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Nemesio Sánchez: para siempre en San Martín
Undécimo capítulo de las memorias de D. Nemesio Sánchez García, nacido antes del amanecer del 20 de diciembre de 1889 en El Cerro. Emigrante. Nunca regresó.
A la mañana del día siguiente, salimos en tren hacia el puerto, llegamos al mediodía y tuvimos que esperar hasta la tarde. En esa época el puerto era de poca importancia. Había un puente de acero de un extremo a otro del puerto con un coche carril eléctrico parecido a un ascensor, que iba y venía de un lado a otro del muelle. Hoy en día ese puerto es muy importante. Lo han agrandado mucho porque en Bilbao hay una gran industria metalúrgica.
A las tres de esa tarde, una lancha nos llevó hasta el barco, no recuerdo el nombre pero sí que era de la compañía Mala Real Inglesa. Subimos por la escalera de la lancha. Arriba había un funcionario revisando la documentación, el corazón me latía fuerte y me preguntaba si nos atraparían al final.
Felizmente, todo estaba en orden y nos quedamos tranquilos, pero yo seguía cuestionándome, ¿nos harán problemas al llegar a Buenos Aires? Confieso que eso me tenía intranquilo. Entre los pasajeros, algunos eran de Galicia, otros de Bilbao y otros habían estado en España de paseo, a visitar su terruño y volvían a Argentina. Uno de esos pasajeros me preguntó si tenía parientes en Argentina. Le contesté que no, que sólo llevaba una carta para el jefe de policía de Buenos Aires, lo que le pareció una buena recomendación.
A los veintisiete días de navegar, en horas de la tarde, llegamos a Montevideo para descargar mercadería. Estuvieron toda la noche descargando. Salimos a la mañana siguiente y llegamos a destino al mediodía. En una lancha llegó un médico y nos ordenaron subir todos a cubierta. El corazón me saltaba dentro del pecho. El médico nos iba mirando y yo seguía con mis temores, ¿me mandarán de regreso?
¡Cuánto temor tenía yo! Pensaba que mi defecto físico era un gran impedimento para ingresar al país. Luego me enteré que los que no entraban era porque tenían alguna enfermedad contagiosa. Por fin el médico ordenó desembarcar.
Fuimos al hotel de emigrantes y el ordenanza nos dijo que debíamos solicitar un vale que nos acreditaba la estadía en el hotel por cuatro días y que luego debíamos retirarnos de allí. Nos daban ese plazo para que buscáramos trabajo y donde vivir. Salimos del hotel y a unos pocos pasos nos encontramos con Jacinto y con Víctor. Nos abrazamos y yo les pregunté cómo sabían ellos de nuestra llegada. Dijeron que la señora de mi amigo había escrito diciéndole el día que habíamos salido de Portugalete. Ellos compraban el diario que anuncia la llegada de todos los barcos, para saber el momento de nuestro arribo y por eso fueron a buscarnos al hotel.
Estuvimos un buen rato haciéndonos preguntas unos a otros y luego nos invitaron a dar un paseo. Este amigo Jacinto es el que he citado anteriormente, que se vino para Argentina cuando yo me enfermé de gripe. Después trajo a la señora y luego de dos años se volvió a España. Víctor se casó aquí, vive pasando el cementerio de San Martín.
Como he dicho, fuimos a dar un paseo, entramos en una fonda en el Paseo de Julio donde nos invitaron a comer. Confieso que llegué a Buenos Aires sin un centavo y debiéndole al paisano que venía conmigo 25 pesetas. Luego de comer volvimos al hotel a retirar las valijas y entregar el vale.
Nuestros compatriotas nos llevaron a la estación del ferrocarril Pacífico y fuimos a San Miguel, un pueblo que queda cerca de Campo de Mayo. A los dos días empecé a trabajar, o sea el 11 de Junio de 1911. Nuestros amigos nos habían conseguido trabajo. A mí, en mi oficio, a él en una quinta; era labrador, no tenía otro oficio.
Si se preguntan por la recomendación para el jefe de policía, pues no me presenté por dos motivos; una porque ya estaba trabajando, y la otra, estaba avergonzado de mi defecto físico, aún no llevaba bota ortopédica, lo que lo hacía muy visible. Pasé mi juventud avergonzado de mi defecto, sólo al pasar los años comprendí que ése no era motivo de vergüenza.
Si al llegar a Buenos Aires no hubieran estado mis amigos, ¿qué iba a hacer yo sin un centavo en los bolsillos? Entonces sí, hubiera tenido que presentarme ante el jefe policial. Así pasó el tiempo y al año más o menos conseguí trabajo en la escuela de clases de Campo de Mayo, donde pude ahorrar 750 pesetas y se las mandé a mi madre por los gastos de mi viaje. Aún debía las 25 pesetas a mi amigo. Al año y siete días dejé mi trabajo y me establecí con taller en la calle General Roca esquina B. Mitre.
En esa época, estaba aquí en San Martín, mi hermano Juan. Él trabajaba en casa de un profesor que se llamaba Jiménez. Allí también iba a coser nuestra tía Concepción. Y aquí me tenéis, siempre en San Martín.
Texto transcrito del original por Doña Inés Ruiz Quiroga.
Continuará….
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