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De carnavales y vinos
La semana ha sido pródiga en noticias relativas a la justicia y los tribunales. Empezaremos por la que más revuelo ha producido a nivel popular, la suspensión cautelar del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife por una demanda de una serie de vecinos motivada por el elevado nivel de ruido de la fiesta. Es comprensible el malestar vecinal, aún recuerdo con terror la experiencia propia sufrida durante una estancia en Santa Cruz de La Palma coincidiendo con sus tradicionales fiestas quinquenales, donde tuve que soportar durante toda la noche y sin interrupción la música a todo trapo de las verbenas y los chiringuitos de feria
En nuestro país, de por sí ruidoso, las fiestas populares llevan aparejadas un considerable nivel de ruido y bullicio, muchas veces en la calle, al igual que en otras manifestaciones por ejemplo: el botellón juvenil de todos los fines de semana en áreas urbanas donde se tolera y practica, o incluso en manifestaciones religiosas, tambores de Viernes Santo en Hellín, Tobarra, Calanda, etc. Estimo que es una obligación de los poderes públicos, sin tener que llegar a los tribunales, encontrar un justo equilibrio entre la fiesta o el rito y los derechos de los vecinos. Como ejemplo, en Cartagena donde vivo, se ha llegado a un consenso en horarios, niveles y tipo de músicas y ruido, en las típicas fiestas de
“Cartagineses y Romanos” entre el Ayuntamiento, festeros y los vecinos cercanos al campamento donde se desarrollan las mismas.
Hablando de carnaval he escuchado a un importante miembro del PSOE, no recuerdo lamentablemente su nombre, comentar que algunos dirigentes del PP viven instalados en el carnaval permanente. Yo creo que es exactamente lo contrario, que a partir del 11M han empezado a quitarse los disfraces de “centristas” para aparecer como lo que són, derecha pura y dura que considera estúpidos a los ciudadanos que democráticamente les descabalgamos de un poder, que consideran que por cuna e inteligencia les corresponde, que sólo entienden y soportan la confrontación democrática desde la crispación, la mentira y la infamia.
La confesión del expresidente Aznar reconociendo con la máxima chulería, lo que todos los españoles y medio mundo sabe desde hace años, la no existencia de armas de destrucción masiva en Irak y de paso su propia ineptitud, la amnesia y mentiras permanentes de Rajoy, Acebes, Zaplana sobre los intentos fracasados de los distintos procesos de paz, las declaraciones de ultraderecha de Michavila o Astarloa sobre el nombramiento del nuevo Ministro de Justicia (solamente por ser de izquierdas, exigente con la justicia y su independencia, además de un profesional competente, trabajador y amplio conocedor del mundo judicial), o los comentarios de Acebes sobre el escándalo que supondría la sustitución inmediata del magistrado Pérez Tremps, si este decidiera dimitir después de su recusación en el Tribunal Constitucional, son todo un catálogo de políticos finalmente sin careta.
El título de mi comentario, imitando a alguna franquicia, viene al caso por la mezcla de admiración y enojo que a partes iguales me produce la entrañable ministra Elena Salgado. En el Consejo de Ministros aparece como la portadora de la fé y no discuto que de la razón, entregándose con las convicciones de cruzados, conversos y misioneros, a imponernos por decreto una vida mucho más saludable. Comenzó con el tabaco, ahora está peleando contra el alcohol, lamentablemente se le ha cruzado el vino en el camino, algo tan de nuestra cultura que hasta los cardiólogos lo recomiendan en pequeñas diócesis en las comidas. ¿Se atreverá a desafiar más adelante al “Imperio” prohibiendo a los menores la Coca Cola por ser elemento imprescindible en los cubatas de los botellones juveniles?.
En fín, honremos a Don Carnal y disfrutemos de este corto tiempo de transgesión y jolgorio. Recordando una frase de un ilustre personaje bejarano citado varias veces en la sección de “Personajes Divertidos” de este semanario: “Ponme un chato aunque me duela”, me despido.
Emilio Sánchez Álvarez
10/02/2007
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