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Nemesio Sánchez: ladrones de mulos y de cabras
Séptimo capítulo de las memorias de D.Nemesio Sánchez García, nacido antes del amanecer del 20 de diciembre de 1889 en El Cerro. Emigrante. Nunca regresó.
Un día me dice mi abuelo: “vamos a ir a mi sandial, te quedarás a dormir allí. Tío Nicolás ha de venir todas las noches a traerte comida y a dormir contigo”. ¿Qué más podía pedir? Estaba mejor que un rey. Esta propiedad estaba en el valle que cité anteriormente. Yo me echaba de espaldas en el prado, debajo de un peral, dejando pasar los días en el mejor de los mundos.
En la propiedad aledaña había dos niñas cuidando sandías y melones. Una era hija del dueño y la otra una amiga, tendrían unos diez años, más o menos. En esa fecha yo aún no había cumplido los doce. Corría el año 1902. El padre de una de ellas, o sea el dueño, venía todas las noches a dormir con ellas.
Una de esas tardes llegó alguien completamente desconocido para mí, bajó del mulo, lo ató en un roble, entró a mi sandial y me dice, “Buenas tardes”, yo contesté el saludo desde el lugar en que me hallaba sentado, cerca de la pared del vecino. “¿Me quiere vender una sandía?”, me preguntó y respondo que yo no sabía distinguir cuál estaba madura. “No te preocupes, yo las conozco” y diciendo esto se puso a revisar las sandías, hasta que encontró una de su gusto y la cortó.
Luego se sentó a mi lado, sacó un puñal que llevaba entre la faja y la barriga (es un cuchillo con filo de ambos lados), cortó la sandía por el medio y me convencí que el hombre era un conocedor porque estaba bien madura. La comió y limpió el puñal con un pañuelo y lo puso nuevamente entre la faja y la barriga.
Estaba muy bien vestido, pantalón y chaleco nuevo desabrochado, camisa a rayas grises y sombrero. Sacó una moneda de plata y quiso pagarme, pero yo no acepté. Me preguntó a qué familia pertenecía y cuando le dije que mi padre era Pedro Sánchez González pero que había fallecido y mi madre era Micaela García, hija de Juan García, dijo conocerlos a todos y que había sido pastor de mi tía Petra, cuidándole las cabras, más de tres años, que por eso conocía todos esos campos. Me dijo otras cosas que sinceramente, no recuerdo. Se despidió de mí muy agradecido, montó su mulo y se fue.
Cuando esa noche vino mi tío, me dijo que ese hombre era un ladrón de mulos, que roba todos los que puede y los lleva a Portugal y que la guardia civil no lo puede atrapar, o no quiere. Ya les comenté que mi pueblo está a tres kilómetros de Portugal.
Como ya les dije, en invierno la gente guarda los animales en los corrales hasta la primavera. Un día, una vecina del pueblo que se llamaba Inés, soltera de unos cuarenta y pico, huérfana de padre y madre, no tenía hermanos, sólo primos. Estos parientes le trabajaban las propiedades que tenía. Ella vivía sola, en una casa grande con dos entradas. Frente de su casa había un corral donde guardaba vacas y cabras.
Un día, notó que le faltaba una cabra. No aparecía por ningún lado. Se lo dijo a sus parientes y éstos fueron a denunciarlo al juez, quien, junto a sus parientes, fue a investigar a la casa del vecino del corral y allí encontraron la piel de la cabra faltante. Ahí mismo el juez sentenció y le dijo al ladrón: “el domingo próximo, a la hora de salir los fieles de la Iglesia, irás con uno de estos señores —o sea los parientes de la dueña— con la piel de la cabra sobre los hombros, para que todos la vean, y ese hombre dirá: éste es el ladrón de la cabra de mi prima Inés”.
Cuando llegó el domingo, el ladrón cumplió llevando la piel al hombro. A las quejas del pariente contestaba, “la robé para comer”. ¡Mentira, tú tienes propiedades y casa propia para vivir sin robar!, le dice el primo de Inés.
¿Ustedes creen que el ladrón se avergonzó? ¡Qué esperanza!, sacó la petaca, lió un cigarrillo y se fue tranquilamente a su casa. Era casado y tenía dos hijos…
Texto transcrito del original por Doña Inés Ruiz Quiroga.
Continuará….
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