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El caso insólito de los Nobel de Literatura nunca concedidos
La Real Academia Sueca ha distinguido en escasas ocasiones a un paisano con el Nobel, ya bien sea en ciencias o literatura, desde 1901, año en que se concedió el primero de estos afamados premios. José Echegaray, nobel de literatura en 1904, abre la lista de los españoles que alcanzaron la dicha de presumir de ser un grande entre los grandes, aunque le fue preciso compartirlo con el francés Frederic Mistral. Hoy día la fama deslumbrante de Echegaray parece haberse disipado. ¿Quién sería capaz de citar una, una sola, de sus obras? Es interesante este dato, es decir la posibilidad de que en un mismo año se concediese el Nobel a dos personas, por la anécdota que narraré a continuación y que dice mucho de la vena de división y envidias que corroe el alma española sin que haya, hasta el momento, cura ni fármaco que palie tales síntomas.
Si ahora les preguntase qué novelista español del siglo XIX obtuvo una más grande fama, nos vendrían a la cabeza tres o cuatro nombres que merecerían el honor de ser la respuesta adecuada a tal cuestión. Los adoradores de La Regenta contestarán sin vacilar que Leopoldo Alas, Clarín, ese castellano de pura cepa nacido en tierras zamoranas y asturiano de adopción que supo magistralmente describir la sociedad española de la Restauración y los dilemas morales de una mujer de la burguesía anclada en una ciudad de provincias, la famosa Vetusta. Quienes se vean arrastrados por las meigas y el caciquismo gallego citarán a esa mujer de armas tomar, Emilia Pardo Bazán, autora de novelas tan hechizantes como Los pazos de Ulloa. O quizás Juan Valera y su Juanita, la Larga sean merecedores de nuestra admiración por su enorme calidad literaria. Mas ninguno de ellos alcanzó la fama, que aún pervive por suerte, de la monstruosa pluma de Benito Pérez Galdós, un gacetillero canario que allá por la década de La Gloriosa se trasladó a Madrid para narrar con su brillante prosa los sucesos de una capital en ebullición política. Sólo su ingente obra de los Episodios Nacionales merecía colocarse en segundo puesto, con permiso de don Leopoldo Alas (quien por cierto no podía ver a don Benito ni a su amante doña Emilia Pardo; entre letras andaba el juego), tras la brillante estela de El Quijote en el panorama literario español. No menos conocidas, a la par que de altísima hondura psicológica y vehículo indispensable para conocer los vericuetos de nuestra historia, se sitúan novelas salidas de su ingenio como Fortunata y Jacinta, Doña Perfecta, Marianela, Misericordia o Miau, por citar algunas que han caído en mis manos y que he paladeado con pasión.
Menos conocido ahora, aunque en la época era considerado uno de los grandes, el poeta Angel Guimerá, nacido en Tenerife un poco por casualidad (su madre era de allí aunque de padre catalán y con casi toda su trayectoria vital vivida en Cataluña), destacó no sólo por cultivar versos sino también por concebir obras de teatro de gran calado que hacían furor en los escenarios del país. Incluso en los primeros compases del cine algunas de ellas fueron transformadas en guiones para películas, lo cual nos dice mucho de su valía y triunfo entre el público.
Tras el pistoletazo de salida que supuso la concesión del Nobel al español José Echegaray, fueron múltiples las propuestas a la Real Academia Sueca de autores de nuestro país, en un intento de que las letras españolas fueran reconocidas en el ámbito internacional. Pero he aquí que la dichosa manía nuestra de hacernos la puñeta unos a otros, hermanos contra hermanos, dio al traste un año tras otro con el ansia de repetir el éxito. La Academia de Bellas Letras de Barcelona presentó a Ángel Guimerá como merecedor de tal título y fueron muchos los indicios que apuntaban a que el Nobel de Literatura de 1907 iría a parar a sus manos. Desde Madrid el desaliento cunde en la Real Academia Española. Había que impedir que tal cosa sucediera entre otras cosas porque el poeta escribía en catalán y si se le concedía el premio el hecho supondría un auge del regionalismo, así no se les ocurrió otra cosa que avalar a otro candidato de igual talla a la de Guimerá: Menéndez Pelayo. Entre 1907 y 1912 ambos pugnarán por el mismo galardón y a partir de ese momento se sustituirá a Menéndez Pelayo por Pérez Galdós. Durante largos años España presentará a dos candidatos una y otra vez, dividiendo opciones y esfuerzos, haciéndose la guerra sucia entre la Real Academia de bellas Letras y la Real Academia Española, ante unos atónitos europeos que no saben cómo tomar aquella rivalidad entre españoles.
El resultado nos lo podemos imaginar: ni Guimerá, ni Menéndez Pelayo, ni Galdós fueron distinguidos con el galardón. La intransigencia, la envidia y la división interna impidieron la factible entrega a los tres literatos del Nobel de Literatura si se hubieran presentado sus candidaturas en años distintos. De hecho el Comité del Nobel entregó un informe altamente positivo sobre Pérez Galdós que hacía presagiar su triunfo, pero la disparidad de opiniones dio al traste con las ilusiones de que el canario lo consiguiera al igual que ocurrió en otra ocasión con Guimerá. De hecho, la Academia de Bellas Letras de Barcelona presentó la candidatura de éste durante 17 años, concretamente hasta su muerte, sin resultado positivo. Por su parte, la Real Academia Española, ante la ancianidad de Galdós, decidió seguir presentando batalla con Jacinto Benavente, quien en 1922 e inesperadamente, se llevó el gato al agua, dejando al pobre Guimerá desalentado.
¿Quién tuvo la culpa de tal desaguisado? ¿Guimerá, Galdós? Analizando con detenimiento los hechos expuestos me temo que ambos fueron los principales damnificados de un sinsentido que arrojaba piedras de un lado a otro desde los distintos territorios: que si no se lo dieron a Guimerá porque escribía en catalán, que si fueron ellos por no apoyar a Galdós que se lo merecía más, que si los catalanes siempre llevando la contraria, que si es la envidia centralista de Madrid… Pero, ¿no se dieron cuenta de que si hubieran remado todos en la misma dirección los dos lo hubieran obtenido? Se esgrimía que no podían apoyar a Guimerá porque escribía en catalán y que su triunfo podía exaltar al regionalismo. ¿Y dónde había nacido Echegaray, en Madrid, siendo vasco por los cuatro costados?
La pugna sigue hoy día, como bien sabemos, y la cultura, escrita en el idioma que sea, es una de las más perjudicadas en estos años de oscuridad y crisis. ¿Existirán otros Guimerá, otros Pérez Galdós, cuyos trabajos queden sin premio por decisiones sola y exclusivamente políticas?
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