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Un paseo arqueológico por El Berrueco
Un grupo de bejaranos, acompañados de nuestros amigos hemos disfrutado de un hermoso día de campo, en el que hemos aprendido a valorar lo que significa para un ciudadano del SXXI un yacimiento arqueológico como el del Berrueco.
Y es que no hemos visto uno, sino hasta 5 lugares en los que hace miles de años, desde 12000 antes de Cristo hasta la era romana vivían, cazaban, jugaban, trabajaban, amaban, nuestros antepasados.
Si además de un espléndido día, tienes de guía_maestro a J.F. Fabián, el placer es aún mayor, porque además de su capacidad didáctica y de sus profundos conocimientos de todo lo concerniente con la arqueología, se une la pasión por su tierra y su trabajo.
El Berrueco, según Fabián es un lugar muy conocido en Europa, dentro del mundillo de la arqueología. Los arqueólogos no se explican qué tendría ese lugar para haber sido elegido como zona para vivir por tantas personas durante tanto tiempo. Es un yacimiento que ha sido excavado en diferentes ocasiones, aunque aun aguarda un estudio a fondo y una puesta en valor de ese patrimonio arqueológico. Escuchar a Fabián es sumergirte en un mundo mágico y antiguo, un mundo en el que las personas luchaban por la supervivencia con una escasez casi total de medios materiales, pero con todos los ingredientes de lo que significa un ser humano.
Iniciamos el paseo a 200 metros del cruce entre la carretera del Tejado y la SA 102, bajo un encinar de los pocos que se salvaron en el gran incendio ocurrido hace unos años. Además de ser un paseo arqueológico, resultó ser también un paseo aromático, dado el perfume que desprendían los tomillos, cantuesos y escobas, que según ibamos avanzando por el campo iban desprendiendo aromas que nos acompañaron durante todo el día.
Otra característica del paseo era la gama de colores con que la naturaleza nos obsequiaba en esta primavera retrasada, desde los verdes de prados, fresnos, encinas, el intenso amarillo de las escobas, el morado del cantueso, el gris-pardo del granito, el negro de las encinas quemadas y el blanco de las nieves de las Sierras de Béjar y Gredos. Porque el panorama que se domina desde el Berrueco es de los que "quitan el hipo".
La primera parada ha sido en el Castro de Las Paredejas, cuyo nombre, según nos contó Fabián, lo pusieron los campesinos de la zona, porque encontraban al cavar las paredes de los cimientos de un Castro que allí había en el siglo I A.C.
Una de las cosas que Fabián nos ha enseñado es a mirar en el campo para descubrir numerosos restos de cerámicas de las personas que allí vivieron durante cientos de años. También nos comenta la enorme importancia que para los arqueólogos tienen los topónimos de los lugares. Un nombre de santo, por ejemplo indica la cercanía o la existencia de una iglesia, que normalmente se construía sobre un lugar dedicado al culto religioso por estos antepasados, ya que la religión, entendida como la búsqueda o el culto a algo trascendente, se encuentra en todas estas culturas.
Atravesando numerosas alambradas, que vaya Vd a saber para qué están, ya que no hay ganado ni nada que lo pueda justificar desde el punto de vista económico, se llega al campamento magdaleniense del final del Paleolítico Superior (12000AC).
Desde el mismo, la vista sobre Gredos y la Covatilla es espectacular.
Nos contó Fabián una historia personal de las excavaciones que realizaron allí mismo hace años y de cómo esta excavación fue expoliada por un vándalo de nombre Samuel, que resultó ser el cura de Armenteros. Nos contó también la persecución que él mismo realizó del tal Samuel junto a otro compinche, que desgraciadamente se le escaparon. Pero finalmente pudieron verle la cara y nos contó también que pusieron una denuncia y cómo la Justicia amparó en dicho caso al presunto delicuente, argumentando que lo había hecho "sin querer".
En fin, esto viene al hilo de que por desgracia en estas tierras, el amor, el respeto, la sensibilidad por este patrimonio arqueológico brilla por su ausencia. Esperamos que con estas crónicas podamos ayudar a entender a muchas personas que la única actitud con el patrimonio arqueológico es la del respeto. A una persona que busca restos arqueológicos con un detector de metales, no le reporta beneficio alguno encontrar una o varias piezas, pero debe comprender que sin esas piezas al arqueólogo no le resulta posible analizar el yacimiento y aportar a la ciencia la información que atesora.
Desde ahí subimos al Cancho Enamorado (1400-1000AC), poético nombre de un yacimiento situado en lo alto del Berrueco, al que solo por subir cada uno de los paseantes se mereció un premio, porque la subida "tiene tela".
El premio sin duda fue la espléndida vista que se divisa desde arriba, con el Tormes por un lado, Gredos, la Sierra de Béjar, Los picos de Valdesangil la Teta de Gilbuena e incluso en días claros, Salamanca.
Desde Cancho Enamorado, donde repusimos fuerzas, que ya estaban muy menguantes, bajamos a El Berroquillo (Edad del Bronce) y desde allí bajamos al coche y dimos por finalizada la excursión.
En El Berroquillo Fabián nos enseñó lo que pudo ser una "altar" donde los Vettones celebraban sus sacrificios que no solo eran de animales.
Después de felicitarnos por el espléndido día que habíamos pasado y agradecer a Fabián sus enseñanzas, hemos vuelto a comprometerle para hacer una visita al Castro de Ulaca, que promete ser espectacular. Avisaremos debidamente para que los interesados se apunten.
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Gracias Antolín por darnos la oportunidad de conocer el sitio y a Fabián por las explicaciones. Estuvo interesante toda la excursión y eso que la subida fue de esas que no se olvidan...
¡Qué envidia me dais!. No pude ir a la excursión. Le tengo ganas de toda la vida y nunca se me arregla. Además, con un guía de lujo como el que llevásteis, hubiera sido lo más de lo más. Seguro que Fabián os ha contagiado algo de lo que siente por todo eso, porque es de esos tipos que se les nota, que contagian su amor por lo antiguo, por la naturaleza y por conservarlo. Y además no tiene pelos en la lengua, nunca. Seguro que no le debe nada a nadie.
Nando
Día estupendo, buen guía y buena compañia, ¿qué más se pude pedir?, pues otra. Carmen
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