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Prensado
Por Emilio S. Cofreces
Tengo entendido que al insigne escritor vasco Pío Baroja le preguntaron en cierta ocasión por qué apenas aparecían escenas eróticas en sus novelas. "Cada uno escribe de lo que sabe", vino a decir un hombre con fama de huraño y soltero empedernido. Desconozco si el gran Baroja hizo sus pinitos como periodista. De ser así, no habría podido cumplir con su máxima, o bien hubiera durado menos en el puesto que un ladrón de panderetas con mal pulso. Porque no vea usted, sufrido lector, la variedad de temas sobre los que nos vemos obligados a escribir los plumillas de turno sin comerlo ni beberlo. Ciencia, deporte, educación, arte, economía, derecho... son sólo algunos de los 'mihuras' con los que tenemos que lidiar sin más capote que la culturilla de crucigrama que algunos hemos adquirido en nuestra época estudiantil.
No pretendo hacer un ejercicio de corporativismo ni apelar a la indulgencia de la fuente que nos cuenta las noticias o a la del señor que se atraganta con los churros al leer algunos de los disparates que en ocasiones aparecen en los medios. Sólo pido un poco de comprensión con una profesión que pudiendo ser muy hermosa se convierte a veces en una fuente de quebraderos de cabeza, rupturas sentimentales o atentados contra el hígado que lo dejan como el fósil de un trilobite. Ya saben lo de las tres 'D' del periodista: deprimido, divorciado y dipsómano.
Y es que aparte de que las empresas casi siempre optan por profesionales capaces de escribir en jornadas maratonianas sobre lo humano y lo divino por un sueldo de llorar, este trabajo también tiene otras 'lindezas' que si no es por vocación ninguna persona en su sano juicio podría asumir. Y si no, que se lo pregunten a esos fotógrafos que son recibidos en el lugar de la noticia con una ensalada de aplausos... en su cara. O a esos redactores de sucesos que tienen que afeitar un huevo en el aire para no recibir las 'felicitaciones' por su trabajo en forma de citación judicial, en el mejor de los casos.
Si esto les parece poco, les cuento que en inmumerables ocasiones recibimos la presión, no sólo de nuestros superiores, cosa asumible, sino de los políticos o jefecillos de turno que quieren contar con periodistas al dictado a mayor gloria de sus tristes existencias. Sí, eso de la libertad de expresión y la imparcialidad de la que tanto se habla y tan poco se permite practicar a veces.
Aún me viene a la memoria lo del compañero aquel que en plena rueda de prensa sollozaba: "Que no tengamos otra manera de ganarnos la vida..." Como en todo, los hay más afortunados que han encontrado acomodo en gabinetes de prensa, con su horario fijo, sus festivos siempre libres y un sueldo para vivir con dignidad.
Y si tan mal está el tema, ¿por qué seguir en este trabajo? Quizá porque, igual que el enamorado descontento, prolongamos la relación con la débil esperanza de que nuestra pareja cambie y podamos continuar con ella sin sufrir tanto.
Perdonen que no les haya hablado de premios Pulitzer, grandes exclusivas o contratos millonarios, pero es que, como le contestó el viejo y huraño Pío Baroja a aquel impertinente, cada uno escribe de lo que sabe.
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