vemos que pronto los coches nos los van a meter hasta en los portales? ¿Acaso no contribuye todo a que apreciemos ya casi más a un automóvil que a una persona? ¿Por qué el ser humano tiene que estar al servicio del dinero y de los resultados y no estos al servicio del ser humano como único resultado de todo proceso? ¿Hasta dónde vamos a estirar la goma del capitalismo? ¿Nunca le vamos a dar al menos algún rostro humanizado?
El de los automóviles es solo un ejemplo que se puede multiplicar en comercios, producciones, repartos, bancos, restaurantes… Tal vez la realidad apabullante de cada día nos vele el simbolismo que esto encierra. Sería bueno que abriéramos los ojos. Nuestro ayuntamiento para poner las cosas en orden (multas, permisos, aparcamientos, zona azul), nosotros para poner lo que tengamos que poner de nuestra parte en simple educación cívica (conducción, velocidades, sentido común), y todos para analizar alguna vez hacia dónde nos está llevando este sistema social de enfrentamiento loco y desenfrenado.
Antonio Gutiérrez Turrión
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