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Cuento de navidad en Los Teatinos del Castañar
Miguel Durango estuvo en Béjar viviendo durante tres años, en concreto en Los Teatinos del Castañar, como escolano.
Ademas de tener muchas vivencias sobre esa época, escribió una novela, aun no publicada. Ha tenido la amabilidad de enviarnos un fragmento de la misma y unos videos deliciosos.
Tiene la intención de organizar cuando le sea posible un encuentro de sus antiguos compañeros.
Desde Béjar.biz agradecemos a Miguel su deferencia y animamos a otros "literatos" a que nos envíen sus creaciones.
CAPÍTULO VII
Los árboles han dejado ya caer sus hojas. Un sobrecogedor silencio que deja oír cómo pasa el tiempo, lo ha invadido todo. Sólo se oye el murmullo casi imperceptible de la ciudad de Béjar, y, más allá, el rumor continuo del río Cuerpo de Hombre.
Las pocas palomas que se libraron de la mortandad que Pablo el prefecto hizo caer sobre ellas, se refugiaban en cualquier rincón, en oscuros agujeros que atravesaban el corazón de los castaños, o debajo de las tejas de la iglesia, infalible resguardo contra el frío y el cruel viento del invierno que se avecinaba.
http://es.youtube.com/watch?v=RHkRky_Kzlw
La Navidad se acercaba. Los días ansiados por todos, ya llegaban. Los calendarios estaban repletos de cruces, tachados ya los días monótonos y desesperadamente lentos.
-Ya va quedando menos, ¿eh? -le decía Ezekiel a Ricardo, que tenía las mejillas sonrosadas por el aire y el vieno puro que bajaba de las cumbres de la sierra.
Caminaban cerca de El Círculo, removiendo las hojas y la tierra con palos, buscando topos.
-Sí -asintió Ricardo.
-Son estos días muy felices. Parece que no hay topos, ¿verdad?
-Todos hemos estado esperando estos días -dijo, sin haber escuchado el último comentario-. Dentro de poco será la ordenación de Pablo, y después nos iremos a casa. Por fin a casa, lejos de aquí.
-Sí -decía feliz Ezekiel- (...)
Instantes después el sonido opaco y a la vez cristalino del silbato de Pablo, anunció que era la hora del ensayo general en el que se prepararían las melodías a cantar durante la ordenación.
Arriba, en la sala de música, justo debajo del campanario, reinaba el frío y el bullicio, como siempre, antes de comenzar los ensayos. Cuánto costaba calentar los asientos, pensaba Ricardo para, una vez acomodado, mandar el Padre Guillermo levantarse a recitar una estrofa y dejar otra vez el asiento a la intemperie. Y al volver a sentarse... otra vez el frío insano, subiendo por todo el cuerpo.
Y allí, poco antes de que comenzaran los cantos, el Padre Guillermo se lo dijo:
-Ricardo, ven -le llamó.
Ricardo, que a duras penas había logrado calentar débilmente el asiento, se levantó, y fue adonde estaba el cura.
-Diga, Padre.
-Ya ves que desde hace unas semanas no se están cantando los solos en las misas, y la semana que viene, el día de Navidad, es la ordenación de Pablo.
Ricardo asintió con la cabeza.
-Así que creo que este domingo debemos cantar un solo. Y lo harás tú. Aquí tienes el versículo del aleluya.
Las palabras que acababa de oír le dejaron aún más helado que el ambiente que reinaba en la sala de música. El puesto de honor en el coro, el más alto, el más deseado, iba a ser ocupado por él. Pero no, él no quería, era una carga demasiado pesada que soportar.
-Pero, Padre...
-¿Ocurre algo?
http://es.youtube.com/watch?v=ttxZxY2ujsY
-¿Por qué no Alberto, que llega más alto que yo?
-Quiero que lo hagas tú, y eso es todo. Aquí tienes el versículo del aleluya -repitió. Y le dio un libro verde.
Su sueño, o tal vez su pesadilla, se cumplió a partir de ese momento. "Hacedlo bien, treinta mil personas os van a oír a través de la radio". Aquello que había dicho el Padre Superior meses atrás era lo que más nervioso le ponía. "Hacedlo bien, o de lo contrario..." ¿Qué ocurriría si no salía bien? No quería imaginarlo, y menos en los días previos a la ceremonia.
Hasta el mismo obispo vino para tal acontecimiento.
-¡To! -le dijo Ezekiel a Ricardo-, ¿o es que no sabías que es el obispo el que ordena a los curas?
-Pues no.
-Pues sin obispo no hay nada que hacer.
Aquella conversación tuvo lugar minutos antes de entrar en la iglesia, ya todos con las túnicas puestas. Después, a una señal del Padre Guillermo, fueron colocándose cada uno ordenadamente en el lugar que les correspondía en el coro. Ricardo, por primera vez, muy cerca del Padre Guillermo, junto al órgano. Era el sitio ocupado por el solista mayor.
Un ambiente de excitación pululaba entre los cantores. La ceremonia comenzó y tomó un ritmo lento. Y cada vez restaba menos tiempo para el aleluya. El libro verde de los versículos, en las manos de Ricardo, brillaba débilmente con minúsculas gotitas de gélido sudor.
"Ya está, que sea ya, si tiene que ser, que sea ya", pensó Ricardo. Era inevitable, a no ser que saliera corriendo de allí, que era lo que más deseaba en ese momento. Los primeros acordes del aleluya sonaban ya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Fueron las tres palabras que el coro unido cantó. Pero a partir de ahí era Ricardo el que debía cantar solo.
"Nos ha nacido un día sagrado".
Cantó, y después de todo, pensaba, su voz parecía dulce, y era bien acogida por los muros del templo. Abajo, la gente silenciosa, escuchaba, y era a él a quien escuchaban. Todos estos pensamientos le pasaron por la mente como un fogonazo. Después, siguiendo las indicaciones que le hacía el Padre Guillermo con la cabeza, terminó el versículo:
"Venid, naciones, adorad al Señor, porque hoy una gran luz ha bajado a la Tierra".
"Lo hice", se dijo, y su pensamiento sonó en su interior más alto que si lo hubiera pronunciado.
A partir de ahí la ceremonia transcurrió más rápidamente.
-Lo has hecho bien -le diría el Padre Guillermo antes de terminar.
Y justo en ese momento, el trimestre, el primero del curso, terminó. Todas las clases, los ensayos, la recogida de castañas y las peleas, habían llegado a su fin momentáneamente. Por difícil que le resultara a Ricardo comprenderlo, los largos tres meses habían concluido.
A partir de la hora en que todos partieron para sus casas, el tiempo debería pasar más despacio, no podían perder ni un solo minuto. Pero no iba a ser así. Todos, en su fuero interno, y sin querer reconocerlo, sabían que el día de regreso a El Castañar estaba a la vuelta de la esquina. Y aún no habían comenzado a disfrutar.
Arriba, en el dormitorio, todos preparaban el equipaje para marcharse. No dejarían nada, ni las sábanas. Afuera, los castaños deshojados y maltratados por el viento, eran mudos observadores de lo que acontecía en el interior de las habitaciones.
-Por fin, ¿eh, Ricardo? -le dijo Ezekiel.
-Sí, por fin.
-El siete de enero -día en que tenían que retornar- nunca llegará. Nunca, nunca.
-El siete de enero es dentro de dos semanas.
-¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes? ¿Es que has contado los días también?
-Sí.
-Pues no los cuentes, hombre, y piensa que el siete de enero nunca llegará; hay una eternidad hasta ese día.
-¿Sabes lo que es un día aquí? -continuó Ricardo.
-¿El qué?
-Un día aquí es como un mes en casa.
Ezekiel pensó que tenía razón, pero estaba demasiado feliz como para pensar en la vuelta.
-No pienses en ello -le dijo-. Venga, hombre, ¿a qué hora sale el autobús?
-A las cuatro, y llegaré a casa sobre las ocho.
-Pues yo me voy andando a mi pueblo, Candelario.
-Hay mucho camino.
-No importa, hombre, es Navidad.
-Tienes razón.
Y de esta manera, entre risas y algún que otro villancico, salieron del santuario. Los viejos muros y grietas del lugar iban a quedar por unos días en silencio con la única compañía de las hojas secas de los castaños, y del viento ululante invernal.
- TAmpoco me preocupa La
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Recientemente he elaborado una pequeña página web memorial de lo que fue la Escolanía de El Castañar. En una de sus secciones aparece en PDF la novela entera que quien quiera puede descargarse. La dirección de la web es: http://www.geografo.info/escolania/inicio.htm
Me pareció justo que quedara un pequeño testimonio de lo que un día lejano fue una realidad para Béjar y su comarca, y eso es lo que trata de reflejar la web. Cierto es que hoy en día ya no se escuchan las voces de los niños cantores, pero muchos bejaranos seguramente aún guardan en su memoria esos ecos.
Miguel Durango
Hola Miguel, es un verdadero placer leer tu escrito, por los recuerdos que me trae, fuí como Tu, uno de los solistas que pasó por la escolanía, unos años antes, en tiempos del padre Saletas, que por cierto también se llamaba Guillermo, del 59 al 65, fueron tiempos que dejaron una huella inborrable en Mi, buenos y no tan buenos, pero la verdad,solo me acuerdo de los buenos. Sigo teniendo contacto con el padre Paco , por navidad ,está en una de tus fotografias, junto con el hermano Esclapes y el padre Julio que son de mis tiempos.Un saludazo en superlativo.
Cierto Miguel, esos ecos algunos los mantenemos muy vivos....gracias por ofrecernos este retazo de nuestra historia.
Enhorabuena por compartirlo.
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