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Mariposas en los pies
Grupo
Para Mari Sol y Javier, con la seguridad de que sus mariposas volverán a vestir luminosos colores.
(Extensivo a todos los componentes del grupo de baile Nuestra Señora del Castañar)
Me gusta esta gente que disfruta regalando a los demás su trabajo incesante, sus horas de alfileres, los picotazos rojos de sus dedos y tantas puntadas y repuntadas en telas fuertes con dedales desgastados.
Siempre embajadores de tiempos sin memoria, de mil vueltas contadas, aprendidas, melodías de viento y armonía que el corazón recoge. Dan y reciben, gastan y ganan amigos y amores. Las recompensas esperadas caen en un saco roto si las guardas, pero si las compartes vuelven a ti, a modo de regalo, para llenar teatros, parques, veredas, tardes completas de música y belleza.
Por fin se acerca la hora, avanzamos lentamente hasta la entrada del teatro. El público se arremolina, sienten los compases callejeros de quienes andan por poco asfalto y mucha tierra. Tacones replicantes, palos entrelazados, tambores machacantes y un rumor vaporoso de cancanes. Los murmullos de excitación al ver los grupos de baile crecen, adelantándose al placer sabido y esperado.
Sentada en mi butaca, oía como volaban mandiles y enaguas, los dedos seguían el compás de la música y la sonrisa corría hasta el escenario enredándose entre los lazos de los bailarines. Sus pasos eran hermosas olas que rompían contra el entarimado de madera levantando espuma de polvo y luz.
Estaba tan extasiada, que ni siquiera me daba cuenta que no veía sus pies, puede que flotaran o que caminaran sobre las aguas. La curiosidad, a veces consejera intencionada, me animó a llevar mi cuerpo hacia delante y levantar la cabeza. ¡Allí estaban!, pequeños, ligeros, en constante movimiento. Dueños de sus actos, vivarachos, sorprendentes y siempre inquietos. No podía apartar mi mirada, dejaron de existir las pesadas faldas, los apretados corsés, incluso las castañuelas apagaron sus ecos. En el aire sólo quedaron esas mariposas, rápidas, bellas, encendiendo colores en el alma de mis ojos.
El ruido de las manos ajenas me devolvió a la realidad. Enfadada con el mundo no podía entender el alboroto, el ruido desagradable que había espantado el arco iris del escenario. Pero el enojo efímero me hizo sonreír cuando al compás de una nueva melodía, volvieron revoltosas las punteras y tacones, ladeando cuerpos y doblando cinturas. Busqué las mariposas, las encontré debajo de los cordones de cada zapato, agazapadas, esperando el momento de revolotear, jugando a pillarse y nunca encontrase.
La tarde se convirtió en un momento para recuperar y calentar los oscuros días de lluvia, cuando las mariposas, agazapadas entre los jirones del invierno, se pintan los colores.
Marina Hernández Martín.
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Me ha gustado mucho , es como si yo hubiera estado contigo en el teatro, sentada en tu butaca. Una pregunta. Las personas que no podemos bailar ¿tenemos tambien mariposas en los pies?
Todos contamos con nuestras mariposas para dar color a lo que mejor hacemos, por eso las personas que no podemos o no sabemos bailar, seguramente no las tengamos en los pies. Yo las he visto en las yemas de los dedos y en las palmas de las manos. Algunos artistas las dejan en su cabeza, con sus pensamientos o sus sueños, revoloteando entre las ideas que plasmarán en mil y una obra. Otros las conservan detrás de sus ojos , es así cómo hay tanta gente con miradas limpias y luminosas. Pero, los más, las atesoran en su corazón, para regalar calor al mundo. Estas son mariposas, grandes, fuertes y con luz propia.
Debes buscar las tuyas, sacar tu paleta de colores y después, dejarlas volar.
Marina
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