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Una noche mágica la del Blues del Castañar
Mientras el audaz comentarista de chismes del corazón y la entrepierna Jimmy Jiménez Arnau contaba con todo lujo de detalles como el periodista deportivo y polemista del mundo del corazón y otras vísceras Pipi Estrada le había dado de patadas a la salida de un programa de televisión de los que frecuentan ambos, mientras ponía el hígado en vilo con su relato este esperpéntico caradura, en la plaza de toros del Castañar había un festival de blues que cumplía diez veranos. Como todos los años, estás allí, bajo las estrellas del cielo bejarano de agosto, con la luna asomando y escondiéndose entre los castaños y ese fresquillo detrás de las orejas cuando lo estás viendo desde las gradas, antes de que sea el momento de bajar abajo y estar más cerca. Estás allí y es como si para unas horas y en esa noche, en esa plaza de toros y con aquello, fuera una isla al margen de cualquier otra cosa de las que componen el mundo de la gente. Luego, a la mañana siguiente, cuando despiertas, vuelves a la realidad, pero mientras suenan las guitarras, las voces de negros de Harlen o de Chicago, o aunque sea la de unos finlandeses que no sabías ni existían, la sensación es la de que estás al margen de todo lo demás por un tiempo, de que sólo existe lo que estas viviendo en ese rato.
Cada año este día y a esa hora mucha gente espera encontrarse con la música como pretexto. A veces vamos sin tener ni la más remota idea de quien son cada uno de los grupos que van a cantar. Aquello va a sonar bien, porque alguien que entiende ha buscado a los que lo hacen bien y porque aún sonando regular, que nunca es el caso, estar allí esa vez única del año y en ese marco, vas a disfrutar. Pero para más magia, esa noche aparecen por allí amigos y conocidos de otro tiempo que van a lo mismo y que te encuentran con el mismo arte de la casualidad y para la misma alegría con que tú los encuentras a ellos. Se alegran, te alegras, los abrazas y te abrazan y hay una copa recíproca, cueste lo que cueste, que cuesta. Allí, momentáneamente, se curan todos los males al sonido de las guitarras o de las voces potentes, a veces quebradas, que sólo parecen tener los negros.
Oyendo esta música y así las cosas, entiendes la vida de otra manera por unas horas. Y como la vida son momentos y lo saben bien ya por la edad los que van a estas cosas cada año, no hay quien no se dé cuenta cuando llega el momento, cuando estás dentro o a la mañana siguiente, despertando, que es impagable que alguien haya inventado esto, que vayan ya diez años y que sea más fruto de su obstinación que del negocio en seguir en ello. (Gracias Miguel Paso, te debemos una, bueno, diez, una por año).
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Sí, eso exactamente es esa noche. Bravo Fabián. A Miguel Paso le debemos esas noches, pero pagárselas sería lo peor que hiciéramos. Yo prefiero debérselas toda la vida y que él sepa que se las debemos.
Bien por el Blues!!!
Este año no he podido asistir, y bien que lo he sentido.
Os he echado de menos. A todos vosotros, a los que no conozco personalmente, a los amigos, al buen ambiente, a la buena música...
Seguid en esa línea. Es la acertada.
Factor X
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