El drama de los africanos que salen al mar en busca de Europa es sólo un capítulo de la emigración en busca de un recurso con que palear la miseria y huir de la muerte, algo que comprenden los españoles en sentido general, aunque no faltan quienes rechazan y cuestionan la actitud humanitaria hacia esas personas.

Tal vez para otros ciudadanos europeos sea más difícil comprender, porque ninguno de ellos, a pesar de las guerras, ha tenido que cerrar los ojos y escapar para siempre de su país. Pero los españoles lo han hecho aunque no en pateras, pero sí en barcos atestados que cruzaron el Atlántico y fueron a dar a Cuba en los treinta primeros años el siglo veinte, cuando el país estrenaba su independencia de España. Fueron en busca de una vida mejor.

Esa emigración masiva de algo más de tres cuartos de millón de personas es, por supuesto incomparable en muchos aspectos a la que en el presente realizan los subsaharianos, pero sí en el hecho de que los seres humanos, cuando les aprieta el zapato en un lugar se van a otro en busca de esa vida mejor, ya sean negros, blancos o azules.

Es probable que algunos de los que rechazan la inmigración de africanos sean cristianos, pero al parecer olvidan lo que ningún cura dejaría de decirles: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.