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La distancia social como práctica para la salvaguarda de la salud
La ausencia de tratamiento farmacológico eficaz de la pandemia Covid-19 desplazó pronto el foco de atención a algunas prácticas elementales de higiene. Este planteamiento era explícito ya en los primeros artículos científicos publicados sobre la pandemia. Identificada tempranamente la etiología (un virus), la ausencia de tratamiento farmacológico eficaz no se refería a la negativa al empleo de distintos medicamentos sino al reconocimiento de la inexistencia de alguno de ellos de acción suficientemente sanadora. De hecho, se han empleado algunos con resultados desiguales en relación con determinados síntomas asociados a la pandemia. La ausencia de medicamentos invocada revela una clara jerarquía en los medios de respuesta a la pandemia. Las prácticas elementales de higiene son secundarias, y solo la ausencia de medicamentos las convierte en decisivas. Pero lo más relevante a destacar es que el tratamiento se ha situado fuera del sistema moderno de salud. Algo a subrayar si se consideran la pretensión omnicomprensiva y una indefinida ambición de avance técnico de ese sistema. Por supuesto, el sistema moderno de salud opera mediante la atención primaria y la hospitalización a los pacientes, pero reconoce que el volumen de posibles afectados amenaza con colapsar el sistema potencialmente y, de hecho, ha ocurrido ya, por lo que inevitablemente el tratamiento de la pandemia queda fuera de él, es decir, es la sociedad en general y las poblaciones en particular quienes deberían responsabilizarse de enfrentarse a ella. Y se produce así una especial atribución de responsabilidad a cada ciudadano para que no solo se conciencie, sino que adopte medidas concretas que detengan su expansión, que impidan el contagio. Este desplazamiento de responsabilidades en el tratamiento de la pandemia es paralelo e interdependiente del desplazamiento de la relevancia de la etiología por la relevancia de la transmisión. Se diría que el tratamiento tendría que ser encuadrado en medicina preventiva, pero en realidad, y desatada la pandemia, está propiamente dirigido contra ella.
Algunas prácticas elementales que se conocen como generales bajo los principios del higienismo y que se aplican a diversas enfermedades contagiosas incluyen acciones tales como limpieza corporal y en particular de manos, desinfección de lugares y objetos frecuentados y habituales en la vida cotidiana, ventilación de ambientes cerrados, protección corporal para encuentros inevitables, evitación de encuentros masivos, aislamiento de afectados y finalmente también de no afectados, etc. Una sola no se entiende suficiente, un paquete de ellas en realidad tampoco, pero fomenta una actitud y modifica el estilo de vida de los individuos. En los diversos estudios científicos publicados sobre epidemias y pandemias se concretan siempre las medidas como paquetes que deben ser implantados simultáneamente o en secuencia inmediata. Por ejemplo, triaje efectivo, medidas de control de infección en lugares de actividad sanitaria, aislamiento y cuarentena de los pacientes, monitorización masiva de niños en edad escolar, fueron las que se aplicaron en 2003 en Singapur en la epidemia de coronavirus SARS (CoV). En Wuhan, China, en la pandemia Covid-19 se aplicaron en escala el cierre de escuelas, lugares de trabajo, carreteras y medios de transporte, cancelación de acontecimientos públicos, cuarentena obligatoria también para no infectados y vigilancia electrónica a gran escala. Otros estudios se han centrado más específicamente en distancia física, empleo de mascarillas y pantallas de protección en los ojos, etc.
Son numerosas las versiones de las prácticas según los distintos organismos nacionales o regionales de Salud Pública, pero todos toman como referencias las medidas propuestas por la OMS. La distancia social aparece como una medida transversal para ser aplicada en cualquiera de las escalas e inequívocamente se refiere a una medida concreta en metros (pies) de la distancia entre sujetos. La denominación general empleada es ‘distancia social’, pero también se denomina ‘distancia de seguridad’ y en todo caso es implícito que se trata de distancia entre personas sin especificar otra identidad o vinculación que la que se entiende existe entre quienes comparten un espacio de proximidad/lejanía. La OMS apunta como medida a 1 metro, otros organismos a 1,5metros, otros a 2 metros, y en determinados contextos a más de 2 metros. Las explicaciones de la OMS sobre la distancia no parecen haber logrado fijar una medida precisa. Y las variaciones no parecen fundamentarse en estudios concretos. La OMS(2020) explica que“la enfermedad se propaga principalmente de persona a persona a través de las gotículas que salen despedidas de la nariz o la boca de una persona infectada al toser, estornudar o hablar. Estas gotículas son relativamente pesadas, no llegan muy lejos y caen rápidamente al suelo. Una persona puede contraer la COVID-19 si inhala las gotículas procedentes de una persona infectada por el virus. Por eso es importante mantenerse al menos a un metro de distancia de los demás”.
Es una distancia mínima. En esta distancia social se reconoce fácilmente la distancia social de la Proxémica. Toma el espacio en su sentido literal, se determina en una medida en metros y esa medida es muy similar a la que Edward Hall estableció ya para situaciones normales en los años 60.Y se aplica a situaciones y ocasiones similares a las referidas como “distancia social” en la Proxémica: lugares de trabajo, lugares para compras y servicios, etc. Las variaciones se deben a condiciones estructurales de los lugares y a veces a modificaciones en la situación de los interlocutores.
Al aplicar la medida, el mundo ha sido así de nuevo dibujado según una geometría de líneas rectas, cortas y paralelas entre sí al modo de una regla de longitud variable y de un número indefinido de círculos del mismo tamaño que conforman conjuntos regulares en espacios delimitados. De esa manera cualquiera de las agrupaciones de individuos que pudieran formarse posicionándose en esos dibujos pierden su en tiempos prototípica configuración de “masa” amorfa, para pasar a adoptar otra de formaciones ordenadas (que eran características de las instituciones totales). Y los espacios entre las posiciones se suponen cuidadosamente medidos, de manera que es así como la distancia social se ha hecho espacio. Y es así como la “invisible” distancia social que tipificó Hall, ha tomado figura y se ha hecho visible. Multitud de imágenes se han ofrecido como ejemplos de soluciones para todo tipo de ambientes abiertos o cerrados, con determinantes arquitectónicos variados, exentos o con mobilario, etc.
Esas imágenes muestran fundamentalmente la foto fija de la vida social estática, deposiciones de individuos, pero igualmente la distancia social se propone en la vida social en flujo, moviéndose los individuos de unos lugares a otros, por los diversos espacios de tránsito y según el acontecer de los variados sucesos que pueden producir multitudes en movimiento a través de ellos, incluyendo encuentros, coincidencias, cruces, etc., es decir,toda una serie de posibles sucesos de proximidad/distancia. Se diría que son expresiones performativas de la distancia social. La mera presencia respectiva de dos o varios individuos en un lugar la “crea”, la ejecuta. Cada individuo con su peculiar medida de distancia social se sitúa entonces en los espacios públicos —la mayoría de ellos sin marcas previamente fijadas— aplicando la medida de modo que respecto a los demás guarde esa distancia. Las apreciaciones informales indican que se usa el cuerpo propio para hacerlo, aproximadamente la extensión del brazo o la de una zancada, aunque en la mayoría de las ocasiones no se despliegan tales extremidades. Si bien, cada individuo podría haber adoptado así una regla (no previamente habituada) incorporando una función de medida espacial. Es bien sabido que numerosas medidas en algunas culturas tienen base (y terminología) corporal que se aplica en determinadas ocasiones, y que en estos tiempos se ha convertido en regla generalizada. Hay todo un repertorio de prácticas para ir aplicando la medida en la calle, en las entradas y salidas de edificios, en salas de tránsito, etc.
Esta performativa distancia social está próxima a lo que parece una conceptualización distinta de ella que se expresa cuando se la presenta como“distanciamiento social”. El subrayado que conlleva indica que se trata en realidad de prácticas de ampliación de las distancias regulares anteriormente establecidas, de forma que los individuos deben deshabituarse a ellas y aplicar como pauta un alejamiento mayor. Se presume rige especialmente para sociedades cuyas pautas de relación social se caracterizan por el contacto físico y la proximidad. Pautas “culturales” por tanto, que presumiblemente distinguen a determinadas sociedades y en los tiempos del Covid-19 se revelan particularmente peligrosas, pues también presumiblemente han facilitado los contagios en mayor medida que en otras sociedades.
El argumento “cultural” fue invocado en los primeros estadios de la pandemia en Europa y en la costa este de los EE.UU. tempranamente, mientras se contemplaba fundamentalmente instalada en Wuhan. La mayor frecuencia de contagios en personas mayores fue atribuida a configuraciones de familias extensas con la responsabilización de los abuelos en tareas de cuidado de los niños y a la dilatada permanencia en el hogar de los jóvenes. Y se comenzó a hablar de la característica forma de interacción social en algunas sociedades proclives al contacto físico, a los saludos efusivos, a la gesticulación lúdica de palmadas, toques, pellizcos o caricias, etc. Posteriormente se ha señalado la peligrosidad de los múltiples encuentros en las calles y plazas, parques, playas y lugares de ocio. Es decir, toda una serie de prácticas de relación en proximidad que, se dirían,tradicionales. A las que cabe añadir otras también a su modo “tradicionales” de diversión colectiva diurna y nocturna. Y, por otro lado, a todo el espectro de espacios y actos masivos del deporte, los espectáculos, los cultos religiosos, los centros culturales, las manifestaciones políticas, etc., además de todos los medios de transporte colectivo.
Prácticas todas de ellas generalizadas de aglomeraciones de personas en la modernidad. Pero no solo cabe llamar la atención sobre prácticas tradicionales o prácticas de la modernidad que tendrían que ser contrarrestadas con el distanciamiento social, sino también hacia todo un cúmulo de determinantes que hacen aún más vulnerables a poblaciones desfavorecidas. Varios estudios “epidemiológicos” han comparado la incidencia del contagio según etnia o raza en el Reino Unido o en los EE.UU. durante la primera ola del Covid-19. En los estados de Arizona, Nuevo Méjico y Wyoming los indios americanos presentan tasas mucho más altas de contagio y muertos que la población en general. Los factores que se destacan para explicarlo son: dificultades de acceso al agua para limpieza, condiciones de hacinamiento en vivienda, precariedad en la disponibilidad de servicios de salud, etc. Entre la población negra de los EE.UU. se difundió pronto la creencia en que eran inmunes al Covid-19. Hubo un contagio en enero de 2020 de un camerunés en Wuhan que se recuperó enseguida y esta información se difundió por todas partes tal vez facilitando la formación de la creencia. Sin embargo —como también pasó con el VIH—, la población negra en Nueva York y otras ciudades como Boston, Chicago, Detroit, New Orleans y Filadelfia ha sido afectada en proporción mayor que entre los blancos de esas mismas ciudades. Y los factores que se descubren como responsables son: en primer lugar y como más relevante el vivir en comunidades cerradas, y además una mayor exposición a otras enfermedades, más pobreza, acceso limitado a los servicios de salud, mayor tasa de empleo en servicios con menor posibilidad de realizar teletrabajo y, por el contrario, una mayor exposición al riesgo de contagio. En el Reino Unido, las tasas de riesgo de muerte por Covid-19 para la población de Bangladesh es dos veces mayor que la de la población en general y para asiáticos, negros y caribeños es entre un 10 y un 50% mayor. No son las dotaciones genéticas de las poblaciones lo que se descubre como responsable sino empleos con salarios bajos de trabajadores en la llamada línea de batalla con mayor probabilidad de contacto con el coronavirus. El conjunto de factores responsables es complejo y entre ellos se enuncia invariablemente pobreza, vivienda en áreas urbanas más densamente pobladas, precariedad de servicios sociales y de salud, etc., pero no es fácil determinar hasta qué punto estos factores pueden explicar esas diferencias en las tasas de contagio y muerte.
El distanciamiento social se revela entonces como un proceso continuamente activado, aunque en diversidad de condiciones. Por un lado, presumiendo a cada individuo de determinadas sociedades capacidad como agente de gestionar sus interacciones sociales, con el objetivo de anular el riesgo de contagio mediante el incremento de la distancia/reducción de la proximidad respecto a familiares, amigos,conocidos, círculos sociales en los que el contacto físico (incluida la posibilidad de que la emisión de partículas al hablar, etc. llegue al otro fácilmente) es habitual.
Por otro lado,y asumiendo que colectivos y grandes sectores de población sufren severas condiciones de vida y en particular viviendas de tamaño reducido en áreas urbanas densamente pobladas y con empleos de alto riesgo de contagio, el objetivo de anular el riesgo mediante el incremento de la distancia/reducción de la proximidad en sus interacciones sociales está enormemente constreñido por tales condiciones de vida y muy limitadas las capacidades de los individuos para gestionar sus interacciones sociales. Resulta altamente significativo que en el primer caso se hable de pautas “culturales” y en el segundo de“factores étnicos y raciales” (aunque no se reconozcan en estos tanto los determinantes genéticos cuanto los socio-económicos). Es evidente que la cultura está en juego en ambos, aun cuando en el primer caso la perspectiva de análisis se presume antropológica mientras que en el segundo más de ciencias sociales no determinadas. Pero las connotaciones de ambos responsabilizan a las agencias y a los agentes sociales de modo distinto en la activación del proceso de “distanciamiento”. En el primero, son los individuos los involucrados a impedir el contagio mediante la modificación de sus hábitos, que dada la inconsciencia de algunos y el desentendimiento de otros revela una culpabilidad no asumida; en el segundo, se alude a la desigualdad social, a la discriminación, a la marginación de las minorías y con ello va una confesión de incapacidad irremediable y de culpabilidad indefinida y, además, ineficazmente asumida.
Honorio Manuel Velasco Maillo es bejarano, Doctor en Antropología y Catedrático de la UNED
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