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Carta de fuera (6): 24 de diciembre de 2009: Felicitación para Lucía
Querida Lucía, me has pillado y bien pillado, pequeña luciérnaga, que me tienes calado desde tu infancia serrana, no sé cómo lo haces, pero tienes un don que es más que un pálpito, con el que adivinas no sólo mis pensamientos sino también mis movimientos. Y eso que no nos vemos desde hace cuánto… , he perdido la cuenta, y lo lejos que estamos uno del otro…, nunca sabré cómo lo haces.
Me has pillado, sí, no hace falta que lo pienses tan alto, no quiero ir al pueblo, ese es el drama, se me raja el alma en los últimos años cada vez que el autobús o el coche en el que viajo hacia Béjar pasa por el Alto del Puerto, allí donde se quedaban atrapados los vehículos, con la carretera antigua, cuando nevaba tanto, y enfila la cuesta abajo, camino de Vallejera y Palomares, y finalmente el pueblo comienza a desplegarse, como un diorama, ante mis ojos empañados de emoción, la fábrica de Yuste, los chalets de Mussons, la gasolinera de Honorio, Mario Emilio, los Praos, el puente nuevo, el parque…
No quiero ir y tampoco quiero verte, lo siento chiquita pero no puedo con ello, no ahora, no en este momento.
Ya ves que no escribo, no he contestado a tu carta de hace ya un mes bien cumplido, esa carta en donde apelas, con rabia contenida, al “ejército bejaranil que nos mira en la distancia”, para que nos impliquemos más, para que nos incorporemos de alguna forma a la lucha por levantar la ciudad, al esfuerzo colectivo por salir de la ruina. Hasta el director de Bejar.biz me ha mandado un correo, que a ver qué pasa conmigo, si me voy a borrar del proyecto o no, que sería una lástima, ya que él cree que aportamos una visión muy fresca y diferente de la realidad bejarana y que este pugilato dentro/fuera entre Lucía y Juan tiene muchos lectores. Ufff, no sé, no sé, pero es que no puedo con las cosas del pueblo, cada vez que me entero de algo, es más de lo mismo: la intención de arrasar el Jardín de la Solana ante la pasividad del Ayuntamiento, el nuevo Plan de urbanismo hecho a la medida de constructores y promotores sin mirar un ápice por el interés público, los Praos hasta luego, el escándalo de la planta de hormigón de Horpresa, con la connivencia de funcionarios y políticos, esa secretaria y ese arquitecto enquistados en el Ayuntamiento como un cáncer maligno, ¿pero qué pasa en ese pueblo que tú quieres tanto? ¿es que está todo podrido?
Y luego está lo nuestro, bueno, más bien la ausencia de lo nuestro, nuestro romance frustrado en la primera juventud, esa vieja herida en la que, removiendo el torbellino de la memoria, hemos estado urgando a la vista de todos para descubrir que aún está viva y bien abierta. Demasiadas emociones me están deparando estas cartas que habíamos planteado al principio como un juego.
Sin embargo, a pesar de mi desplante, tú, Lucía, elegante y tozuda como siempre, ya me has enviado la felicitación de Navidad y ya está colgada en la revista, con lo que me pones en el disparadero. Así que no puedo por menos que contestar y devolverte la felicitación. Me sacas de nuevo a la pista de baile, nadie tiene más determinación que tú. Diez bejaranas como tú y meteríais en vereda a la ciudad amuermada, ya lo creo.
Me mandas esos recuerdos entrañables de cuando íbamos a cantar el aguinaldo por las casas de los amigos y parientes, al son de la zambomba y también de las tapaderas de las cazuelas usadas como platillos y las botellas de anís del mono, seguro que recuerdas con rabia el año en que no te dejamos venir con los mayores, tendrías seis o siete años, pizpajo, luego ya viniste siempre y marchabas delante, la primerita, con aquella gracia, tocando la pandereta recosida con alambre, y cantabas como un ángel, de género femenino, por supuesto.
Y los sabañones, qué tormento señor, cómo nos florecían a casi todos, cada año acudiendo puntuales a la cita con nuestros dedos y orejas, teníamos que reirnos a la fuerza unos de otros, del que los tenía más grandes o de aquél al que le aparecían sólo en una oreja y cosas así. Ahora ya no saben qué es eso, cómo nos picaban los dedos de los pies cuando los apoyábamos, para calentarnos, sobre la “lambrera” del brasero de cisco bajo la mesa camilla, cómo van a saberlo. Eran tiempos duros pero no lo sabíamos, sólo ahora, en lontananza, podemos verlo. Porque la realidad es que éramos bien felices y nos reíamos mucho. Y tu madre bien que me quería, qué dices, jamás me zurró, y cuando repartía la merienda me daba una pastilla más de chocolate porque era más grande que tú y que tu hermano.
Hubo un suceso, a ver si te acuerdas, aunque no sé, porque yo era bastante pequeño pero me acuerdo muy bien, tú debías ser una mosquita, aquel año en que nevó tanto que tuvieron que hacer un pasillo desde el portal y los niños de la plazuela hicimos un muñeco de nieve gigante que duró varios días. Un día el muñeco apareció con un cartoncito en el pecho pintado como una bandera, con tres franjas de color mal rayadas, pero bien claritas, las estoy viendo, una roja, otra amarilla y otra morada, hasta que lo vió un señor que pasaba y se puso echo un basilisco, dándonos voces rompió el monigote, y tuvo que salir mi madre a la calle para hablar con él y calmarle, luego nos castigaron a todos sin salir a jugar durante un par de días, sin que entendiéramos nada de todo aquello. Y ojo con contar nada a nadie. Fue la primera vez que oí la palabra república, dicha en casa en voz baja, sin saber yo lo que significaba, cómo iba a saberlo.
Ah Lucía, Lucía, qué vamos a hacer con esos recuerdos, con los sabañones perdidos en la noche de los tiempos, con los villancicos callejeros, las cazuelas sonando, nuestras carreras alegres por las calles cubiertas de nieve, los carámbanos colgados de los caños, y qué con la ciudad arruinada, y qué con nosotros dos, tan lejos, irremediablemente.
Te deseo felicidad, ya lo sabes, aunque quizá no sea necesario, tú siempre has vivido en el terreno de la alegría, es como si fuera tu campo de respiración natural, tu apuesta personal desde niña, tu órdago diario a los reveses o las necesidades o los contratiempos, que sé que los has tenido y muchos. Eres admirable y sólo puedo dar gracias por haber sido tu compañero de juegos hasta los años mozos, cuando la maleta de madera nos separó, ay, para siempre, si es que usar la palabra “siempre” tiene algún sentido en esta vida.
Nos desearé, entonces, que tu ciudad y la mía despierte, que se sacuda esa roña que lleva encima y arrime el hombro, que alumbre nuevos políticos, cabales y comprometidos con su pueblo, que los de fuera vuelvan o se impliquen o las dos cosas a la vez, que vengan días de prosperidad, que florezca la solidaridad y todo lo abrace, y que se instale entre todos la insondable alegría de vivir, esa que tú llevas con tanta naturalidad.
Juan
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