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Sobre la libertad de expresión y las posibilidades de practicarla
Corren malos tiempos para la disidencia… aunque nunca fueron demasiado buenos en esta tierra, tan sobria y en ocasiones tan pacata a la hora de abordar algunos temas.
Primero el “qué dirán”, luego el “no te signifiques” y finalmente el “defendella y no enmendalla”, han convertido a un sector influyente de esta sociedad en un reducto de biempensantes empeñados en convencernos de que no merece la pena arriesgar opiniones críticas, que pueden no salir gratis y, probablemente, traernos complicaciones. Y vaya si tienen razón en esto último. Unas veces (las menos) desde la sutileza, y otras (las más) desde burdas actitudes sin disimulo, vamos viendo cómo ciertos poderes, apoyados por determinadas fuerzas vivas (de ideas muertas o moribundas), van tomando posiciones estratégicas para dificultar la transmisión de ideas y valores de “los otros”.
Y cuando alguien se sitúa en el exterior de ese recinto por decisión propia o determinación ajena, de nada servirán sus esfuerzos, trabajos, argumentos o razones (¡qué bonita palabra, y qué poco practicada!)… siempre quedará fuera de las fronteras, condenado a las tinieblas exteriores.
Mientras se encumbra y enaltece todo lo que es asumido como “lo nuestro”, lo perteneciente a “nosotros”, tenga el valor que tenga e incluso si carece de él, se denigra, dificulta, entorpece o directamente se destruye lo que queda fuera de ese círculo, no por imaginario menos definido en sus contornos.
Y cuando alguien se sitúa en el exterior de ese recinto por decisión propia o determinación ajena, de nada servirán sus esfuerzos, trabajos, argumentos o razones (¡qué bonita palabra, y qué poco practicada!)… siempre quedará fuera de las fronteras, condenado a las tinieblas exteriores.
En el mejor de los casos, ese alguien seguirá siendo un “outsider” cuyos planteamientos habrán de ser analizados y escudriñados desde la desconfianza, el “algo ganarán” o “quién andará detrás”, porque no se admite la posibilidad de independencia de criterios o altura de miras.
Y en el peor de ellos, sufriendo en sus propias carnes o en sus bienes y medios de vida el zarpazo implacable de la intolerancia, el abuso de la fuerza bruta o la connivencia tácita de ambas (“algo habrán hecho”).
La era digital ha abierto un nuevo tiempo en el mundo de la comunicación. A pesar de las presiones que está recibiendo este mundo, confiemos en que también consiga abrir el camino hacia la posibilidad de expresarse libremente.
Lola González Canalejo
Abril 2007
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Sólo lo que se pierde es adquirido para siempre...Chimeneas mirando al cielo pidiendo piedad...A.Sobral.
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