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Lo que queda del mapa. Capítulo 20: El Castillo de Cornatel, como ejemplo
Los señores de la guerra mandaron cortar sillares de piedra perfectos, construyeron el castillo en lo alto del cerro y organizaron las cosas de tal forma que todo aquél que lo divisare, por lejos que estuviere, debía pagar una moneda.
Una moneda o la esclavitud.
Una moneda o la vida.
Así prosperaron los señores. Cosechando monedas, haciendo esclavos, segando vidas.
Con el tiempo, los lugareños y viajeros aprendieron a no mirar al castillo, como si así pudieran eludir el tributo exigido. Inventaron artes diversas para mirar sin ver, se fingieron tuertos o ciegos e incluso hubo alguno que se sacó los ojos. Cualquier cosa con tal de conservar la moneda, la libertad y la vida. Mas los señores no transigían y, en general, todos los que por allí pasaban o moraban acababan como siervos, con la cabeza gacha, la mirada fija en el suelo.
Más tarde, los siglos acabaron limando las aristas de aquellos soberbios sillares, las almenas desmochadas, los adarves truncados, y el castillo acabó convertido en un hito del paisaje trufado de leyendas. Una de ellas habla de pobladores que nunca más recobraron la dignidad, que nunca más levantaron cabeza.
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