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Sobre abuelos, familia y sociedad
Iván Parro
El pasado jueves 26 de julio se conmemoró en buena parte del mundo el conocido como Día de los Abuelos, un reconocimiento a su papel en la familia, fecha que coincide con la onomástica de San Joaquín y Santa Ana, padres de María, la madre de Jesús y por tanto sus abuelos, según la tradición católica, ortodoxa y anglicana. El Día de los Abuelos complementa a otros días también dedicados a algunos miembros de la familia como el Día del Padre o el Día de la Madre.
Esta conmemoración no debe confundirse con el Día Internacional de las Personas de Edad, el 1 de octubre, fecha en la que Naciones Unidas quiere recordar a las personas mayores en general, y no sólo a los abuelos, a aquellos familiares que tanto están contribuyendo al sostenimiento de la misma familia, a aquellos que llegada esa nueva situación personal en sus vidas suelen dedicar el tiempo que les es posible a sus nietos y nietas en general.
Algunas celebraciones en otros países de este día son las siguientes:
En Argentina se celebra también el Día de la Abuela (segundo domingo de noviembre) y el Día del Abuelo (tercer domingo de agosto).
En países como Canadá, Chile, Nicaragua y Estados Unidos la celebración de un día especial de los abuelos se aprobó en los Parlamentos nacionales o por decreto legislativo. En Estados Unidos la labor de Hermine Beckett Hanna y de Marian McQuade fue decisiva para la instauración del National Grandparents Day (Día Nacional de los Abuelos). Según leemos en Wikipedia “McQuade educó a los jóvenes sobre la importancia de las contribuciones de los mayores a lo largo de la historia. Ella también instó a los jóvenes a “adoptar” un abuelo, no sólo durante un día al año sino de por vida”.
Creo que serán pocos quienes nieguen o pongan en cuestión el papel decisivo que para muchas familias tienen los abuelos hoy en día. Su contribución, tanto como cuidadores, sostenedores o protectores de familias, es clara y admite pocas dudas; únicamente quizá en aquellos casos donde la enfermedad, las dificultades o la mala interpretación de ese rol impidan el ejercicio de su labor como abuelos.
Pero a pesar de todo pienso que aún la sociedad en general les debe mucho. El recurso a su compañía, a su labor de cuidadores, aún no está lo suficientemente reconocida. Los abuelos lo intentan dar todo en las familias; son para muchas el único sustento también a nivel económico, pero siguen existiendo situaciones muy graves de maltrato, de abandono, de olvido y también de soledad. Ya he hablado en otras colaboraciones acerca del problema de la soledad, y es que la soledad puede matar. En muchos casos ésta es consecuencia de la falta de núcleos o estructuras familiares, pero en otros los abuelos (y las personas mayores por extensión), son utilizados para determinados fines y luego son olvidados, aparatados, recluidos o abandonados a su suerte, por no mencionar el internamiento en residencias como ejemplo de desconsideración (en este caso quiero mencionar solamente a quienes válidos y capaces pueden quedarse en su casa pero son enviados a residencias y asilos).
Todas estas cuestiones que he mencionado creo que pueden manchar o empañar ese amor por los abuelos, entrando en contradicciones significativas en muchos casos, pues si por un lado las familias quieren de verdad a sus abuelos, a sus mayores, ¿por qué los abandonan, los aíslan o los maltratan?
Sólo quiero mencionar algunas cuestiones relacionadas con este tema, aunque cada familia es totalmente autónoma y libre de funcionar como quiera, como pueda o como le dejen. Entiendo que hay situaciones particulares en que pueda ocurrir esto pero no lo comparto. Creo en el papel activo de las personas mayores en la sociedad, en que tienen mucho que decir y que aportar, en que no son objetos. Siempre he creído en el enorme potencial de los mayores y su fuerza social. Lo hemos visto en parte con el tema de las pensiones, pero son capaces de mucho más.
Creo también que cada familia es un microcosmos especial en el que interactúan muchos elementos, muchas situaciones, donde se producen avances y retrocesos; donde hay alegrías pero también tristezas; donde puede primar el negro o el rosa según las circunstancias; donde se sobrevive o se malvive como se puede, pero al fin y al cabo donde se intenta vivir lo mejor posible por todos sus miembros.
No es cuestión de replantear el papel de los abuelos en las familias y en la sociedad sino de reconocerles como se merecen sus aportaciones dentro y fuera de la familia. Un abuelo (y por ende una persona mayor) es un tesoro de experiencia, de sabiduría, de valores y de Humanidad al que hay que redescubrir cada día y no sólo utilizar. Si es cierto que los niños que pasan mucho tiempo con sus abuelos no son malcriados dejemos que se acerquen unos a otros, pero que no se abuse de ellos y no se desarrolle así la figura del “abuelo esclavo” como ya están apuntando y sugiriendo algunos estudios.
Más valor, más amor y más dedicación a las familias hacia los abuelos. Ellos lo intentan dar todo y mucho más. La familia y la sociedad deben responderles. Ellos cuidan de los niños pacientemente y sin recompensas en la mayoría de los casos. Ellos no son sólo un recurso o un último recurso cuando hace falta sino que son familia también. Parece que hemos olvidado esto. Parece que los abuelos no son familia; y esto no es así. Que el recuerdo y el significado del ser abuelos perviva y permanezca en cada momento, reunión o situación familiar, porque así como enseñemos a portarnos nosotros con nuestros mayores nuestros hijos quizá lo harán con nosotros.
“Seguramente dos de las experiencias más satisfactorias de la vida son ser nieto y ser abuelo” (Donald A. Norberg)
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