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Un viaje a la Antártida, Territorio de Paz y Ciencia (I de 2)
Sin duda algunos de nuestros lectores recordarán la insólita felicitación navideña que, desde la lejana Antártida, nos envió nuestra amiga Olga, joven oceanógrafa con raíces bejaranas que ha pasado allí una temporada iniciándose en las labores de investigación que científicos de élite de varios países llevan a cabo en ese continente, uno de los últimos confines aún preservado de este singular mundo en que habitamos. De vuelta de su periplo, Olga nos remite ahora una crónica de su viaje y de su apasionante experiencia, crónica que publicaremos en dos partes. Espero que la disfruten.
Por Olga Hernández Gautier,
con la colaboración de A.H.
La vida está llena de sorpresas y a veces, cuando uno menos se lo espera, aquellos sueños que nos persiguen desde pequeños se acaban realizando... Quisiera aprovechar la ocasión que me brinda Béjar.biz para contaros un viaje poco común, mi viaje a la Antártida.
Así es que, el 3 de diciembre de 2013, volé desde París, donde trabajo, hacia Tasmania, Australia. Después de 17.200 km y más de veinticinco horas de vuelo, llegué al puerto de Hobart, donde el barco Astrolabe esperaba a las sesenta personas, tripulación incluida, que íbamos a iniciar el camino hacia la Antártida.
El Astrolabe es un barco polar, de 65 metros de eslora, que cada año avitualla la base francesa de Dumont d'Urville, en la Antártida. Realiza un total de cuatro viajes durante el verano austral - de diciembre a marzo - con el fin de aprovisionarla de alimentos, petróleo y equipamiento científico, para poder trabajar y resistir al duro invierno. Esta base, a su vez, aprovisiona a otra, la franco-italiana Concordia, situada a 1.100 km hacia el interior del continente. El Instituto Polar Francés Paul Émile Victor (IPEV) y el organismo de las Tierras Australes y Antárticas Francesas (TAAF) dirigen y financian estas expediciones.
Este relativamente corto viaje suele durar cinco o seis días, siempre y cuando todo vaya bien. Pero la naturaleza nos enseñó rápidamente que hay que contar con ella y, entre algunos días bloqueados en los hielos y otros buscando el camino en ese mar infinitamente blanco, al final fueron trece los días que tardamos en divisar el continente Antártico.
En los siglos XIX y XX fueron muchos los exploradores polares que quisieron adentrarse en estas tierras del sur, desde el Capitán Cook, que fue el primero en cruzar el círculo polar, y el famoso héroe Schackelton, que pasó casi dos años atrapado en la banquisa, pero que logró regresar sano y salvo con toda su tripulación, hasta los franceses Charcot y Dumont d'Urville, sin olvidar a los británicos Ross y Scott, y al noruego Admunsen, primer hombre en llegar al polo sur el 14 de diciembre de 1911. Nombres que evocan historias misteriosas y deslumbrantes, historias heroicas que podríamos contar durante horas y horas.
Aunque algunos de los países que enviaron a estos exploradores intentaron, a mitad del siglo XX, reclamar la soberanía de "la parte" del territorio antártico descubierta, acabaron por firmar, en 1959, el tratado Antártico y declarar a este continente Patrimonio de la Humanidad, Territorio de Paz dedicado a la Ciencia, y Reserva Natural.
En efecto, apenas alterado por la presencia del hombre, es un lugar ideal para entender mejor nuestro planeta, comprender mejor el funcionamiento de los océanos, investigar la atmósfera que nos rodea y el clima de la tierra, conocer a los animales que allí viven, y descifrar las galaxias y estrellas. Lejos de toda polución, la atmósfera del centro de la Antártida nos informa sobre la evolución de la atmósfera global. Por ejemplo, un aumento de la contaminación en la Antártida refleja un aumento de la polución global. Por ello, los datos recogidos en este continente son de un gran valor científico.
En lo que a mí concierne, como oceanógrafa, mi trabajo, más que en la propia Antártida estaba en el camino, en la travesía, en las profundidades del mar. El objetivo consistía en tomar medidas de temperatura y salinidad en el Océano Austral. Un programa, SURVOSTRAL, que funciona desde hace 20 años, y que permite entender mejor la circulación oceánica y la evolución de las corrientes a largo plazo en esta zona. Concretamente, medía la temperatura y la salinidad del mar cada una o dos horas, y hasta profundidades de mil metros.
La verdad es que, atravesar el paralelo 50, llamado "el bramante" o "el furioso", y el 60, apodado "el aullador", y trabajar 12 horas al día, no fue siempre fácil, pero las tempestades también tienen su encanto. Al cabo de cinco días de navegación, mis ojos descubrieron un paisaje inenarrable, una inmensidad blanca -la banquisa- que, como mi bejarano padre más tarde diría, parecía un pastel de nata trufada de pingüinos.
Pronto quedamos rodeados completamente por su hermosura. Navegamos entre icebergs, focas y ballenas, pingüinos... difícil describir tan bella naturaleza. El 16 de diciembre estábamos a 45 km de la base y la Antártida la teníamos más cerca que nunca pero, debido al gran espesor de hielo acumulado, no pudimos avanzar más. El resto del viaje lo tuvimos que hacer en helicóptero.
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Preciosa experiencia. Gracias por compartirla con nosotros.
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