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Vindicación del Caballero de la Triste Figura
Al duque de Béjar Marqués de Gibraleón, conde de Belnalcázar y Bañares, vizconde de la Puebla de Alcocer, señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos.
C.C. Su Majestad Felipe VI, Rey de España, Archiduque de Austria. Duque de Borgoña y de Brabante, de Milán, de Atenas y de Neopatria. Marqués de Oristano. Conde de Habsburgo, de Flandes, del Tirol, de Barcelona, del Rosellón, de la Cerdaña y del Gocíano. Señor de Vizcaya y de Molina.
Dondequiera que la voluntad de Dios nuestro Señor hobiere querido llevar a Vuestra Excelencia, hágole llegar éstas mis humildes palabras, pues en deuda estoy por la protección que a su abrigo magnánimo y sombra generosa encontró el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que dello me ufano.
El tiempo, mi señor, ha pasado implacable con su malsana maña de trastornar lo cierto por lo creído y desta mi morada final, mi ánima se levanta para hacer justicia al Caballero de la Triste Figura, y no con las artes del andante ejercicio sino con las del escritor que defiende de palabra lo que a palabra ha sido impuesto. Porque, señor, si estas artes no toviere, el silencio de mi reposo eterno, lejos de bálsamo y quietud, sería ponzoña amarga.
Por ser vos gentilhombre de honra, inclinado a las virtudes de lo elevado en las leturas y entendido en asuntos de comprensión de lo que dellas la gente obtiene provecho de saber y manera de andar con rectitud por la corta senda de la vida, os suplico, mi señor, que hagáis justicia. Desde luengos tiempos no me sirvo de la pluma; pero, con el mesmo comedimiento y respeto a Vuestra Merced he de intentar contaros, como mejor podiere, que al parecer el don Quijote manchego ha servido en provecho de personas malsanas. Hombres más cuerdos que el señor Quijana han lucido el corage y el desprendimiento de los caballeros andantes como ilusión de grandeza y han terminado faciendo cautivas las voluntades de sus pueblos y no las suyas propias cautivas destos.
Perdone Su Excelencia si toco a la puerta de vuestra morada para ponerle en manos asunto tan delicado; porque en esta venta celestial, donde ceno con doctores y filósofos de todas las doctrinas que Dios nuestro Señor ha permitido bajo el cielo para engrandecer los pilares de la humanidad, he estado a punto de tirar los platos a la cabeza de más de un sabio maestro por decir que un Quijote de papel no merece lo que otros de carne y güeso. Y en esto, os confieso, mi desacuerdo es rabioso, pues supongo que las aventuras del valeroso caballero no sean, ni por mucho, las de algunos de los Quijotes que le precedieron, pero sólo en cuanto a efectos en la carne y jamás en cuanto a lo que un ideal sublime planta en los corazones. Con dichos doctores y filósofos he tratado con tristeza lo ciego que anda el mundo, empujado por sabios oportunos para sus parciales e inoportunos para la verdad, que ha ido de más a menos, como si lo cierto fuesen las palabras muertas de sus compromisos y la verdad, una alcaparra aplastada por la suela de una abarca.
Destos Quijotes que las razas han visto levantarse sobre sus pedestales, todos han caído en sospecha de haber pasado de la fe y el arrojo en el servicio noble a la comedia de los gobiernos de lanza empuñada contra partidarios y vecinos, que por la fuerza de las crueldades se empinan éstos en la creencia de ser sus poderes divinos. Ansí, posesos de sus propias falsedades, estos Quijotes ignoran que con las mesmas armas con que defienden sus repúblicas y conservan sus reinos, derrócaseles por malos gobernantes. Digo, hasta donde alcanza mi mal cultivado ingenio, que la justa fama y la fe que la honestidad procura en los gobernados podría tornarse en justo rencor de los vasallos al perdella. Muchos y notables han sido los Quijotes desta templanza que han reinado del hidalgo Quijano a esta parte, que si dellos pretendiera hacer relación, luenga sería y harto más si de sus malos gobiernos contara a Vuestra Merced.
Desta suerte, mi señor, abrúmame el pensamiento malsano de haber puesto a mano de los impostores una piel de oveja con que cubrir las desnudeces del avasallamiento y una leyenda fermosa para sepultar la libertad como si de salvalla se tratase. Y si Sancho no toviese sólo cavilaciones para llenar la panza a los suyos y ganar en tierras y animales para mejorarles la pobreza y se empeñase en facer de la justicia y la probidad un arma elevada por encima de las exigencias de la carne, podría yo descansar en paz en ésta mi otra vida. Y desta manera don Quijote, más que parábola, sería para los hombres camino a seguir.
Vuestro fidelísimo deudor, Miguel de Cervantes y Saavedra
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