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Relatos de cuarentena
En una ladera
Enviado por Administrador el Mar, 09/06/2020 - 09:15.Hortensia Mañas
Yo no conducía. Hacía tiempo que había dejado de hacerlo. ¿Por qué? Sencillamente las cosas eran así, siempre conducían ellos y a mí no me apetecía. Tampoco ahora, pero es diferente.
El coche dio dos vueltas de campana a setenta kilómetros por hora. Saltó por la ladera de la montaña no sé cuantos metros. Lo dijeron, pero no lo recuerdo. Se quedó volcado de lado cerca de los primeros pinos, sin rozarlos.
Dicen que enseguida llegó la ambulancia. Otros viajeros nos auxiliaron.
Recuerdo que disfrutaba el paisaje alpino, el cielo despejado y la expectativa de una semana con mi novio en una cabaña en plena naturaleza. Llevábamos seis meses de relación y yo todavía estaba enamorada. Recuerdo que quiso besarme y que acerqué mi boca, mirando de reojo la carretera. Venían curvas y la suerte se encargó del resto.
Viaje al Amazonas ( inspirado en la pandemia)
Enviado por Administrador el Lun, 25/05/2020 - 09:47.Si quieres publicar tu relato envíanoslo a director@bejar.biz
Hortensia Mañas
Hace un tiempo viajé a Manaos con mis hijos. Apenas pisamos la ciudad. Nuestro objetivo era la naturaleza. Deseaba un gran viaje y recuperar un retal de nuestra vida como una fiesta entre semana. El recuerdo irrumpe estos días sombríos, añoranza de una etapa inocente y esperanzada, irrepetible ahora por las obligadas distancias.
Siempre he pensado que solo estamos en el planeta una vez y que estaría bien conocer el entorno en el que nos movemos. Ahora compruebo con pesar, que a todos nos afecta la misma enfermedad y los recorridos de la memoria por los lugares disfrutados, los observo con preocupación por la gente que los habita.
Al llegar me sentí abrumada por la extensión del río y sus múltiples brazos repletos de vida: Las casas construidas sobre palafitos en las orillas, algunas con dársenas donde guardar los enormes ejemplares que los pescadores consiguen atrapar y que guardan como si fueran gallinas en un corral; los cocodrilos que dormitan en las orillas con sus crías, que los nativos te invitan a explorar bien entrada la noche, en pequeñas barcas iluminadas apenas por su linterna; las garzas blancas que se encorvan entre los árboles de la orilla o las bandadas de loros volando verdes sobre las aguas oscuras mientras los monos montan el circo de acróbatas cuando te acercas; la sensación pegajosa en todo el cuerpo, el olor a flores, a hojas y tierra; el brillo de los cabellos negros sobre los cuerpos casi desnudos.
Comotú y el coronavirus
Enviado por Administrador el Jue, 21/05/2020 - 18:15.Segundo Relato de la cuarentena. Interesados enviadlos a director@bejar.biz
José Luis Rodríguez Celador
Érase una vez una niña (o un niño) que se llamaba Comotú (-¿Como yo? –No, Comotú. –Me estás liando. –Pues deja que siga…). Comotú vivía en un lugar maravilloso que se llamaba Béjar. Era un lugar maravilloso porque, mientras jugabas o paseabas o corrías o saltabas podías ver las montañas llenas de árboles de colores y, algunas veces, allá a lo lejos, los picos de las montañas blancos de nieve blanca. Algunos decían que Béjar era un pueblo grande, pero Comotú siempre les decía que no, que Béjar era una ciudad pequeña. Comotú vivía en su casa con sus padres (o con sus madres) y casi casi siempre se portaba bien. Iba al cole, hacía deberes, jugaba, pintaba, veía la tele y hacía un montón de esas cosas que hacen los niños y las niñas que ya no son bebés, pero que todavía no son mayores del todo. Algunas veces protestaba porque le daba la gana o porque le mandaban a la cama cuando más agustito estaba, o porque le quitaban la consola, o pataleaba porque no quería comer judías verdes (¡puajj, qué ascazo de judías verdes!). Pero casi casi siempre se portaba bien, así que los Reyes y Papa Noel siempre le traían algún juguete de los que más le gustaban.
Al tercer día......
Enviado por Administrador el Mié, 20/05/2020 - 09:55.Iniciamos hoy esta sección de Relatos de cuarentena con uno de Hortensia Mañas
Los lectores interesados pueden enviarnos su relato a director@bejar.biz
Las oficinas-paisaje de este gran edificio son un incordio, pero he encontrado la manera de descansar un poco. Me instalo en una sala de reuniones y me tumbo en el suelo, detrás de la mesa alargada, para que nadie me sorprenda. Apoyo la cabeza sobre una pila de carpetas, como si fuera una geisha, para mitigar mi dolor de espalda.
Ya llevo un par de días vagando como una cucaracha por las plantas diáfanas porque no quiero volver a casa. Espero a que se marche el último empleado encerrada en el baño del sexto piso y cuando apagan todas las luces, me atrevo a salir con mucho cuidado para no encontrarme con ningún vigilante.
Esta tontería se me atravesó en la cabeza cuando mi enfado irrumpió como una inundación ahogando las palabras. Reconozco que me superó la falta acumulada de determinación, mi aguante y condescendencia de siempre, reforzado por su actitud taciturna y ensimismada.
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