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Pactos electorales: ¡No me defiendas, compadre!
La democracia, entre sus mecanismos para la formación de gobiernos, cuenta con los pactos entre partidos regulados por la Ley. No obstante lo justo que resulta esa peculiaridad del sistema electoral, podría presentarse tras las elecciones el lamentable espectáculo que estamos viendo a diario.
Los numerosos partidos y agrupaciones políticas de nuevo signo hacen que esa lucha por el poder, o la mayor parte posible, lleguen a tener caracteres de “todo vale”. Luchar por ocupar un espacio en los diferentes niveles de gobierno de un país no es criticable, por el contario, resulta la evidencia de que las tendencias, cada una con su ideología y su programa, representan a una parte de la población y todas tienen oportunidades. El problema comienza cuando los elegidos para formar gobierno mutan, ideología y programa, por una silla de una casa de gobierno.
Un ejemplo notable, más sencillo de explicar, es el de Podemos que, con una ideología representativa de los intereses de los segmentos más humildes de la sociedad, no perciba la diferencia de pactar con el PSOE por un lado y con el PP por otro. Esto da la sensación, y es extensible a otros pactos, de que les da lo mismo el magma que la magnesia y que les importan poco los resultados que tendrían que llevar como meta y por los que tendrían que dejarse la piel. En cuatro años de gobierno sus principios y objetivos se irán a dormir el sueño eterno sin alcanzar nada de lo que se propusieron cuando entraron en política. Al final serán los desconocidos de siempre.
Lo irrenunciable por cualquiera que diga que representa a alguien en un país es mantener las esencias de su doctrina en la calle, en el gobierno, fuera del gobierno o en la clandestinidad en los casos extremos. Pero, decir que soy tal y que necesito poder para cambiar tales cosas, se convierte en el argumento de una película de Cantinflas en el mismo momento que, a pesar de saber que sus ideas no progresarán, se une a quienes le han vilipendiado y opuesto en malos términos con tal de ocupar una silla junto a ellos.
Teóricamente se podrán ofrecerse argumentos que sostengan la utilidad, pero sólo serán palabras. Esos pactos unidos por la nada en medio de profundas contradicciones ideológicas, a esos tratos que aspiran a una cuota de poder sin poder (pero con silla) en un cantinflesco regateo de mercado de abastos, habría que responderles al final de su película con una frase lapidaria del propio Cantinflas: “¡No, me defiendas, compadre!
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