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10 Bejaranos ilustres: D. José Luis Majada (II). Obra poética (Mi lectura) por A. Gutiérrez Turrión
Seguramente, el libro que mejor refleja la tensión de estos dos polos sea Centauros, el primero de su producción, el que iba a dejar de un solo golpe la impronta del autor, todo el esquema vital que llevaba rumiando durante tantos años. Centauro, su título, monstruo mitológico, mitad hombre, mitad caballo, como mezcla de las dos fuerzas que conforman al ser humano, la más racional y la más pasional, saltando y dando brincos por el mundo, “hijo del cielo... hijo de la tierra”. El ser humano se acerca en este libro a indagar sus raíces minerales, a ungirse de tierra y de piedra, a contemplar el paisaje como elemento constitutivo y no como ser diferente:
Estar aquí en la tierra pulso a pulso
con el granito
gravitando como los mil peñascos amputados.
Estar aquí caído simplemente
pesándome las manos y el volumen del ansia.
Bajo la noche mineral medirte las raíces
que te afincan al barro feracísimo
y te bañan de historia natural y bioquímica.
Sentirte solidario del bismuto,
pariente del fosfato
desnudo y cuerpo a tierra...
(del poema Cancho. Pág. 11. Centauros)
Y, como excremento sublime, el ser humano, el paisaje humano, los padres, la propia biografía, las gentes del pueblo con sus alegrías y con sus penas, las tradiciones. Hermosísimos poemas, de intensidad muy variada, dan vida a estas escenas, en las que el autor siempre ve esa larga cadena que va desde los elementos minerales hasta los vegetales y los humanos. Sírvanos este ejemplo:
Nunca heredaste nada
y no harás testamento.
Tienes treinta y seis años y algunas canas más.
Y callos en las manos.
Y pisotones en los pies.
Y el corazón un poco abollonado
a golpes por la vida.
Ya te suena tu nombre indiferente.
No crees en el Estado ni en Dios ni en el Partido.
Perdiste la esperanza como se pierde un tren.
No sabes con certeza
si queda algún amigo.
No estás cierto si son tuyos tus hijos,
si es tuya la razón,
si lo tuyo es la vida o es la muerte.
Al peinarte
porque vas a coger el autobús para buscar trabajo
tu espejo televisa
una imagen de la muerte de Dios.
(Paro. Centauros)
Al poeta le falta un tercer elemento (el libro consta de tres partes) que dé sentido a los dos primeros. “Somos necesidad de encuentro” reza su encabezamiento. Es el elemento religioso el que le da sentido no sólo al ser sino a las raíces naturales del ser y a su convivencia con los elementos de esa naturaleza.
Es el momento de recordar lo obvio: José Luis es un clérigo y sus creencias religiosas le llevan a entender que un elemento religioso supervisa todo lo demás y le da sentido. Por eso las referencias continuas al mismo, la esperanza de la resurrección segura en otros seres y en la propia naturaleza, la seguridad de la continuidad en los más próximos:
He de volver en carne. En certidumbre
he de volver. Presiento mi regreso.
Gravito hacia mi pueblo como un peso,
como un pesar, como una pesadumbre.
Encina y ascuas, ascuas que son lumbre,
lumbre que es llama, llama que es suceso,
me voy, me voy al pueblo, ido, preso
de raíz, de nacencia, de costumbre.
¡Ay pueblo de mi pueblo que me llevas,
querencia de mi pueblo y mis miradas!
¡Ay tierra de mi tierra que te llevo
en mi descalzo corazón! Tú cebas,
cuando como, mis ansias no saciadas
y mi sed de veneno cuando bebo.
(Emigrante. Pág. 81. Centauros)
Estos son, por tanto, los tres sustentos básicos de la obra de José Luis, según mi lectura: las raíces naturales del ser humano, las raíces espirituales, y la fusión y el encuentro de ambas a través de un ser espiritual que les da sentido.
Parecería, a primera vista, que no es más que otro esquema tradicional de poesía que analiza un camino vital cerrado por el dogma, en un ambiente en el que la duda ni se presiente ni se investiga. Y no es verdad; o al menos mi lectura no es precisamente esa. Lo que a mí más me gusta de la poesía de José Luis es precisamente ese límite impreciso en el que lo veo moverse, esa osadía hermosa de alargar la mirada hasta intuir los orígenes físicos, minerales, aterrados, telúricos, hasta descubrir que el ser es lo que es con las demás cosas y dentro de las demás cosas, no por encima ni separado de ellas. Esa mirada naturalista hacia atrás es la que le permite -creo que sólo en parte- atisbar alguna duda, manifestar algún desconcierto, presentar alguna queja ante ese ser sagrado. Entre líneas se pueden rastrear imágenes que sugieren la insatisfacción, la desazón y la amargura. Pero ya lo he dicho, son notas muy contadas y hay que leer entre líneas. Lo repito: a mí es cuando más me llega la poesía de José Luis Majada:
Tierra adentro me muero como un topo
que nunca verá el mar y esta agonía
de secano condena mi porfía
a una mina sin risa y sin piropo.
Andar, andar, andar... Ser como un chopo
varado con nostalgia de bahía.
Querer vestirme el mar y en ironía
hundirme en esta tierra en que me arropo.
Soy hijo del sequío y de la sed
y siempre será mío ese barbecho
sin rocío, sin nube y sin cantar.
Y me encuentro las piedras cada vez
que perforo mis carnes sin provecho.
Ser minero con vocación de mar.
(Soneto Sequía. Centauros)
Detener la imaginación y el ánimo comprensivo en la comparación “...Ser como un chopo / varado con nostalgia de bahía” debería ahorrarnos casi cualquier otra explicación.
Yo no he encontrado variantes significativas en los otros dos libros. “Droguería del pájaro pinto” se publicó en 1995, bajo el patrocinio de la ONCE, y en tres secciones: “Gente, Lugares con gente, y Cosas con más gente”. Aparecen hollados caminos semejantes. Hay algo, sin embargo, que conviene recordar y que colorea, o desluce de colores, según se mire, todo el libro. Se trata de la situación física en la que, ya por entonces, se encontraba el autor respecto de su visión. Esta minusvalía física le lleva a reencontrar, a redescubrir la realidad, con una mirada especial. También la realidad física se amplía hasta lugares más apartados (por aquel entonces realizó diversos viajes y su recreación ocupa toda la segunda parte del libro), pero termina volviendo, como siempre, hasta la gente, hasta el paisaje natal, hasta el interior de sí mismo (Pazos, Etos, Logos) donde termina el poemario. Y siempre desde las mismas señas de identidad, ahora sobre todo mirando hacia las gentes. Curiosamente, esa ampliación de la mirada y de la geografía, a pesar de las dificultades visuales, le confiere a los poemas un aire, a mi entender, un poco más optimista.
Por eso se siente pájaro pinto, y canta.
Sé que soy hombre muerto desde el día
en que nací, sé que estoy en capilla,
mas, mientras viva, espero
y porque espero canto.
Nadie me va a quitar ese minuto,
que mis versos abrazan:
Escribir y dar fe
de que estoy vivo, dos de la madrugada,
noche entre el trece y catorce de marzo
del año noventa y tres en curso,
en los Carabancheles de Madrid,
mientras escucho música de Albinoni.
¡Oh clepsidra empotrada en los pulsos
de mi ser, esperanza que compartí
con muchísimos! Euforia de vivir,
canta, Pájaro Pinto,
pósate, instálate en mis ramas
y no te vayas de la vera mía.
(Poema Logos. Droguería del Pájaro Pinto)
Me permitiré hacer pública una confesión escrita y personal del propio autor acerca de este libro. Esto era lo que me confesaba : “¿Que esto es un elogio del sentido del tacto? Que digan lo que quieran; para mí es una visión del mundo desde el pueblo y los pueblos en donde aprendí a vivir”. Ni añado ni quito, sencillamente describo.
Y ya en su última etapa, elaboró los poemas de un nuevo libro del que no vería su impresión y que fue publicado, con el impulso de los miembros de su familia, en la editorial Caligrama de Benalmádena, 2006. José Luis lo dejó ya ordenado. Bajo el título de “El ánfora del áloe” se acoge una treintena de poemas, organizados en un índice convencional, en tres formatos: verso reglado, verso libre y letrillas. La irrupción formal y temática no puede ser más llamativa; desde los finales esdrújulos repetidos, restalla un grito de rabia por la injusticia del mundo, sobre todo por la incomprensión del norte con el sur. Su experiencia vital junto a los emigrantes en su casa de Madrid explica estas protestas. A partir de aquí, y sin eje temático aparente que unifique el poemario, van viendo la luz expresiones poéticas diversas: el recuerdo emocionado de la madre, los cantos populares, la pérdida del tren en Béjar, el desierto y su soledad, las coplas sobre asuntos tradicionales, los excursionistas, el mundo del toro y su paisaje. Algunos motivos son nuevos, otros son recurrentes; en todo caso representan nuevas aproximaciones a la realidad vital del autor, que sigue viendo en su entorno el mejor motivo para vivir. Tal vez hayan remitido los tonos trágicos y trascendentes de su primer libro, acaso el yo poético de “El pájaro pinto” se haya diluido aquí para dar más voz a los otros seres y a las otras realidades, pero siempre aparece la misma última intención, la de dar explicación a esa vida del poeta desde las cosas y junto a ellas. El ánfora de la vida recoge el jugo del áloe, muchas veces amargo, que va embalsamando al autor en su sabor y en su aroma. Y una clave fundamental: si en los dos títulos anteriores el elemento religioso servía siempre para poner orden y dar el último sentido a las cosas, en este último libro aún inédito, su presencia no se niega, pero tampoco se destaca ni se hace de él el último basamento.
Sirvan como presentación algunas palabras de su poema número uno:
Venid, subid hasta la cúspide
del acíbar. Otead y asomémonos
al ánfora del áloe.
Escuchad el quebranto del tuétano
y el dolor de las vértebras.
Adentraos en las encías del pánico.
palpad del espanto la piel, la médula
de la amargura y la angustia del dolor.
Vuelva e implante Hércules
sus dos columnas gemelas de mito y de relámpagos.
Surta, emerja la Atlántida,
arquitectada aflore
de abismo y lapislázuli.
Atlas colérico se desmonte vengándolos,
aplastando al Leviatán contra la noche présaga
.....................
(Poema nº 1. El ánfora del áloe)
De mi lectura personal de la obra poética de José Luis Majada, que no admite adscripciones ni a modas ni a generaciones, concepto tan socorrido para antólogos, críticos y profesores, a los que les (nos) permite una larga cumplimentación de páginas con citas comparativas y bibliografía, me quedo con la intensidad y con la pulsión de quien, desde una posición vital y religiosa muy predeterminada, ha osado indagar en las emociones de los orígenes telúricos, en la realidad de su apego a la tierra y a la comunidad, y en alguna de las pasiones propias del ser humano, centauro siempre, hijo del cielo pero también hijo de la tierra. A mí me hubiera gustado -quizás yo esté pidiendo demasiado- que ese atrevimiento hubiera sido mayor, que se hubiera despojado de toda vestidura hasta haberse quedado en coripatos, con el ser humano a sus espaldas, cargado de miserias y de limitaciones, así, frente por frente con la vida. Aunque en la indagación se hubieran descubierto cosas raras. Más raras.
Pero ese es mi pedido, sin posibilidades ya de que se cumpla, sin ninguna obligación por parte del autor, que a mí, por otra parte, me ha ofrecido ratos de gozo desde sus textos, momentos de placer con su lectura. Por si sirviera de algo, hoy vengo a dar fe pública de ello ante el lector.
Sé que son pocas las notas que he aportado, pero tengo para mí que no son de las menos importantes. Yo volveré a los textos, a sus textos, espero que también vosotros lo hagáis. En ellos nos encontraremos con José Luis, con su recuerdo, y nos encontraremos todos nosotros, también centauros, pájaros pintos y ánforas de áloe.
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quiero saber algo de fresnedoso
quiero saber algo de feresnedoso de bejar
quiero ponerme en conctato co algien de alli
Aunque yo nací en Béjar ("Reprimópolis" la bautizó mi amigo) mi familia proviene de allí y por ello conozco algo el pueblo.Es muy pequeño y con escasísimos recursos naturales. Antaño los paisanos se dedicaban principalmente a labrar el granito para bordillos.Hoy apenas hay jóvenes, pues emigraron a Vascongadas,a Baleares o a Madrid y a otras tierras donde resulta más fácil ganarse el pan. Son pocos y no siempre bien avenidos. El pueblo continúa muy aislado, al tener sólo un acceso desde el ventorro del mismo nombre -topónimo inevitablemente asociado a enfremedades venereas- y no haberse ejecutado nunca la prometida comunicación con Ledrada o Sanchotello por el Oeste. Hasta hace veintiún años, existió un apeadero de ferrocarril a caballo entre Sanchotello y Fresnedoso, pero perdimos el tren...y hoy aquella estación esta reconvertida en un flamante... basurero!
Para otra ocasión dejo en el tintero las historias de lobos y tamborileros, o los amores imposibles de "Piedralamesa" o las procesiones del tío Mantequitas.
Si deseas saber algun dato más preciso, concreta tu pregunta. Saludos.
Estimado lector, me encantaría conocer las historias de lobos y tamborileros y las de Piedralamesana o el tio Mantequitas. Ti algun día te animas, enviamelas a director@bejar.biz y te la publicamos como es debido, firmadas o no segun tu gusto. Muchas gracias por la participación
Si quieres contactar con una persona de Fresnedoso, enviame un correo a director@bejar.biz
un respeto a los muertos. El de las procesiones era Don Francisco,parroco de Sorihuela que a la vez lo era del cainita pueblo de los lobos tamborileros.Por cierto,Don Emilio "el guiña" virtuoso amenizador de las fiestas nos contaria infinidad de anecdotas, como aquella de un cabroncete rapaz que en plena solemnidad de la procesion del Cristo se desgañitaba gritando vitores al señor cura llamandole por su apodo
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