Bajo licencia de Creative Commons.
Viaje al Amazonas ( inspirado en la pandemia)
Si quieres publicar tu relato envíanoslo a director@bejar.biz
Hortensia Mañas
Hace un tiempo viajé a Manaos con mis hijos. Apenas pisamos la ciudad. Nuestro objetivo era la naturaleza. Deseaba un gran viaje y recuperar un retal de nuestra vida como una fiesta entre semana. El recuerdo irrumpe estos días sombríos, añoranza de una etapa inocente y esperanzada, irrepetible ahora por las obligadas distancias.
Siempre he pensado que solo estamos en el planeta una vez y que estaría bien conocer el entorno en el que nos movemos. Ahora compruebo con pesar, que a todos nos afecta la misma enfermedad y los recorridos de la memoria por los lugares disfrutados, los observo con preocupación por la gente que los habita.
Al llegar me sentí abrumada por la extensión del río y sus múltiples brazos repletos de vida: Las casas construidas sobre palafitos en las orillas, algunas con dársenas donde guardar los enormes ejemplares que los pescadores consiguen atrapar y que guardan como si fueran gallinas en un corral; los cocodrilos que dormitan en las orillas con sus crías, que los nativos te invitan a explorar bien entrada la noche, en pequeñas barcas iluminadas apenas por su linterna; las garzas blancas que se encorvan entre los árboles de la orilla o las bandadas de loros volando verdes sobre las aguas oscuras mientras los monos montan el circo de acróbatas cuando te acercas; la sensación pegajosa en todo el cuerpo, el olor a flores, a hojas y tierra; el brillo de los cabellos negros sobre los cuerpos casi desnudos.
Nos mostraron cómo obtenían el caucho en el pasado, trabajando de sol a sol, haciendo cada día una raya en la corteza del árbol de la fortuna y recogiéndolo en una pequeña lata en la que vertían el látex. El cauchero trabajaba todo el día en condiciones precarias a cambio de un plato de lentejas.
Apenada por la eterna explotación del hombre por el hombre, traté de olvidarme del mundo del que venía, un mundo de edificios, carreteras y automóviles, con sus ruedas compuestas por caucho y en un suspiro, la naturaleza lo ocupó todo.
El río Amazonas es el camino, el eje que comunica a la gente de varios países y de múltiples tribus. Y aunque en el mapa se ve como algo muy disperso, todo se conecta a través de su cauce y sus afluentes mientras recorre con gruesas arterias y miles de venas, el pulmón del mundo.
Allí, la gente sufre la temida pandemia como aquí. Leo que las autoridades de Manaos se lamentan de la falta de recursos. Los reclaman como nosotros, se mueren como nosotros, se confinan como nosotros, usan mascarillas como nosotros. Los sanitarios y los mayores tienen miedo, como aquí, con alguna diferencia: los recursos y la distancia. Para muchos pueblos indígenas se necesita viajar más de veinte horas en una canoa motorizada para llegar al hospital más cercano. Me angustia sólo pensarlo. El agua es el camino de ida y vuelta.
Recuerdo que nos alojábamos en un campamento a las orillas del río Negro. Desde allí visitamos en una barcaza azul y blanca, un poblado en el que nos enseñaron cómo pintarnos la cara con las semillas rosadas del achiote y disfrutamos como un juego lo que para ellos era una tradición, un símbolo de conexión entre las fuerzas terrenales y espirituales.
Mi hija, subyugada por su arte corporal y viajera empedernida, quiso que le pintaran un tigre, para recibir las energías de las montañas en los largos trayectos. Yo, me incliné por la boa o el equilibrio para tomar decisiones, que asocié con los rasgos de la sabiduría que anhelaba en mi madurez.
Eso es lo que les dicen los espíritus en sus sueños. Los sueños, esos procesos de creación donde se unen imágenes imposibles en la realidad, donde suceden cosas extraordinarias, tal vez reveladoras.
images-117¿Dónde han quedado los sueños ahora? Allí y aquí la vida se vive de manera similar. Nos levantamos, comemos, dormimos, amamos, trabajamos, inventamos, nos relacionamos, lloramos, reímos, hablamos, enloquecemos, enfermamos y aprendemos. Hoy los sueños se muestran tenebrosos y ocasionalmente, son los portadores de esperanza por una vacuna, por una nueva etapa más amable.
Desde nuestras cabañas podíamos ver el muro verde de la selva por todas partes. Era imponente penetrar en esa masa compacta de vegetación, con temor a las criaturas que la habitan o con esa reserva emocional ante las historias de sucesos trágicos.
Se contaba que no era sencillo salir de allí si te perdías. Tenías que conocer los árboles, establecer referencias vegetales porque el cielo no existe, ni el sol, la luna o las estrellas. Te sepulta el verde. Te envuelve el calor. El guía nos contó que un chico de quince años se perdió más de treinta días y lo encontró su padre al borde de la muerte, con veinte kilos menos y lleno de heridas, después de una intensa búsqueda.
images-118
La selva impresionaba. Enseguida podías sentir la desorientación que produce ese exceso. Ni siquiera sabes por dónde pisas. El aire es opresivo y te palpita con fuerza el corazón. Empiezas a sudar y confundes el bochorno con el pánico. Es el miedo ancestral que confirma que todo lo desconocido asusta.
Estuvimos unas horas, suficiente para comprobar que no era nuestro mundo, a pesar de todos los esfuerzos que hacen las grandes corporaciones para doblegar ese territorio sagrado. ¿Algún día el hombre abandonará su espíritu destructor? Jamás debieron atacarlo. Se vengará si no lo está haciendo ya.
Mi hijo sudaba y temblaba poseído por la sensación apabullante de fragilidad, al tiempo que se sorprendía de la magnitud de los árboles, el verdor de los suelos, los sonidos de las aves, pero todos sus sentidos estaban alertas ante cualquier ruido extraño. Tenía que verlo todo, escucharlo todo, observarlo todo. Se encerró el resto de la jornada en su habitáculo para descansar, relajarse y escribir. La selva lo había vencido al poco de adentrarse en ella. Y a mí, contagiada por él.
images-123
En el campamento del río Negro, el sol se pone en poco tiempo dejando estelas luminosas en el agua. Por la noche comimos pollo, yuca, arroz y olorosa fruta. Los sonidos se iban apagando y nos atrevimos a acercarnos a la orilla para mojarnos los pies mientras observábamos sutiles movimientos en el agua.
Brillos metálicos intermitentes a lo lejos me llevaron a mis noches en el campo, cuando apenas levantaba un metro del suelo. Aquellas lejanas noches de inocencia, regresaron y con ellas, algunas lágrimas que no empañaron el recuerdo de campos verdes, ganado a cubierto, flores en espacios sin cercas y el observatorio desde un ribazo del huerto, esperando que mis ojos se acomodaran a la oscuridad. Noche tras noche, aparecían sus colores para saludarme. En este viaje, mis hijos maduraban junto a mí, luciérnagas luminosas.
Era una despedida. Al día siguiente teníamos que iniciar la vuelta a casa, cada uno a la suya. Conseguimos regresar felices a una civilización de otros excesos, edificios, asfalto y automóviles, que ahora también nos confunde y nos desorienta. El peligro flota en el aire, invisible para todos.
- Olga, tú no dijistes en un
hace 23 horas 40 mins - Claro que el tiempo pone a
hace 1 día 12 horas - El tiempo pone todo en su
hace 2 días 22 mins - Yo también fui socio de
hace 2 días 35 mins - Por lo que yo recuerdo fue
hace 3 días 4 horas - Tengo mis serias dudas de
hace 4 días 51 mins - pues que eso ya es historia
hace 4 días 1 hora - ¿Que tiene que ver el
hace 5 días 4 horas - Entrevista a Alejo Riñones,
hace 5 días 6 horas - Ya que preguntas Alberto, me
hace 5 días 6 horas
Enviar un comentario nuevo