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Ventanas hacia el Mediterráneo en Estados Unidos
Sorolla se convirtió en cierto momento en atracción de todas las miradas y no por la calidad de sus pinceles. Su estilo fue objeto de diana de los críticos cuando las rupturistas vanguardias hicieron acto de aparición en la escena artística. Su obra, denostada y olvidada, acabó siendo enterrada hasta que a finales del pasado siglo XX y en los últimos tiempos renació gracias a distintas retrospectivas, una de las cuales, inmejorable, pudimos ver en el Museo del Prado en 2009.
Si nuestros latidos artísticos golpean inmisericordes ante la obra del pintor valenciano no podemos dejar pasar la exposición que ahora mismo luce en la fundación MAPFRE de Madrid, titulada “Sorolla y Estados Unidos”. Porque fue al otro lado del charco donde sus lienzos alcanzaron su justa popularidad y Sorolla se alzó como el genio que realmente era. La sensibilidad de los magnates americanos, ávidos, hambrientos de arte, se recrearon en las pinceladas pobladas de sol mediterráneo, en las brisas encerradas en las dos dimensiones de los lienzos, en los aromas de los pinares junto al mar y encargaron al valenciano retratos que llenaran de escenas españolas las estancias de sus lujosas mansiones de Washington, Nueva York, Chicago o Boston. Mucho tuvo que ver en este proceso de internacionalización y éxito el magno encargo de Archer Milton Huntington para la Hispanic Society of America de los grandes paneles dedicados a escenas costumbristas españolas, en cuya obra trabajó Sorolla hasta que una apoplejía, como se decía en la época aunque hoy diríamos ictus, le dejó imposibilitado para el noble arte de los pinceles.
Por entonces, hacia 1909, Sorolla ya había salido de las procelosas aguas del anonimato para alzarse como uno de los pintores de moda en España, Francia e Inglaterra, ganador de concursos y premios, laureado por su visión luminosa de la tierra que le vio nacer. Sin embargo, la gloria le esperaba al otro lado del charco, en la naciente potencia mundial. Por entonces, el maestro había abandonado sus primeras experiencias pictóricas dedicadas a temas naturalistas e históricas y se había adentrado en el estudio de la luz y del color a través de escenas de playa, paisajes montañosos y de jardines, y de retratos, género en el que alcanzó un gran virtuosismo. De hecho la muestra de MAPFRE dedica una gran parte de su espacio a mostrar los retratos que su pincel creó para los acaudalados magnates americanos, deudores de las obras de Velázquez y Goya, sin dejar de lado los dedicados a su musa, su mujer Clotilde, sus hijas y sus amigos. Desde ellos nos contempla el escritor y político valenciano Vicente Blasco Ibáñez, de mirada franca y risueña, con su sempiterno puro en la mano y una sonrisa esbozada tras su barba poblada; o el pintor Raimundo de Madrazo, sentado con noble apostura, vestido enteramente de blanco bajo un sol de primavera.
Lugares inspiradores para él los constituyeron La Alhambra de Granada, los montes de la Sierra de Guadarrama, el Alcázar de Sevilla y tantos otros de nuestra geografía española, aunque no tan declaradamente amados como las playas valencianas, las calas de Jávea o el poderoso mar del cantábrico. En ellos dos elementos comunes: la luz y el mar. Con preferencia hacia los harapientos niños, juguetes de la sociedad y tema inocente para el pintor, los lienzos se suceden con una maestría pasmosa, llenando las salas de exposiciones del aliento cálido del Mediterráneo de una tarde de verano. El deslumbramiento del visitante es literal y figurado, físico e interno. Contemplándolos, los pinceles de Sorolla transmiten en ciertas escenas el deslumbramiento ocular de una escena a contraluz a la vez que pasma su facilidad para transmitir esa sensación.
No me cabe la menor duda del asombro de los americanos ante tales ventanas hacia un mundo desconocido y alegre, lejos de las calles atestadas de las grandes ciudades americanas en desarrollo. Algunos museos, en las giras dedicadas de por entero a la obra de Sorolla, compraron lienzos que lucieron desde ese mismo instante en sus paredes. Su fama se acrecentó dentro y fuera de España, tanto que incluso los reyes quisieron ser retratados por sus pinceles. Quizá fuesen su apego a la corona y el alejamiento de la ruptura del arte tradicional que la avalancha de las vanguardias traía consigo a modo de tsunami los motivos que enterraron la obra de Sorolla durante décadas. Pero, ¿quién puede resistirse ante la magia de sus pinceladas? ¿Quién no se siente acariciado por los beneficiosos rayos de sol en una playa valenciana? ¿Quién no escucha el sonido cadencioso de las olas? ¿Quién no aspira el aroma salobre del mar? ¿Quién no se deja mecer por la brisa potente?
¿Quién no se deja deslumbrar por la luz que brota de esas ventanas abiertas hacia el Mediterráneo? Ahí se encierra la grandeza de Sorolla.
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hace 6 horas 29 mins - A ti solamente te preocupa
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Abrir puertas y ventanas para que entre el aire. Una brisa agradable que una tierras alejadas. Sorolla ya pone su granito de arena en esta misión.
Muy buen artículo, Carmen.
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