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Los pobres, esos tíos que nos salen tan caros
El altruismo del Primer Mundo hacia los países más pobres tiene mucho que ver con el alivio que sentimos cuando le damos una moneda al menesteroso que nos extiende la mano en la puerta de la iglesia. En ese Mundo, los prójimos extramuros apenas son el compromiso de un ínfimo por ciento del P.I.B a colocar en el rubro de cooperación para el desarrollo. El primero de los mundos, éste en que decimos vivir, coexiste con el otro separado por el cristal de sus preocupaciones, que no radican en tenderle un puente de progreso sino en levantarle el de las migraciones y el del resto de lo que de alguna manera les resulte perjudicial.
En efecto, por lo general, cuando escuchamos que existe una intención de ayuda es por algo que estratégicamente afecta a los países más ricos, una amenaza o simplemente una manera de los políticos de descollar en la comunidad de naciones, como el Papa que se va a una escuelita pública para dar su apoyo moral vestido de oro y piedras preciosas. ¿Cree realmente alguien que el Sumo Pontífice representa los principios de la cristiandad? Sólo el Vaticano, con sus extraordinarias riquezas, podría reconducir el destino trágico de decenas de naciones. Y no lo hace
Tiene que surgir una tragedia para que Haití se convierta en noticia, del mismo nivel de calado de los dramas personales que conmocionan a la opinión pública y venden. ¿Cuándo se habló por última vez de Haití en los medios nacionales? ¿Desde cuándo nadie se preocupa porque ese país haya sido absolutamente deforestado debido a que la gente necesita la leña para hacer fuego como en el paleolítico? ¿Por qué ahora se dice que el 70 por ciento de los pobres haitianos vive bajo la línea de pobreza y que más del 50 por ciento sobrevive con menos de un dólar al día? ¿A qué viene difundir lo que ya se sabe y no se dice jamás?
Tal vez sea porque ahora, ante la dimensión de la catástrofe, es imposible no prestar ayuda. No pretendo decir que sea falso el interés de los países por la tragedia haitiana; lo que intento recalcar es que se trata de una solidaridad de emergencia, lo mismo que cuando el menesteroso de la puerta de la iglesia cae muerto y le enviamos la ambulancia.
Resulta lógico que ahora se hable de Haití y en eso no hay nada censurable, por el contrario. Muchos abrirán la boca ante las realidades de ese extraño mundo y otros, del tipo de un señor que conocemos, la abrirán para decir la bestialidad de que no es el momento de ayudar a nadie. Lo que sí resulta conmovedor es que los países como Haití se ignoren todos los días en que no haya un terremoto. Ahora, Estados Unidos pretende enviar los marines para evitar el caos, lo que ya ha hecho antes para incentivarlo. Ahora, es preciso referirse a los haitianos con el sombrero en la mano, ante el paisaje de la muerte. Antes, al menos hasta la tragedia anterior, teníamos demasiados problemas para pensar en Haití o en cualquiera del resto de los países peores aún que Haití.
¿De que sirve a las vidas enajenadas por el capital financiero conocer que el índice de mortalidad infantil de Haití, siendo de alrededor de 60 niños muertos por cada mil nacidos vivos, no es el más alto, ni el segundo más alto, sino que existen en este mundo implacable treinta y seis países donde es aún mayor? ¿En qué nos cambiaría la vida estudiar las estadísticas y enterarnos de que en Haití mueren a diario 44 niños de enfermedades curables?
Por desgracia, pensamos en Dios cuando truena. No obstante, existe una excepción que no es precisamente la de un país rico, sino un país donde no existe la democracia que conocemos y que acaba de ser incorporado por Estados Unidos a la lista de los países que promueven el terrorismo. Se trata de Cuba, que aún ante cualquier razón que se quiera aducir en contra, tiene a favor que no llegó ahora a Haití, porque los médicos cubanos ya estaban allí cuando ocurrió el terremoto. Estaban allí desde hace años y gracias a ellos esos 44 niños que mueren por día son muchos menos que los que morían cuando llegaron. Ellos, sin que les represente nada en lo económico, salvan hoy, diariamente, a 28 niños que estaban condenados a morir sin que nosotros nos diéramos por enterados.
¿Si Cuba tiene capacidad para una ayuda humanitaria permanente a Haití de más de 400 profesionales de la salud y aún así acaba de enviar a otros 60 de refuerzo, cuál sería la magnitud de una asistencia semejante patrocinada por los países del Primer Mundo? Podría responderse que no es lo mismo. Castro dispone de sus médicos como él desee y le cuesta poco enviarlos a Haití y a los tantos lugares del mundo donde no conocen otros que no sean cubanos. En cambio, en los países ricos sería esa una opción impensable por tantísimas razones, incluyendo los costos. Entonces es cuando uno percibe la importancia de ignorar a esos tíos pobres en la puerta de la iglesia y enviarles la ambulancia el día que la necesiten.
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