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No Concurso "La Cuesta de los Perros II". Cuentos recibidos 25
Espantando soledades
Autor: Dido Fibonacio
Los días que hace bueno, Paca sale a dar un paseo después de comer. Agarra su bastón y sube despacio por la carretera del puerto. Desde que hicieron la autovía ya casi no circulan coches por esa carretera. Siempre se para en el castaño grande. Allí hay un mirador y unos bancos en los que sentarse un ratito a contemplar el paisaje y a llorar un poco sin que nadie, salvo los árboles, la vea. Paca se quedó viuda hace un par de años. Vive sola y viste de luto riguroso. Aunque hace tiempo que está jubilado, Ambrosio sube todas las tardes hasta los prados de arriba para abrir y cerrar la regadera y cavar un ratito en la huerta. Le acompañan sus dos perros. Todavía se encuentra con fuerzas y esa tarea le mantiene activo. Terminada la faena, se pone el azadón al hombro y regresa tranquilamente a su casa por la carretera del pueblo. Va ya para cinco años que Ambrosio también se quedó viudo. Vive solo y un mono azul es su segunda piel. Muchas tardes se encuentra con Paca, comparten carretera y aprovechan para pegar la hebra. “Anda Paca, sécate esos ojos, que parece que has llorado”, le dice él con cariño. “Qué va, es que debo tener alergia a algo”, miente ella mientras saca un pañuelo y se lo lleva a los ojos. Luego se preguntan por los hijos, los nietos, la salud. Hablan del tiempo, de lo bonito que está el campo. Se ponen al día de la vida del pueblo. Comparten recuerdos. Espantan soledades. “Ya vamos quedando pocos”, dice él sin venir a cuento. “Esta mañana me ha llamado mi hija Juani”, le contesta ella. Ambrosio la mira intuyendo lo que va a decir. No se equivoca. “Mis hijos quieren que me vaya a una residencia”, continúa Paca. Ninguno de los dos dice nada. Se levanta una pequeña brisa. Uno de los perros se acerca a ellos moviendo la cola y esperando una carantoña perdida. “¿Y tú que le has dicho?”, rompe él el silencio. La respuesta se derrama en la última curva: “Que no. Que todavía me puedo valer. Que además aquí todos nos ayudamos”. Él asiente y mira para otro lado para que ella no vea su sonrisa. Abre la boca para decir algo pero se calla. Piensa que el luto puede más que la soledad. Quizás otro día se atreva a proponerle que se vaya a vivir con él. El luto no va a durar eternamente, ¿o sí? Queda tan poco tiempo.
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