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Retrato de familia sin Fidel
Por Grisel Rodríguez
Ésta es nuestra primera foto de familia sin ti: él y yo envejecidos, mirando al lente a través de los despojos de una confianza extraviada. Sólo él yo. Y nuestros ilusorios pensamientos de resurrección a destiempo. Pero no estás. Por primera vez desde que nos entregamos, creídos de tus dones y la autenticidad de tu revelación.
Antes, solíamos ser muchos, apretados para aparecer todos en el cartoncito que nos eternizaba contigo al centro. Eras parte de nuestra familia grande. Un padre padrísimo que nos guiaba por el camino oscuro de la felicidad. Tu luz nos bañaba cuando nos reuníamos y sonreíamos a la cámara. Y era así más luminosa nuestra dicha y un poco más fuerte el amor filial, porque había adquirido otro matiz: el de la devoción por una causa. Nuestra causa.
Todavía ignorábamos que tu resplandor era mortífero como el del uranio. Pero fue inevitable la contaminación y comenzamos a negarnos los unos a los otros, a huir del afecto, a poner tierra entre padres e hijos, a olvidar a los abuelos. A enterrar a los vivos y silenciar a los muertos.
“¿Tiene relaciones con familiares en el exterior?”. Decía el cuestionario del que dependía el trabajo y respondíamos que no y silenciábamos la verdad por miedo. “Su familia es religiosa?”. “¿Tiene familiares presos por actividades contra la Revolución?”. Nos preguntaban y tú nos manipulabas, separándonos en los que éramos dignos de seguirte y los que no tenían lugar en el mismo espacio.
Y nos esparcimos como esporas cargando la tristeza de habernos agredido mutuamente y de retoñar en otro lugar, sorprendidos de odiar el riachuelo donde nos bañábamos en la infancia y la calle en que nacimos. Los que continuamos haciendo nuestras fotos de familia contigo también fuimos distanciándonos por causas tan pedestres como el transporte pésimo, por no vernos obligados a brindar un plato de comida o por irnos a matar angolanos.
Y cada cual trató de salvar lo que pudo. Pero resultó imposible. Un hijo en España, otro en Estados Unidos, la madre vieja, sola y con una pensión miserable, la abuela que muere sin el calor de nuestras manos… Hasta que perdimos la pista de la genealogía y sólo nos quedaba recordar aquellas Nochebuenas multitudinarias, aglutinantes, tolerantes con las más contradictorias ideas; pero juntos: familia, amigos, el barrio, la ciudad. Siendo lo que éramos sin imaginar en lo que llegamos a ser.
Por eso, él y yo acabamos de tomarnos nuestra primera foto de familia sin Fidel. Su precio fue muy alto, terrible. Abandonamos todo lo que no cupo en un par de maletas y dejamos atrás las ilusiones que soportaron los cimientos de nuestra juventud, el sol de nuestro orgullo, el mar de nuestra sangre y la tierra entrañable donde están enterradas nuestra raíces.
Llegamos cansados, sin patria pero sin amo. Empedrados de sueños incumplidos. Inseguros del porvenir, aunque andando al encuentro de otra vida, mejor o peor, en la que podamos rehacer lo deshecho. Pero sin ti.
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