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La señora, el dinero a chorros de San Botín y las pastillas para la circulación de la sangre
A la gente se le puede matar de muchas maneras. Se les puede matar quitándoles las ilusiones, porque sin ilusiones lo mejor que uno hace es morirse; se les puede matar con el miedo a la miseria que vendrá mañana, que es como lo de las ilusiones pero mucho más objetiva; se les puede matar rebajando su condición humana: de persona con principios al tío que por tener o mantener un trabajo le pone traspiés hasta a su madre y se hace compinche de los patrones; se les puede matar de los nervios cuando no logran ver sino la noche oscura y punto pelota. Se les puede matar de muchas maneras, todas diferentes y creativas, dentro de una sociedad de igualdad de oportunidades y de derechos en la que se vulnera lo uno y lo otro. Y se les puede matar de muerte natural, con el simple e irreversible hecho de mandarlo al cielo o al infierno de una patada en el culo por culpa de una medicina.
Esta última modalidad, que es el que nos lleva a este comentario, resulta una paradoja en un país que hasta no hace tanto se caracterizaba por tener un sistema sanitario público que aseguraba una atención de calidad a toda persona.Con la crisis han disminuido los nacimientos, ha aumentado la mortalidad y la esperanza de vida comienza a caminar hacia atrás.
Hay quienes no se percatan de que los datos que se enarbolan para afirmar que España está saliendo de la recesión y las cifras halagüeñas del dinero que está entrando a montones, a manos llenas, según el Evangelio de San Botín, están conformándose con lo que el Gobierno le está quitando a la gente en forma de cancelaciones y recortes de derechos. Habría que preguntarse si la impresión pesimista de que el futuro va a peor que tienen la mayor parte de los españoles --a pesar del dinero de San Botín y de su preocupación por la Fórmula 1--, está o no está suficientemente documentada por el paro, los contratos basura, la pérdida de derechos, el incremento del IVA y la subida de los precios de lo más necesario.
Los que pueden darse el gustazo de hacer subir los índices de venta de productos de lujo no tienen por qué notarlo, pero sí el trabajador con más horas y menos salario, el que no tiene ni eso y otros sectores que parecen destinados a sobrevivir en la miseria. El propio Consejo Europeo ha fijado la tasa de personas en España en el límite de la pobreza y la exclusión social en un veintiséis por ciento de la población. Una de cada cuatro españoles. Unos doce millones de personas.
Los que enfrentan una vida más difícil cada día tienen sobrados ejemplos de cómo se van hundiendo socialmente y lo peor es que no se trata de una tendencia circunstancial sino otra forma de la clásica Ley del Embudo, que se está consolidando como forma de gobierno para una sociedad donde, por el camino que vamos, todos no serán jamás iguales porque no tendrán las mismas oportunidades.
¿Es posible decir que el Gobierno no esquilma a la población para solucionar los problemas de la macroeconomía, restituir el poder de la banca y complacer a todos lo que deben ser complacidos? No es posible decirlo. Allá va un ejemplo de entre los tantos y variados ejemplos que nos ofrece la realidad. La realidad real y no la creada en los laboratorios del Poder.
¿Conoce alguien lo que significa la palabra Daflón? Es un protagonista de la impiedad del Gobierno para solucionar sus problemas de Estado, porque los personales están asegurados gracias a los muy elevados salarios, las pensiones vitalicias y prebendas surtidas. Daflón es uno de los 400 medicamentos que se dieron de baja del sistema nacional de salud y que antes eran subvencionados.
Es muy probable que entre los medicamentos a los que se les ha retirado la cualidad de adquirirse más baratos con la ayuda del Gobierno se encuentren algunos que no sean sustanciales. No es lo mismo una aspirina o un jarabe para tos que el Daflón, un medicamento importante para cualquiera y fundamental para la salud de las personas mayores.
El Daflón es un medicamento que necesitan diariamente miles de personas con padecimientos como la diabetes y la hipertensión. Puede salvar vidas. Es un venótico que aumenta el tono de las venas y la resistencia de los capilares. Se utiliza, especialmente, para combatir los síntomas relacionados con la insuficiencia venosa. Un deficiente riego sanguíneo puede tener graves consecuencias en particular para los diabéticos. Es un medicamento que mejora las condiciones de vida de enfermos crónicos.
Pues bien, antes de ser borrado de la lista, el Daflón costaba en las farmacias 8,80€ de los cuales, aproximadamente, las dos terceras partes las pagaba la subvención. Ya no hay subvención y la señora mayor que sin Daflón no puede vivir sin correr el riesgo de que le amputen algo de su cuerpo, ahora no está obligada a pagar la parte que el Gobierno dejó de pagar por ella. Nada de eso. El Daflón de hoy, en plena crisis y en plena angustia de la gente, ha elevado su precio en un 127%. Y la señora dejó de comprarlo por unos tres euros de su bolsillo para pagarlo a 19,98€. O sea: lo que pagaba antes, lo que el Estado pagaba por ella y otros 11:18€ de castigo.
La señora dejará de tomarlo porque no puede darse el lujo y San Botín no le va a enviar ni un céntimo que ya muchos gastos tiene con Ferrari. La señora se va a morir como si viviera en Somalia: por culpa de una pastilla.
Muchos de los medicamenta que ya no son subvencionados aumentaron un 100% su precio de venta al público. Otros no tanto, pero poca cosa menos. Con toda seguridad, revisando con calma los libros de Derecho Penal, se pueda encontrar el término que califica ese asunto: ¿estafa? ¿Habrá un pacto secreto entre las farmacéuticas y el Gobierno para condonar las deudas por las subvenciones de medicamentos a cambio de esa burrada atroz?
Se dice fácilmente, pero qué se podrá pensar de un gobierno que permite a las farmacéuticas barbaridades de esta naturaleza. ¿Con quién está ese Gobierno? ¿Con la policía o con los ladrones? Y no es el precio de una medicina de lo que hablamos. ¡Que cada cual saque sus propias conclusiones!
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