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Tal vez soñar
Basta salir de Béjar para apreciar la evidente despoblación de su entorno. Hay pueblos fantasmas ruinosos, deshabitados o prácticamente deshabitados. Los estudiosos, demógrafos y especialistas en temas de la economía valoran como un grave problema el éxodo desde las zonas rurales a las ciudades, que obedece a una dinámica económica y social que sitúa en éstas últimas las mayores oportunidades de empleo y desarrollo personal.
Es cierto, aunque es una verdad de las tantas moldeadas por las barbaridades que el hombre se ha encargado de implantar. Es lógico, porque es preferible emigrar a vivir de nada en la nada. Es absurdo, porque es uno de los índices que nos indican que somos el carbón de la caldera de un sistema con un modelo económico autodestructivo.
No por ser éste un tema macroeconómico debemos de creer que nos está vedado. Tal vez la superpoblación de la Ciudad de México sí lo sea; pero lo que sucede a nuestro lado, con un poco de ganas de pensar y la vista puesta un poco más lejos que el próximo puente, tal vez fuera remediable. Pero no nos engañemos, estamos hablando de algo que podría ser extraordinariamente difícil, porque la capacidad de soñar y de emprender, de poner toda la carne en el asador, es un recurso escaso y en vías de extinción.
Un medio rural de la tradición y las condiciones naturales de Béjar podría revivir si los que piensan por nosotros comprendieran y nosotros mismos comprendiéramos que los proyectos para salir adelante tienen que tener un acápite especial para el usufructo de las tierras ociosas y una convocatoria al desarrollo rural, que sea capaz de provocar una emigración a la inversa y de crear una base económica que difícilmente se logre con proyectos empresariales injertados con más esfuerzos que resultados.
Es más, Béjar, que no deja de ser parte —aunque no quiera— de un mundo rural que tuvo una industria que ya no existe, se está despoblando como cualquiera de los pequeños pueblos que la rodean. Tomar en cuenta esto nos lleva a pensar que: no somos un centro urbano de esos que, según los economistas, son objeto de flujos migratorios; no pasamos, en cuanto a desarrollo industrial, del ensamblaje o el envasado, porque no producimos y procesamos ninguna materia prima. Ni el pan se hace con nuestro trigo. En cambio, tenemos miles de hectáreas, bosques y montañas sólo para elogio del paisaje, que son la premisa real, concreta y tangible de nuestro desarrollo.
En medio de todo eso, el comercio y los servicios, que es de lo que realmente vivimos, también corren serios peligros. El comercio, por la competencia de las grandes superficies y la ruina de los pequeños comerciantes; los servicios, generalmente en manos de autónomos, porque cada día somos menos a ser servidos y disponemos de menos dinero para recibirlos. Nos quedan los bares, para olvidar las penas.
De 1996 a acá, la población de Béjar pasó de 16.762 habitantes a 15.004, que son 1.758 menos y eso indica que la tendencia es hacia afuera y no hacia adentro. También indica que nos sucede exactamente lo mismo que a esos pueblos semi abandonados que miramos con tanta preocupación.
¿Qué alternativas tenemos? Dos, tal vez tres:
Emplear nuestros propios recursos naturales en la producción agropecuaria, privada y cooperativa, y sobre ella construir, en el futuro, una industria autóctona.
Esperar a que algún día, haciendo malabares y concesiones, entre ellas el regalo de nuestro suelo, nos venga la industria por su propia conveniencia.
O irnos, pudiendo habernos quedado. Y dejar de soñar.
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