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18 El culto al vino y a los caballos en Jerez de la Frontera
¿Qué puede ser más tópico en Andalucía? El flamenco, los caballos, el vino de Jerez, las sevillanas, los toros y toreros contestaríamos casi sin vacilar y sin esfuerzo añadiendo algún punto más como la Feria de Sevilla, Sierra Morena y los bandoleros. ¿No nos damos cuenta de que así nos veían los viajeros extranjeros de los siglos XVIII y XIX? Poco hemos cambiado a ojos de los foráneos los andaluces, los españoles en general, a excepción hecha de las playas, la tortilla de patatas y otras españoladas surgidas en los años 60, sin dejar de lado aportaciones más recientes como el calimocho.
Sin riesgo de que El Tempranillo nos ataque trabuco en mano en los vericuetos de Sierra Morena porque un Alvia es difícil de parar en su rápida trayectoria, llegamos cómodamente a Jerez de la Frontera desde Madrid. Antes de dejar atrás la estación es recomendable admirar el edificio, un ejemplo excelente del regionalismo andaluz construido en ladrillo y adornado con azulejos de colores. Nada más adentrarnos en las calles de la ciudad el viento juguetón hace ventear hacia nosotros los olores inconfundibles del vino, de la madera y la humedad reinante, procedentes de las bodegas repartidas por la totalidad del casco urbano.
Dicen los propios jerezanos que su ciudad es señorial, a lo que yo me atrevería a añadir que se puede comparar en el calificativo a Córdoba, Sevilla y Cádiz, cada una por lo suyo, aunque no estaría de más incluir a Úbeda y Baeza, ciudades de apariencia castellana, Málaga y su calle Larios, Granada por su abolengo musulmán y Jaén por su espléndida catedral.
A Jerez se la reconoce por sus vinos y brandys cuya elaboración proviene de tiempo inmemorial, aunque su impulso definitivo se produjo por obra y gracia de los ingleses que recalaron en la ciudad atraídos precisamente por sus caldos. Ellos, listos como son, vieron en su exportación un gran negocio y se lanzaron a asociarse con los empresarios, aportando su sabiduría a la hora de venderlo en el exterior. La relación no se limitaba al aspecto económico sino que acabaron por enlazar matrimonialmente con los linajes jerezanos, de ahí que muchas de sus bodegas ostenten los sonoros nombres comerciales de Sanderman o Byass, por poner dos ejemplos. Tío Pepe no era ni más ni menos que un empresario de principios del siglo XIX cuyo sobrino le hizo famoso dándole su nombre al mejor fino de su bodega. La estatua de este famoso personaje situada entre la catedral y la bodega de su linaje, precisamente la González Byass, mira al frente alegre junto a los toneles o botas de su propio caldo.
En la elaboración de los vinos se entremezcla la química y el culto divino a partes iguales. Los edificios donde reposan los caldos tienen la apariencia de templos, con división de naves mediante el desarrollo de arcos airosos de medio punto, y en su silencio húmedo y gratificante yacen en sus botas esperando un día el momento crucial de ser llamados para la degustación. Quizás la González Byass es la que más merece una visita por encontrarse en ella las barricas firmadas por personajes de reconocida fama, presumir de una estructura en hierro firmada por un discípulo de Eyffel, hacer los visitantes el recorrido montados en un trenecito (demasiada explotación turística para mi gusto), atesorar grandes toneles dedicados a la familia real española desde Isabel II y porque en ella viven los famosos Ratoncillos de Jerez. La prueba de su existencia suelen enseñarla con regocijo y misterio a partes iguales: en uno de los pasillos de la bodega, sobre la tierra de la solera y entre botas de vino, una copa y una diminuta escalerilla permiten a los animalillos beber vino; manchas húmedas y el velo roto por sus hociquillos hacen deducir su presencia hace unas horas.
Jerez es también la ciudad de los caballos. En la Escuela de Arte Ecuestre se adiestra a los animales para que su trote se convierta en espectáculo. Situada en un palacio digno de París, pues fue un francés su constructor, ahora convertido en museo, varios edificios sirven de caballerizas y de salón para las exhibiciones distribuido el espacio del conjunto mediante un bello jardín. Al otro lado de la calle, el Museo del Enganche muestra los calesines, berlinas, carruajes y demás vehículos tirados por caballos que se utilizan hoy en día para las ferias, bodas reales y espectáculos. ¿Qué voy a decir de estos últimos? Asombran la destreza de los caballos y no menos la paciencia de sus adiestradores. Lástima que no permitan sacar fotos. Deduzco que la prohibición, por una vez, no tiene fines lucrativos sino que está relaciona directamente con los animales fácilmente espantables ante los flashes de las cámaras.
Y la ciudad también es hermosa por su plaza, su catedral, sus iglesias, su Cámara Oscura, su alcázar, sus gentes, su gastronomía y por ese cielo azul gaditano, puro, poblado de aromas marinos en el que habita la brisa.
- Seguid estirando ese tema
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De verdad que si, Carmen, una gran ciudad, que merece la mucho la pena pasear y descubrir y esosss vinitosssss.
E.Álvarez
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