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Pisapaisajes de pasión
Cultivo desidias con dedicación exclusiva, este paisaje urbano de un Béjar “tan” de los “60”, aunque más menguado de gente, ha dejado de interesarme “tan” por completo que apenas sé que soy, por el crujido de las rodillas, el puntazo de la pierna, el brazo derecho irreverente que tengo que sujetar con el de enfrente o el latido intenso del corazón en los pies.
El cuadro de mis desdichas, ayudado por el recorrido procesional incompleto, visitado de lluvia y nieve fuera de tiempo, propició que durante el único trayecto del silencio me abstrajera en mis pensamientos de manera dichosa, (¡dichosa manera!), y me llevó sin remedio al cobijo del libro regalo de Reyes; barato e íntimo como atardecer en gris.
“Llegué al hotel, exploré la habitación y el cuarto de baño, vacié la maleta, colgué las camisas y salí a dar un paseo por aquella ciudad desconocida. De súbito, me llamó la atención el escaparate de una tienda de ropa. Lo curioso es que no había en él nada especial: un par de maniquíes que representaban a una mujer y un niño (madre e hijo) de la mano. El niño llevaba un uniforme colegial y una mochila. La madre, una falda escocesa, una blusa blanca, una rebeca azul y un bolso de los de bandolera. Ninguno de los dos maniquíes tenía cabeza, lo que cada vez es más frecuente.” (* Articuentos completos, J.J. Millás).
…La ausencia de cabeza para mí tampoco tenía importancia; como dice el autor, hoy por hoy, no es nada raro; lo que me dejó perpleja es que no se hiciera ninguna referencia a los pies, admito mi especial sensibilidad, quizá por la fragilidad de los míos. ¿Cómo podía dejar fuera de este relato los pies? Y lo que era más importante, los zapatos, esa segunda piel que dice tanto de quien desfila en ellos...
Los zapatos son una identidad, más cuando quien los porta está uniformado y su única seña distintiva es la que se deja ver en procesión por debajo del sayal, la túnica o el hábito. Son como soles que brillan sobre cualquier paisaje.
En estas oscuridades de Pascua se ven zapatos varios: punteras delgadas de aquellos que fueron moda hace unos años, cuñas altas juveniles, alguno que otro de ceremonia, botas pisacacas, topolinos ortopédicos, abotinados sobrios o calentitos… en conjunto coloridos, variopintos, han dejado de ser de luto riguroso, cada cual lleva lo que puede, que los tiempos que corren no están para lujos ni excentricidades…
Me inquieta mucho la ausencia de pies si no asoman bajo los pasos de la vida. Supongo que lo relaciono con el movimiento o el avance, o más bien, con su negación: la parálisis o el estancamiento, tan problemático es que no haya pies como la ausencia de cabeza… y por eso me dio por pensar en los últimos contingentes que vi de pies: la juerga (la calle Mayor en Navidades), la huelga (un par de cientos en pasado reciente), la depresión (procesionales intermitentes)… y la siesta (mis propios pies).
No me fijé, y debería haberlo hecho, en la estampa de “chaussures” (pequeño homenaje a Zarco), que han lucido las autoridades, (pido disculpas, no sé cómo pudo pasárseme el detalle, quizá fuera la siesta)… así, queda profundamente devaluado este artículo, lástima, imposible saber si corresponden a la juerga, la huelga, la depre o… la siesta.
Gel Borrajo
(Abril 6 de 2012)
(*El articuento es un modo de trasgresión que proporciona una vida nueva al lenguaje cotidiano. Cada uno de estos textos contiene un grado impresionante de energía en relación a su insignificante masa. Cuando esa energía estalla en la mente del lector, saltan los diques del tópico, del lugar común, de la vulgaridad, y el mundo se reordena de otro modo.)
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