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Crónicas De la Villa en agosto (y algo de septiembre): y 9. Candelario siempre al fondo
Harto de tanto debate sobre tesis doctorales, libros plagiados y másteres de oferta, de tantos individuos habitantes o trabajadores de cloaca, de tantos sinvergüenzas disfrazados, de gente que construye parte de su deseada notoriedad sin escrúpulos éticos, de periodistas que hacen a diario un mundo de todo con tal de vender lo que sea, harto también de tertulianos que viven de opinar de cualquier cosa como si dominaran la totalidad del conocimiento, harto también de que (Imacul)Ada Colau diga que le ha pasado todo lo que le pasa a la gente que sale en los periódicos que dice que le ha pasado tal o cual cosa de moda, harto ¡cómo no! del dichoso “prusés” y de todos sus flecos (por aquí y por allá)… en fin, harto en general de tanta mediocridad disuelta en mil cosas que nos tiene trastornada la vida diaria, incluso en vacaciones, harto de todo eso, me fui a despedir, como todos los años, con una caminata al atardecer a los Picos de Valdesangil, que no exigen el esfuerzo de la Sierra y tienen mucho encanto por su soledad, por sus paisajes, por el espectáculo del granito caprichoso y porque particularmente están cargados de recuerdos en mi calidad de curiel de toda la vida. (Si, respire ya, por favor, después de una frase tan interminable como me ha salido. Y perdone).
Allí arriba, en los Picos de Valdesangil, buscas una roca adecuada, te acomodas para mirar a tanto como que te rodea y sientes que, estando donde estás, le pones distancia de todo, aunque esto no sea más que un espejismo de unas horas, porque el mundo va a seguir a lo mismo, ya que al parecer esto es lo que toca. Por lo que sea, pero es lo que toca. Lo que nos está tocando -sin pesimismos que valgan- no parece que sea lo mejor y lo más deseable, déjeme que se lo diga. No es que yo crea en el destino, no, para nada. A ver cómo lo explico desde una especie de filosofía coloquial: creo que a veces hay concentraciones importantes de gilipollez en sitios concretos, e incluso en toda la humanidad, debido en este caso a la facilidad de los contactos ahora y a la fácil propagación de las cosas. Esa concentración de gilipollez, parece producto de una alteración de la gilipollez individual que todos llevamos dentro y que, en determinados caldos de cultivo, es como si fermentara, volviéndose una especie de gas, que en un número indeterminado de mentes tiene unas reacciones sorprendentes y hasta contagiosas. Debe ser así porque se encadenan unas cosas con otras cada día, por aquí y por allá, produciendo un enredo y una complicación que a muchos nos tienen completamente desorientados y agotados. E incluso se tiene la impresión de que la gilipollez esa que digo no viene de una mayoría absoluta, pero es capaz de apresar de alguna manera al resto, que, desorientado, soporta la situación sin atreverse a actuar y a dar un puñetazo en la mesa al grito de ¡Basta ya, coño!... Como decía, allí arriba de los Picos de Valdesangil, ante el espectáculo que es la Naturaleza de la altura y del granito, la imbecilidad que tanto parece disuelta en el aire que respiramos, se aparca por un rato y uno va buscando apartarse de ella como despedida melancólica de las vacaciones.
El campo abrupto desde los Picos de Valdesangil, con el propio Valle de San Gil, la Sierra, Béjar y Candelario, cada uno en su sitio, es un antídoto contra esos malestares con que se nos va despertando amenazante el siglo XXI. Todo es un placer para la vista: Valdesangil en el medio de su valle, apacible como en un cuento feliz; más abajo, Béjar, metida en su valle, larga, aún desde lejos llena de contrastes arquitectónicos (no muy afortunados, la verdad) entre lo nuevo y lo viejo; Candelario, asomando entre el verde, con esa atracción que produce en la distancia; y finalmente, la Sierra, arropándolo todo, diciendo sin contestación: “Aquí estoy yo, la más cercana al cielo, la que os ampara”. Sin caer en excesos de localismos apasionados, uno se siente bien siendo de todo este lugar, teniéndolo como referencia y habiendo dejado después de tantos años ya trocitos de vida desperdigados por todas partes. Por ello hay que ir a despedirse de las vacaciones allí arriba, como un acto simbólico y para reconocer lo bueno que nos quedan en los tiempos en los que parece dudarse de muchas cosas.
Ha pasado otro año más y enseguida empieza otro, primero con su otoño de contrastes, luego con su largo invierno, después con la emoción de la nueva primavera y, cuando te quieres dar cuenta, aunque hoy parezca que un año es mucho, estarán aquí de nuevo otras vacaciones de verano. Con ellas 365 días más a contabilizar, con el peso que esto va suponiendo año tras año en todos los órdenes. Te preguntas, temblando un poco ante todas las posibilidades, por lo que deparará en lo particular y en lo general el nuevo año, que empezará cuando empiecen de otra manera las obligaciones cotidianas. Hay una mezcla de emoción y miedo en todo ello. Sea como sea, mirando desde lo alto, uno sueña con volver de nuevo al año próximo y, por si acaso y dadas las circunstancias, sin otras novedades que no sean haber ganado la champions, que la bonoloto se haya portado por fin, aunque sea con menos de lo deseado, o que haya aparecido un amigo perdido de antaño de esos que ahora nos encuentran por internet. Y todo ello fijándome también el año próximo, uno más, en algo que desde lejos y desde cerca me fascina: Candelario, tan bien conservado, con tan buena prensa por todos los que lo visitan, tan fresco, tan estupendamente en el sitio donde está… En fin, que quiero volver otro año más y pensar mirando al sur lo que pienso cada año como un compendio de ideas en una sola frase: Candelario siempre al fondo. (Por algo será). Hasta más ver.
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Pues qué pena que se acaben estos artículos, porque eran refrescantes y aportaban ideas y reflexiones muy bonitas y bien contadas. Los que te conocemos sabemos que esto lo puedes hacer en el invierno también si te lo propones y nos entretendrías mucho la pesada monotonía invernal bejarana. Anda, haz un poder. Un abrazo o gracias por estos nueve buenos ratos pasados.
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