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Los cipreses creen en Gerona
Fue cosa de ida vuelta. De coger un tren desde Barcelona y volver por el mismo medio a última hora de la tarde con ganas de dejar nuestra impronta, aunque sea por una semana o varios días, en otra ocasión. En las calles de Gerona se respira historia, la Historia en mayúscula y las historias en minúscula que moldean su personalidad a pequeña escala, la de aquellos hombres y mujeres que pasearon por ellas hace siglos y en este preciso instante. El eco de sus voces ha erosionado los sillares de los templos y su murmullo se prolonga en los rincones oscuros de los estrechos callejones del Barrio Judío, rebotando tenues o fuertes según la fuerza de quienes los pronunciaron. A veces se hace imposible percibir ese runruneo rebelde por el estruendo que los turistas emiten en su cacareo estridente de visitantes conquistadores. Hubiera preferido por ello dejarme caer alguna tarde de otoño, con las hojas revoloteando escaleras abajo desde la altura de la fachada barroca de la catedral hasta los rollos de la plaza fronteriza.
A Gerona se la puede describir por sus callejuelas y rincones perdidos, sus plazas recoletas, su muralla incólume, sus templos románicos, su imponente catedral- cofre de tesoros medievales, su barrio judío asombrosamente conservado, sus Baños Árabes (que de ello tienen poco), sus fachadas coloristas mirándose en el río y su arquitecto modernista por antonomasia: Rafael Masó.
Internarse en la ciudad a través de la Rambla, una vez atravesado el río, ya supone un hallazgo. De avenidas y calles trazadas a escuadra y cartabón se desemboca en la Rambla, la arteria que guía al visitante hacia el corazón de la ciudad medieval. Las callejuelas comienzan a estrecharse, a ahogar a todo aquel que ose adentrarse en los dominios de una catedral altanera, elevada por encima del caserío. Las cuestas dirigen los pasos, no hay posibilidad de pérdida. Y a la derecha, aunque parezca imposible, el barrio judío se resuelve en callejuelas que separan edificios en la distancia que media entre las puntas de los dedos de los brazos extendidos. Allí es donde verdaderamente se encierran las voces y los murmullos de los muertos, de los todavía vivos en sus runruneos. El silencio lo invade todo con su pesadez y tortura, encerrando en sí mismo, en su alma, las vivencias de los que se fueron. No hace falta más ejercicio que escuchar.
Y en la cima de la ciudad, la catedral, la detentadora del poder, se alza majestuosa en lo alto de una plataforma de pasarela, un muro frente al cual el visitante no tiene otra opción que imprimir fuerza en las piernas y en el corazón y subir, o desistir y abandonar la plaza, derrotado y cariacontecido. Si logra conquistar el tesoro gerundense la recompensa mitigará el esfuerzo. Entre otros muchos tesoros que encierran sus muros, la joya de la corona es, sin duda, el Tapiz de la Creación, hoy restaurado y expuesto como se merece. Alrededor del templo mayor de la ciudad otras iglesias grandes y pequeñas parecen cobijarse bajo el aliento protector de sus muros. Aprovechando su sombra se construyeron en época medieval San Pedro de Galligants, un ejemplo sureño de románico lombardo en forma de maqueta, la aún más pequeña capilla de San Nicolás (junto a la anterior) y la espléndida basílica de San Félix, cuya torre empequeñece a la de la propia catedral.
Los Baños Árabes, apellidados así por quién sabe qué erudito local, poco disfrutan de ello, pues constituyen un ejemplo sorprendente de baños construidos por cristianos en el estilo románico medieval del siglo XII y luego subsumidos por un convento femenino que los usó como espacio de almacén. Particularmente me recordaron a los baptisterios integrados que se pueden encontrar en muchas iglesias italianas, por ejemplo en Roma. Una joya escondida entre los sillares rurales de un casco antiguo que más parece fortaleza coronada por catedral que joyero delicado y elegante.
Las vistas sobre el río Oñar se mantienen como imagen perdurable en la memoria del visitante, quién sabe si por las coloristas fachadas de los edificios que lo flanquean o por el atractivo de poderlo cruzar por innumerables puentes, ninguno igual al otro. Artistas de diferentes estilos han difundido la belleza de las presumidas casas mirándose en el río, por un lado, austeras y medievales, recias en su cara hacia la calle; por otro engalanadas y alegres, abiertas al lento transcurrir del río Oñar. Si se me permite hacer un símil, me recuerdan a las casas del lado sur de nuestra calle Mayor: hacia ella serias y distantes, hacia el monte del Castañar, abiertas y elegantes.
Y como culmen de la visita merece la pena conocer la casa del arquitecto más sobresaliente de Gerona: Rafael Masó. Contemporáneo de Puig i Cadafalch, Gaudí o Domenech i Montaner, su estilo en un principio modernista roló hacia el Art Decó europeo, desbordando el marco de moda entre la burguesía catalana. Es por ello quizá por lo que no descolló entre la multitud de artistas surgidos al socaire del desarrollo económico con gustos plenamente modernistas y acabó por circunscribirse a los muros de su patria chica. Su morada, hoy museo, es un ejemplo de la arquitectura total de la época en la que el arquitecto diseñaba los elementos integradores de la casa, desde la escalera, pasando por los muebles, las pinturas y hasta los tiradores de las puertas o las jardineras.
Una ciudad que se mira a un río y que se repliega en sí misma en las callejuelas medievales, retorcidas como si el dolor del frío o de la injusticia aún vagara por su alma. Quizás resuenen en ella los murmullos de los comerciantes medievales, los cañonazos de la guerra de independencia o las pisadas de los Alvear, los protagonistas de la novela de Gironella cuyas vidas transcurren durante la guerra civil.
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Si me dijeses: LOS CIPRESES CREEN EN DIOS, me remitiría a la obra de Miguel Delibes que tanto me ha gustado cuando la leí.
Pero no menos me ha gustado tu entrada en la que hablas de Gerona.
He de reconocer que me ha entrado la curiosidad de hacer una escapada y perderme por sus bellos rincones de su barrio judío.
Son varias las provincias que tengo pendientes por visitar, espero que, poco a poco, vaya logrando mis deseos.
Cariños en el corazón.
Kasioles
Pues la obra los cipreses creen en dios no es de Jose Maria Gironella? un poquito mas de cultura por favor
Kasioles, el libro al que te refieres del monstruo de las letras Miguel Delibes se titula "La sombra del ciprés es alargada" y transcurre fundamentalmente, al margen de otras localizaciones, en Ávila, esa población oscura y brumosa, siempre nevada, escenario de una buena parte de la narración. "Los cipreses creen en Dios" es una obra de José María Gironella, la primera de una trilogía dedicada a la guerra civil española que tiene como marco la ciudad de Gerona.
Un saludo
Carmen Cascón
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