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Relatos de Béjar: El Cuadro (II)
El eco de un esquilón doblando me resuena fanfarrón en el estómago, (lejos de pensar que estoy soñando), canta la fuente en la plazuela… y alguna mujer, cántaro sobre el brazo, cruza despacio la distancia hasta que al doblar una esquina, una columna, una rígida columna de piedra, la saca del campo, la pierdo de vista.
Me asalta en ese momento el frescor del agua, una sensación que empieza a molestarme con urgencia…
Y tras un breve despegue de párpados, empiezo a sospechar que, si lo anterior fue sueño, el baño es completamente real.
-¡!Quique, qué me estás haciendo?????.-
(un nuevo chiflido suelta un chorretón justo en medio de la cara- estoy despierta.
Convencida).
-Dicen que te despierte, que ya va siendo hora.-
El esquilón no es otra cosa que mi queridísima tía escurriendo el cucharón sobre el borde de la cazuela, y no es que esté cerca la cocina, es que el ruido es fuerte y taladra el tímpano, con contundencia.
Veo la fotocopia a mi lado, un A3, bien!!!!, parece que Josete se ha portado.
Pillo la lupa por el mango y echo un ojo, antes de hacer el esfuerzo de acercarme al comedor. Miro en dirección ascendente desde la Puerta del Pico.
“Estas tres notas simples, claras, permanentes -la muralla, la colina y el cielo-, es lo que solicita profundamente nuestro espíritu”.(*)
Ohh, me quedo extasiada con los huertecillos y los frutales colocados en paredones junto a las hileras de casas, alguna torre, la villa vieja, lo llama este hombre. Paso despacio al Palacio.
“La escalera es aérea, majestuosa a un tiempo. Las salas se abren con bellas proporciones. Cubren las paredes ricos damascos de apagados colores, ya malva, ya caoba, ya heces vinarias. Todo en la morada es atenuado y parco”.(*) Además, miro los espléndidos torreones reflejados en el espejo. “El aposento ocupado por mí daba a una galería: la galería miraba al jardín. En la galería, al alcance de la vista, cuando alguien estuviera acostado, había un claro espejo. Clara Puig había ocupado ese aposento, y en el espejo vio cierta noche reflejado un fantasma”.(*)
Continúo, que la vista me atrapa, la Plaza Consistorial, tejados de rojo rancio apiñados, ventanucas mirando a un tiempo sobre el papel algo arrugado. Llego a la torre de San Gil, busco con detenimiento el emblema de Villa y Tierra.
Y qué me encuentro… sobre el vano claro, en el lugar de la campana, pende airoso, ¿un jamón!!!!.
En el siglo XVIII, en el campanil, ¿Un jamón?
De la impresión, doy un bote en el asiento, retrocede el respaldo de la silla, mi pierna es un balancín que rueda y pesa; y en éstas que veo muertos de risa a los dos culpables de tamaña aberración!!!!.
No me engañaba mi primera impresión. ERA UN JAMÓN.
Clarísimamente me lo proclama la lupa, la nalga perfecta del cerdo pintada con esmero a rotulador.
-¡Ha picado, ha picado,!!!!!!-, y las carcajadas se confunden con un nuevo toque del cucharón.
(*) Azorín
Valentina
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