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Viaje hacia el norte. Segunda parada: El Burgo de Osma
El objetivo de la segunda etapa era ver al cocodrilo.
Yo sostenía, ante el escepticismo general del grupo, que un día o una noche, hace ya tiempo, había visto caminar un animal de esa guisa por las paredes de una iglesia o colegiata o catedral o lo que fuera. Y que eso había sido en... El Burgo de Osma, dije, aunque no estaba seguro. Ni de cuándo fue, tampoco, pero que lo había visto, eso sí. Y lo podría describir, y así lo hice, con pelos y señales, su tamaño y posición rampante, cruzado en el alto muro, sus fauces, su cola y su piel de saurio, que no había sido un sueño, que no, aunque quizá lo hubiera sido.
Y allá nos fuimos y allá paramos. En el propio Burgo.
Y en efecto, no era allí, sino en Berlanga de Duero, donde el bicho tenía el domicilio, cerquita queda, nos dijeron, que aquí nunca habitó el caimán, y de paso nos precisaron la especie, que no es lo mismo un caimán que un cocodrilo.
Así es que por allí andábamos, recorriendo una larga calle Mayor castellana, hecha un pincel, con soportales en solo uno de los lados, cien veces sostenidos por todo tipo de vigas y zapatas y pilares. En una villa que en realidad ha sido siempre una diócesis que siempre ha sido una villa. Señorío eclesiástico de libro, con tierra y poder omnímodo, levantado y sostenido en torno a la voluntad, el saber y el hacer de obispos, tales que Pedro de Bourges, Domínguez, Bernabé, Bermúdez, Montoya, Enríquez, Álvarez D'Acosta, Arévalo y Torres, Calderón y otros, todos dejando su huella en iglesias, catedrales, plazas y plazuelas, murallas, palacios, casas, hospitales e incluso una grandiosa universidad. Obispos urbanistas se diría, constructores y alcaldes, señores de almas y de todo lo que éstas puedan soñar, y también tener.
Conjunto Histórico desde 1993, monumentos a porrillo, nombro algunos: la Catedral de la Asunción, románica primero y gótica después, con elementos renacentistas y barrocos, el Hospital de San Agustín, herreriano, la Plaza Mayor, como recién salida de un dibujo, el Ayuntamiento, neomudéjar, la Universidad de Santa Catalina, plateresca, el Seminario de Santo Domingo y el Hospicio, neoclásicos, todo un tratado de historia de la arquitectura por el que resulta una delicia pasear con calma.
Ahora que lo estoy recordando todo, en una tarde lluviosa de la isla, se me pone delante de los ojos la portada del Palacio Episcopal, dotada de un perfecto arco cornupial, enmarcado en un alfiz delicadamente delineado, y justo detrás en mi memoria, casi debajo de las muy viejas encinas de aquí, una celosía del claustro de la catedral de allí, por la que entonces vislumbré, por un momento, a los maestros y canteros de aquel tiempo pasado, los artesanos tantos, cuánto trabajo y genio para llegar hasta este punto.
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