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Pena de muerte, redención y vida
Iván Parro
Esta semana se ha celebrado en Bruselas el Séptimo Congreso Mundial contra la Pena de Muerte (http://congres.ecpm.org/en/), un castigo final que aún sigue en vigor en las legislaciones de 52 países del mundo. En Europa el único país que todavía la aplica es Bielorrusia.
Este congreso es un punto de encuentro de expertos, de políticos y organizaciones para dialogar y confrontar opiniones sobre la que ya se considera una grave vulneración del derecho a la vida que tiene toda persona. Han sido días de trabajo, de encuentros, de reflexiones y de opiniones acerca de este castigo cruel e inhumano como es la pena de muerte.
Europa se ha posicionado hace tiempo a favor de una abolición mundial de esta práctica, como así manifestó la Alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, en su discurso en este último congreso: “Un Estado nunca debe disponer de la vida de un ser humano. La respuesta a un crimen no puede ser otro crimen”.
Desde hace décadas el movimiento abolicionista intenta que la pena de muerte se suprima delas legislaciones de los países que aún la mantienen por los motivos que sean. Es una manera de recordar que por encima de todo está la vida y que ésta no puede cercenarse ni cortarse ni siquiera por el Estado, y que un crimen no soluciona otro crimen. Es quizá este aserto el que haya propiciado que en los últimos veinticinco años hayan sido 60 países los que hayan abolido la pena de muerte de sus legislaciones, prohibiendo las ejecuciones, pero quizá también porque éstas no surten el efecto disuasorio o ejemplarizante que está en el fondo de las mismas y que aterrorizaba y a la vez horrorizaba a los humanos de hace algunos siglos.
Aún queda mucho por cambiar en este desafío de la pena de muerte, convencer a los países retencionistas que quedan que hay otras formas y maneras de impartir justicia ejemplar, que la pena de muerte no soluciona el origen de la violencia o de la delincuencia, y que por muchas muertes que haya se ha de educar mucho más y mucho mejor en derechos humanos, en igualdad, en libertad y en solidaridad. Como indicaba Anthony Vidler se debería invertir más en escuelas y en educación y a lo mejor se tendría que dedicar muchísimo menos a las cárceles o a la delincuencia.
El informe 2017 de Amnistía Internacional sobre la pena de muerte (http://tinyurl.com/y5c6lqhq) arroja unos datos cuando menos esperanzadores. Esta organización registró casi mil ejecuciones en 23 países (casi un 40% menos que las del año 2015). Son datos a los que no se suman las ejecuciones llevadas a cabo en China, pues el secretismo oficial en este país con la pena de muerte hace muy difícil de considerar el amplio alcance y escasa o nula difusión de las centenares de ejecuciones que se sospecha que ocurren.
Cabe destacar también que más del 80% de las casi mil ejecuciones del 2017 fueron llevadas a cabo en tan sólo cuatro países: Arabia Saudí, Irán, Irak y Pakistán. Aun así los siguientes datos son signos de esperanza: 106 países han abolido la pena de muerte para todos los delitos y 142 la han abolido en la ley o en la práctica. También es significativo el hecho de que en 21 países se registraron conmutaciones o indultos, y se produjo un descenso considerable en el número de condenas a muerte, pasando de las 3.117 en 2016 a las 2.591 en 2017. Amnistía Internacional apunta en su informe que había al menos 21.919 personas condenadas a muerte en el mundo.
¿Quién merece de verdad morir por un crimen? ¿Quién decide quién es el que da o quita la vida a una persona? ¿Es necesaria la pena de muerte? ¿No hay alternativas o soluciones posibles?
El martes día 26 celebramos en distintos lugares de nuestra provincia el centenario del fallecimiento de uno de nuestros mejores penalistas, D. Pedro Dorado Montero, nacido en Navacarros, educado en Béjar, profesor ilustre y distinguido de la Universidad de Salamanca, y una figura que es necesario recordar y volver a traer a la actualidad.
Pude asistir en la Escuela de Ingenieros al homenaje a este gran paisano, que aunque directamente no profundizó tanto en la pena de muerte como otros penalistas sí que por ejemplo tradujo el libro de Manuel Carnevale “La cuestión de la pena de muerte”, y sí que Dorado Montero creía firmemente en la corrección del delincuente, en que la cárcel no sólo debía ser el espacio donde recluir y castigar sino también donde educar, socializar, rescatar, extirpar el mal de la violencia o de la delincuencia. Él creía en la rehabilitación del delincuente, en que era posible que quien cometía un delito pudiera retornar a la sociedad como una persona nueva, limpia, sana, digna.
Dorado Montero creía en las segundas oportunidades; en que era posible cambiar de vida; en que lo que se torció podía enderezarse de nuevo con tiempo, con atención, con dedicación y educación. Redescubrirle es volver a creer en que se pueden cambiar algunas situaciones; en que nada es inmutable o inamovible. Y que ese poder reside en nosotros.
Creamos más en la vida y trabajemos y luchemos cada día por ella y por todo lo que nos regala.
“Este hombre que trabajó por la redención de los delincuentes, porque sabía entender, mejor que nadie, aquellos versículos de “no juzguéis para no ser juzgados; porque en la medida que juzgaréis seréis juzgados” (Palabras de Miguel de Unamuno en el entierro de Dorado Montero)
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