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Los deseos de vivir
Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida.
Pablo Picasso.
Está claro, clarísimo, que Béjar avanza hacia la despoblación: los jóvenes se van y los viejos, longevos por obra y gracia de un capricho de la naturaleza, le dan contenido diariamente a las esquelas mortuorias. Esto no es una novedad.
En la actualidad, los habitantes de la ciudad, más bien pueblo grande, saben que eso es un proceso irreversible por una simple razón: Béjar no tiene nada que ofrecer. Y vive enclaustrada en sus años de soledad tratando de ignorar su presente, haciendo odas a su pasado textil, mostrando un palacio ducal convertido en instituto y exhibiendo una finca de recreo de los poderosos que alguna vez fueron.
Un recorrido por la silenciosa Calle Mayor es suficiente para que unos se pregunte cuál será el futuro de los bejaranos en peligro de extinción y otros no tengan ni que preguntárselo: irse.
Desde determinaos lugares es posible ver una ciudad fantasma en la cima de una elevación que sólo conserva de las glorias pasadas las propiedades vacías de sus dueños. La propiedad es sagrada y es intocable aunque esté abandonada; a pesar de que el abandono sería motivo suficiente para la confiscación. Si no lo es tendría que serlo. Y si las leyes la amparan habría que cambiarlas.
¿Para seguir siendo ruinas y evidencias de la decadencia? ¡Por supuesto que no! Pero sí valdría la pena intentar resucitar a Béjar contando con los recursos habitacionales abandonados que ya existen, contando con su clima terapéutico y con gestiones legales del gobierno municipal para llevar adelante ese intento de resurrección. ¿Una utopía? Tal vez, pero todo en la vida es una utopía hasta que se lleva a cabo. Como la democracia, por ejemplo.
En fin, ¿cuál es esta “risible” iniciativa? Una campaña de promoción para atraer al clima saludable de Béjar, capaz de favorecer la longevidad, a las personas mayores de España que viven en ciudades contaminadas y peligrosas para la salud. Ofrecerles la renta de viviendas a bajo coste, atención médica, buen clima, programas especiales para el entretenimiento y las relaciones personales. Crearles sus propios festejos, visitas, excursiones y condiciones para socializar, que no sean las mismas de hoy, concentradas en los bares y en la aburría partida de cartas tras la comida.
En fin, crear una especie de sanatorio alegre para que los viejos sean menos viejos y Béjar, que fuera el coto de los ricos más ricos, sea en lo adelante un refugio de salud y estímulos para aquellos que se consideran inútiles y sólo piensan en el momento en que tendrán que subirse a la carroza.
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