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Alicante, más allá de playas y veraneo
Alicante es mar, es Mediterráneo por los cuatro costados, es turismo y es vacaciones. Alicante es la imagen de sí misma que se nos está ofreciendo desde aquellos años 60 en los que las costas españolas comenzaron a sufrir el acoso de los bañistas y la construcción desenfrenada. Pocos serían capaces de asociar este nombre con yacimientos, museos o patrimonio. Y, sin embargo, la ciudad y sus alrededores se pueden recorrer de otra forma más allá de playas, chiringuitos y discotecas.
La primera sorpresa patrimonial es el castillo de Santa Bárbara, de origen musulmán, que se yergue poderoso en lo alto de la colina que domina el puerto y las huertas alicantinas. Su acceso bien puede hacerse sobre la superficie, con coche trepando por las carreteras serpenteantes a lo largo de la colina, bien dentro de las entrañas de la tierra a través de un túnel más propio de una película de ciencia ficción, y de un ascensor en vertical no apto para claustrofóbicos (toda vez que se tiene conciencia de que alrededor de uno sólo hay rocas y tierra). En mi caso la experiencia fue doblemente agradable al hacerlo de noche, en una visita nocturna que incluía un concierto al aire libre a la luz de la luna y con el testigo de una tormenta, posicionada sobre Benidorm o más allá, sobre el Peñón de Ifach, a varios kilómetros de donde nos encontrábamos.
Pero Alicante es el Museo de las Fiestas, donde se atesoran los ninots indultados de las fiestas de San Juan en un remedo de lo que se practica en su vecina Valencia; es el Museo del Belén, en el corazón de la ciudad, que presume de exponer durante los 365 días del año decenas de nacimientos procedentes de todos los países del mundo; y es el Museo de Bellas Artes, con muestras pictóricas y escultóricas de artistas de la provincia, entre las que destacan obras del siglo XIX en depósito del Museo del Prado.
Sin embargo, Alicante no se puede concebir sin su pasado, sin las culturas surgidas al calor de las olas cálidas del Mare Nostrum. El Museo Arqueológico, de reciente remodelación, es un buen reflejo de la riqueza en asentamientos de la provincia al poseer piezas procedentes tanto de las poblaciones originarias como de los intercambios a lo largo y ancho del Mediterráneo. Así, en un alarde expositivo que me agradó sobremanera (hasta ahora es el mejor museo arqueológico que conozco, sin haber visitado aún el remozado Museo Arqueológico Nacional y descontando el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida), en cada sala se desglosa la riqueza alicantina desde la Prehistoria hasta el más próximo siglo XIX e incluso el XX. Fenicios, griegos, iberos, cartagineses, romanos, musulmanes, cristianos pasan ante nuestros asombrados ojos a través de un viaje en el tiempo en el que se reconstruyen a través de vídeos, piezas expuestas e incluso barcos hundidos lo que en otro día fueran yacimientos como Lucentum o El Campello.
El reclamo de estos nombres míticos nos obligó a una visita in situ de los restos gloriosos de lo que otro día fueran asentamientos prerromanos. Así, en un día plomizo y extraño para la luminosidad alicantina, nos acercamos con la misma entrada del museo a Lucentum, la originaria ciudad de Alicante, a pocos kilómetros de ésta. Fundada en el siglo IV a.C., sufrió un devastador incendio en la siguiente centuria que no causó el abandono poblacional, pero que la redujo a cenizas y, aunque reconstruida, de ella apenas quedan cimientos bien conservados por el indeleble paso del tiempo. El visitante puede realizar un recorrido a pie que le llevará desde las ruinas de las murallas y sus puertas, pasando por las termas y domus, hasta el foro. Estremece pensar la cantidad de suelo que aún permanece virgen, a la espera de nuevos hallazgos. Más alejada de Alicante, en El Campello, se encuentra La Illeta dels Banyets, una península que se adentra en la pureza del azul mediterráneo, toda ella madre tierra de un antiguo asentamiento. Sus orígenes se remontan al tercer milenio antes de Cristo y por ella pasaron desde pobladores que habitaban cabañas circulares, pasando por habitantes de la mítica cultura de El Argar, iberos y romanos. Debido a sus condiciones geográficas, el centro poblacional se dedicaba sobre todo a la transformación de productos agrícolas, talleres de fabricación de ánforas y conservación de pescado. En el asentamiento se percibe el paso implacable de los siglos, se escuchan los sonidos silenciosos del pasado mecidos por el ritmo insondable de las olas.
Alicante, se puede afirmar sin temor a equivocarnos, es pasado y presente, es playa y yacimientos, es un producto del Mediterráneo.
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hace 6 horas 29 mins - A ti solamente te preocupa
hace 23 horas 5 mins - Pero la situación habrá
hace 23 horas 15 mins - SIgo pensando lo mismo, la
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